Cuarto concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fisher, con la oboísta Cristina Gómez Godoy como solista.
Tomás Bretón es un compositor poco representado en las salas de concierto hoy en día. Tal vez sea un prejuicio hacia el gran creador de zarzuelas (con La verbena de la Paloma como obra emblemática) y hacia la zarzuela en general. Esto último es discutible, ya que el género operístico español por excelencia ha quedado un poco "demodé", y además siempre se consideró un género chico, una opereta, nunca al nivel de la gran ópera, con mayúsculas; es decir, que muchos piensan que se trata de música popular, no música culta. Así que lo de la zarzuela se discute, pero Tomás Bretón no sólo fue compositor de zarzuelas. Bretón compuso tres sinfonías y numerosas piezas de música de cámara. Bien, pues la OSCyL ha elegido una obra que no es nada de estas tres cosas, sino una de las llamadas "óperas españolas", que no tienen el componente cómico y popular de las zarzuelas ni el empaque y seriedad de la música culta propiamente dicha. En concreto se representa la obertura de Tabaré, una ópera en tres actos que narra las complejas relaciones de los conquistadores españoles y los indígenas americanos en el siglo XVI. Tiene su componente étnico, claro, pero es perfectamente representable en un auditorio junto a obras de Strauss y Prokófiev sin ningún tipo de complejo.
A continuación, para contrastar tal vez, uno de los compositores más representados en todos los auditorios del mundo: Richard Strauss. Esta vez se ha elegido el Concierto para oboe y pequeña orquesta en Re mayor. De la fluctuante relación de Richard Strauss con el régimen nazis se han escrito ríos de tinta. No soy dado a colaborar en la propalación de rumores, pero precisamente para esta obra sí es pertinente comentar un episodio anecdótico de su vida. Richard Strauss fue admirado hasta la idolatría en su vida dentro y fuera de Alemania. El mismo Adolf Hitler (gran villano de la Historia pero también conocido melómano) lo admiraba con arrobo. Strauss se dejó querer por las autoridades de su país como cualquiera que no quiera morir de hambre (¡qué fácilmente desprecian aquellos que nunca tuvieron éxito a los que sí lo tuvieron!), aunque nunca tuvo comportamiento racista, de hecho, mantuvo relaciones profesionales y de amistad con músicos, compositores y escritores judíos, lo cual le llevó a pasar algún apuro con los jerarcas nazis. Bueno, al asunto: tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, Richard Strauss residía en una villa de la conocida localidad bávara de Garmisch. Esta pequeña ciudad, como toda Alemania, fue ocupada y sus propiedades más señeras incautadas por las tropas de ocupación, fueran americanas o soviéticas. Cuentan que entre los oficiales que iban a requisar la casa a Strauss se encontraba un teniente americano que era oboísta en su país. Éste reconoció al compositor, se apiadó de él dejándole permanecer en su vivienda e incluso llegaron a trabar una cierta amistad. El oboísta le preguntó si había compuesto alguna vez una obra para oboe solista, el alemán respondió con un escueto "no", pero poco después compondría esta obra, el Concierto para oboe y orquesta en re mayor. ¿Es todo esto cierto, hay algo de fantasía musicológica? Quién lo sabe, pero, en todo caso, no se puede negar su curiosidad anecdótica.
Pues eso, ayer se representó el Concierto para oboe y orquesta en re mayor, una obra menor en la impresionante trayectoria del bávaro en la que vuelve al gusto romántico al que fue tan prono en su juventud. Es una obra para disfrutar del oboe, claro, un instrumento que levanta pasiones entre los melómanos, con su capacidad expresiva casi a nivel del clarinete, pero con tonalidad más cálida. La oboísta Cristina Gómez Godoy, a pesar de su juventud, levantó al auditorio con su virtuosismo apabullante.
Y después del descanso, Prokófiev. Del ruso también se representan numerosas obras en todos los auditorios y salas de concierto del mundo en la actualidad. Además, hay que recordar, que para estos compositores del siglo XX se abría una puerta que habría de consolidarse como las más utilizadas para ellos: las bandas sonoras de películas, lo cual aumentaba exponencialmente la capacidad de propagación de su obra en la sociedad. Y es que Serguéi Prokófiev se sentía especialmente cómodo con la música escénica, lo cual no es extraño teniendo en cuenta el gusto de la sociedad rusa por el ballet (y el enorme prestigio internacional que siempre han tenido los ballets rusos); entre los más conocidos de Prokófiev están Romeo y Julieta, El hijo pródigo, El paso de acero y la propia Cenicienta que hoy tocaron. También esta obra se vería afectada por las vicisitudes de la Segunda Guerra Guerra Mundial, teniendo que posponer su trabajo hasta el fin de la contienda. Lo representado ayer en el Auditorio Miguel Delibes fue una selección, concretamente ocho movimientos, los más destacados, claro, entre los que no podían faltar la Mazurca y el Amoroso final.
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