Quinto concierto de abono de la temporada 23-24. La OSCYL está hoy dirigida por el joven pero prestigioso director valenciano Pablo rus; la violinista solista invitada es la noruega Vilde Frang, quien se hará cargo del Concierto para violín Nº 2 de Bartók. Hoy toca un monográfico húngaro, algo que podría parecer sorprendente si se atiende a la población del pequeño país centroeuropeo, que, contando todo el país magiar y los étnicamente húngaros en Rumanía y otros países limítrofes, apenas superan hoy los diez millones de almas. Pero, claro, hemos de tener en cuenta la privilegiada situación geográfica de Hungría, verdadera encrucijada entre el mundo germánico (con la enorme influencia austríaca, país de Mozart, los Strauss, Mahler, Haydn, Bruckner y una celestial pléyade de compositores), el mundo balcánico (con su influencia turca, palpable en cada pentagrama) y, por supuesto, su propio acervo cultural (influenciado notablemente por la música popular judía). Todo ello lleva a ese pequeño país centroeuropeo a una producción musical verdaderamente apabullante a lo largo de los siglos. Bien, pues el concierto de hoy recoge a los tres compositores húngaros más famosos de todos los tiempos: Bela Bartók, Zoltán Kodály y György Ligeti.
Del mayor genio de la música húngara, Bela Bartók, la OSCYL escoge dos obras muy diferentes, pertenecientes, claramente, a dos periodos del autor. La primera, "Magyar Képek" (Bocetos húngaros) fue compuesta a principios del siglo XX, cuando el Romanticismo musical todavía coleaba entre los grandes compositores, sobre todo en la forma del llamado "nacionalismo musical" (mira, el único nacionalismo que no me desagrada), que incluía melodías y ritmos propios de cada país en composiciones más nobles (habría que incluir en esa corriente a los geniales Albéniz, Granados, Turina, Falla o Rodrigo entre nuestros compatriotas, o a los Dvorák, Smetana, Sibelius, Grieg, Músorgski o Rimsky-Kórsakov, ¡casi nada!). Y también habría que incluir a la primera época de Bartók. Bocetos húngaros es una pequeña obra grandiosa (valga el oxímoron), con unas melodías que acarician el alma, preñadas de danzas y melodías populares húngaras. Como corresponde a esta época, los movimientos no son nombrados en función de su tempo (andantino, allegro, adagio...), sino con las melodías y danzas que las inspiraron. En el caso de "Magyar Képek", los movimientos son: Una noche en la aldea, La danza del oso, Melodía, Un poco achispado y Danza del porquero. Como es habitual, las danzas y ritmos bailables son los más atractivos, principalmente por la exitosa combinación de música culta y música popular (o, mejor dicho, la música popular interpretada por orquestas sinfónicas).
Pero, hete aquí, que el bueno de Bela no era un ser continuista, sino amante de la experimentación, además de un hombre de su tiempo, claro. Como consecuencia, a partir de los años treinta del pasado siglo comenzó a experimentar con un método de composición muy en boga en la época: el dodecafonismo. El dodecafonismo, ya se sabe, fue una verdadera revolución en la música culta occidental; quizá la más radical. Suponía sustituir el tonalismo, estructura básica de toda composición musical hasta el momento que implica jerarquía de una nota (tónica) sobre otra , por una igualdad absoluta entre notas. El resultado, a mi entender, es una música descabalada y estresante a más no poder. Bien, el Concierto para violín Nº 2 de Bela Bartók no es propiamente dodecafonista, pero sí incluye temas de doce tonos en el primer y el tercer movimiento. Esto rompe la eufonía natural y crea un ambiente discordante que, desde luego, no es de mi agrado. Con todo, la obra tiene momentos brillantes en las que el violín solista ha de esforzarse de manera extraordinaria. La joven violinista noruega Vilde Frang cumple las expectativas con una sobresaliente interpretación que levantó al público de sus asientos.
La segunda mitad del concierto es para los otros dos compositores húngaros por antonomasia. György Ligeti, de una generación larga posterior a Bartók (falleció octogenario hace menos de veinte años), parece que tuvo a éste como gran fuente de inspiración. La influencia de la música popular de su región de nacimiento y crianza, Transilvania, tuvo una enorme influencia en su música. Aquella región, al margen de las leyendas que dieron lugar a una rica narrativa de terror, estaba poblada por húngaros, rumanos y judíos, cada uno con su tradición musical propia. Ligeti tenía vínculos con las tres comunidades (étnicamente judío, de nacionalidad húngara y convivencia rumana), lo que aprovecha con evidente éxito en su Concierto rumano ("Concert romanesc").
Por último, Zoltán Kodály, que fue contemporáneo a Bartók, y aunque no será nunca tan internacionalmente reconocido como éste, recibió un mayor reconocimiento en su país (probablemente también porque vivió hasta los años sesenta del pasado siglo y se desempeñó como etnomusicólogo, grabando numerosos registros de músicas populares húngaras. La obra que propone la OSCYL hoy es Danzas de Galanta ("Galántai táncok"), que, a pesar de su nombre, no son danzas sino un poema sinfónico repleto de melodías procedentes del folclore húngaro.
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