Una de esas "grandes novelas" que cae en el olvido por el cambio de gustos en la literatura y por la vida corta y atribulada de su autor. Charles Robert Maturin fue un escritor irlandés protestante del cambio de siglo del XVIII al XIX. El mero hecho de ser protestante en un país mayoritariamente católico ya pudo suponer un hándicap notable para su difusión, su muerte a la temprana edad de cuarenta y dos años tampoco ayuda, y que dedicara buena parte de su talento creativo a la redacción de sermones anticatólicos menos todavía. Sin embargo, si todos nuestros hechos nos definen como persona, así como en la actividad principal de nuestras vidas, para Maturin, la lucha contra el catolicismo y sus supuestos errores fue una causa magna a la que dedicó gran parte de su corta existencia. En esta novela en concreto, en gran parte ambientada en España, la presentación de la religión de Roma como un anacronismo lleno de supercherías y supersticiones que acaba por hacer desgraciados a sus adeptos es una constante de principio a fin.
Es, por definición, una novela gótica. En sus casi mil páginas abundan los ambientes lúgubres (conventos en ruinas a la luz de la luna, tormentas ominosas en mitad de la nada, galernas que llevan a pique varias embarcaciones, castillos encantados...), romances imposibles, apariciones de seres diabólicos y maldiciones de todo tipo. Fue un subgénero narrativo de enorme impacto en la cultura anglosajona, y, como ésta ha influido tantísimo en el resto de culturas occidentales, también en la nuestra. El gusto por los sobrenatural se inicia a finales del XVIII, pero sus coletazos no se han acabado en nuestros días; cambian un tanto las formas, pero parece que el afán de escapar de la anodina rutina diaria lleva y llevará a muchos lectores a buscar este tipo de relatos.
Quizá la novela gótica más famosa del XVIII sea El castillo de Otranto de Horace Walpole o Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe; porque ya en el siglo XIX las novelas con esas características son abundantísimas, quedando muchas de ellas como obras de referencia de la narrativa de terror, cabe citar Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley, La caída de la casa Usher de Poe, Cumbres borrascosas de Emily Brontë o Drácula de Bram Stoker. Desgraciadamente, Melmoth el errabundo no llega ni de lejos a la calidad de esas obras mencionadas, en parte porque tiene una estructura caótica, con saltos y cortes que dan la impresión de haber sido escrita de forma apresurada y sin las necesarias revisiones posteriores, en parte porque la narración está llena de lugares comunes y adolece de originalidad. El traductor y experto en este tipo de narrativa Francisco Torres Oliver (quien, por cierto, es el autor de la ilustración de la portada de este libro y de otros de la Editorial Valdemar) asegura que el tal Maturin tuvo mil y un problemas con sus editores, que éstos le presionaban para que entregara sí o sí un manuscrito cuanto antes... ¡quién sabe! Lo cierto es que un texto tan largo como éste se acaba atragantando por esos fallos tan claros en la organización. Por otro lado, la prosa tan lenta, con tantas frases subordinadas, con una adjetivación no ya abundante sino excesiva, y los cientos de circunloquios hacen de Melmoth el errabundo una novela difícil de leer hoy en día, es una novela casi diametralmente o puesta al gusto narrativo de nuestra época.
El argumento, grosso modo, es la vida de un ser, John Melmoth que ha pactado con el diablo (curiosamente no se dice en ningún momento su nombre, se le cita como "el enemigo del hombre" o "el malo") y así llega a vivir más de doscientos años. Sus andanzas por el mundo son, no podía ser de otra forma en una novela gótica, trágicas y desgraciadas, tanto para él como para todos con los que se cruza a lo largo de casi dos siglos de existencia. Entre ellos está un tal Stranton, un inglés que viaja a España (presentada siempre como un país brutal, anquilosado y paralizado por un catolicismo pacato y opresivo) para que sus habitantes le cuenten la historia de un hereje llamado Melmoth que fue entregado a la tortura de la Inquisición. Entonces será un tal Alonso de Moncada el que continuará la narración, cayendo él mismo en tan terrible tribunal eclesiástico y pudiendo huir tras tremendas torturas y acabando en la casa de un criptojudío de Madrid llamado Adonijah que le contará otro relato, el de "la india", por hacer referencia a una india (de la India, no de América) que, criada en una remota isla asiática, será llevada a Madrid y reconvertida de Immalee a Isidora. Esta Isidora será seducida por el inmortal Melmoth, dejándola embarazada de una criatura a la que ella misma dará muerte. Sí, así de tremendo. El fin de la novela coincidirá con el fin de el errabundo, que harto de sufrir miserias se arrojará por un precipicio.
Bueno, si esta pequeña sinopsis ha parecido un tanto aturullada y caótica, créaseme que la novela así lo es, con cambios espaciotemporales bruscos que lo dejan a uno confuso a más no poder.
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