Tercer concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, esta vez dirigida por George Jackson y con Jess Gillam como solista para la obra de Anna Clyne. Como se puede apreciar en los escaneos del programa de mano que adjunto, la Sinfonía Nº7 de Dvorak se había representado ya en cinco ocasiones, mientras que "Domov muj" (Mi país) se tocaba por primera vez por la OSCyL; la obra de Anna Clyne era, sin embargo, representada por primera vez en España
¿Qué decir de Antonin Dvorak que no haya sido dicho antes? Pues lo obvio: el más grande compositor checo de todos los tiempos junto con Bedrich Smetana, padres ambos del llamado "nacionalismo musical checo", tan caro a los últimos coletazos del Romanticismo, que buscaba integrar en las melodías de música culta otras de música popular de la tierra. Ahora que lo pienso, el poema sinfónico El Moldava de Smetana debe ser una de las primeras obras clásicas que escuché a mis escasos doce o trece años de edad (curioso dato, que me llegara la pubertad a la vez que la afición por la gran música) y que me convirtió en melómano de por vida. Bien, "Domov muj" no alcanza la maestría de la obra anterior, aunque participa de muchas de sus características, principalmente la de hacer honor a la identidad cultural checa que, en aquella época, estaba disuelta en ese maremágnum del Imperio Austrohúngaro. La obra está estructurada en forma de sonata, con una introducción lenta que incluye una melodía que fue considerada como himno oficioso de ese país centroeuropeo.
En medio del concierto, a modo de bocadillo, como ya he comentado en otras ocasiones, la OSCyL nos propone a una joven compositora británica, Anna Clyne, de poco más de cuarenta años. Para ser tan joven, Clyne tiene una producción enorme, tanto de música sinfónica y de cámara, como coral e incluso bandas sonoras para películas. La pieza que nos proponen hoy es "Grasslands" (Praderas), que está inspirada en el mundo mitológico irlandés; tiene tres movimientos muy contrastantes entre sí que exprimen al máximo las posibilidades de una orquesta sinfónica. En todo caso, lo más destacable fue el espectacular desempeño de la saxofonista solista, Jess Gillam, capaz de arrancar aplausos interminables por su virtuosismo, aunque la obra en cuestión tuviera momentos un tanto incómodos.
Y, ya después del descanso, como plato fuerte, la Sinfonía Nº7 de Dvorak. Siempre que se piensa en sinfonías del autor checo se acaba llegando a la Sinfonía Nº9, la Sinfonía del Nuevo Mundo, para mí una de las obras cumbre de toda época. La 7ª no es tan redonda como la 9ª, pero tiene un tema principal del movimiento Allegro maestoso que es de una genialidad sobresaliente y que, según el propio compositor, fue concebido en la estación de tren de Praga en 1884, mientras presenciaba la llegada de un convoy que había partido desde Budapest con cientos de húngaros y checos-húngaros para asistir a una intervención política. Así que, una vez más, el nacionalismo vuelve a estar en el centro del corazón compositivo de Antonin Dvorak. Luego, el segundo movimiento, Poco Adagio, tiene un perfil más lírico, más dulce y luminoso, no deja un poso tan ominoso como el primer movimiento. Por último llega el Scherzo, con su melodía bailable aunque también contrastante. En fin, otro concierto de la OSCyL en el que se busca rendir pleitesía a los grandes compositores de toda época, pero con un primer plato novedoso y rompedor.
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