jueves, 8 de febrero de 2018

Inciso cinematográfico: "Goodbye, Christopher Robin", dirigida por Simon Curtis.

 Lo bueno de la literatura es que se puede convertir en metaliteratura, también en el cine. Es decir, que una obra literaria genera reflexiones que pueden transformarse a su vez en literatura. Algo semejante es lo que ocurre con la película Goodbye Christopher Robin que narra la infancia compleja en el ámbito de los sentimientos aunque no en el material del niño que inspiró a su padre, el autor Alan Alexander Milne, para escribir una de las obras de literatura infantil más leídas y disfrutadas a lo largo del mundo en las últimas décadas: Winnie the Pooh.
Imagen tomada del sitio www.zeitgeistarts.com
  Milne creó un mundo de fantasía en el que el protagonista era su hijo y los peluches que cobraban vida (un oso, un tigre, un burro y un lechón, principalmente); el éxito de los cuentos fue inmediato en un mundo que salía de la I Guerra Mundial y quería olvidar barbaridades bélicas sumergiéndose en la fantasía infantil. Parece ser que el tipo trabajaba como periodista además de escribir novelas e incluso obras teatrales, pero, en todo caso, pasó a la posteridad por esa obra infantil. La película, de ahí la metaliteratura, narra cómo surge esa idea genial y, sobre todo, la relación padre-hijo a lo largo de su desarrollo. Se deja claro la insatisfacción del hijo que siente cómo el padre lo utiliza para escribir, dando más importancia al éxito profesional que a su rol paterno. 
Imagen tomada del sitio www.collider.com
  Parece ser que tal resentimiento fue real, hasta el punto de que el hijo acusó a su padre de haberle explotado con fines meramente profesionales y económicos.
 En cualquier caso, la película está realizada con esmero. Las actuaciones tanto del niño (Will Tilston) como del padre (Domhnall Gleeson, sí, hijo de Brendan Gleeson) son más que aceptables; la fotografía es excelente, reproduciendo con verosimilitud el Londres y Sussex de los años 20 del pasado siglo; y el argumento es sólido y está bien desarrollado. Es un buen ejemplo de la calidad que se puede obtener con la llamada metaliteratura, que abre un mundo de posibilidades infinitas para la tarea del escritor.

miércoles, 7 de febrero de 2018

"Los náufragos" de Jean Amery.

 Jean Améry, pseudónimo literario y vital de Hanns Mayer -anagrama de Améry-, tuvo una vida harto compleja por decirlo suavemente: siendo judío desde el punto de vista de las leyes eugenésicas nazis (hijo de católica y judío pero criado en el catolicismo) enfrentó la barbarie nacionalsocialista como saboteador en Bélgica; fue detenido y enviado al campo de exterminio de Birkenau (mal conocido por el nombre polaco de Auschwitz), donde consiguió sobrevivir; a la liberación, trató de alienarse de la su pasado y su propia identidad judeoalemana; finalmente se suicidó a la edad de sesenta y ocho años. Publicó varios ensayos filosóficos y no fue hasta 1964 cuando escribió por primera vez sobre la experiencia en el "lager". Los náufragos es una novela con tintes autobiográficos, otra de tantas, ambientada en el Berlín de los años 30. El protagonista es un joven cuya mitad de su ascendencia es judía y la otra católica, aunque educado en el cristianismo, exactamente igual que el autor; sus dificultades laborales y económicas en un mundo que se cae a pedazos es un anticipo del apocalipsis que llegará en la década de los cuarenta.
  Habré leído un cuarenta por ciento de la novela, y dos palabras vienen a mi mente al recordar lo leído: verosimilitud y sordidez. Verosimilitud por lo narrado en una época terrible en lo económico, social y político en Europa en general y en Alemania en concreto; condiciones que llevarán irremediablemente a que la población se refugie en el fanatismo político y que éste lleve a la guerra y a la destrucción total. Sordidez por la visión sin salida que lleva a situaciones repulsivas sin el más mínimo atisbo de consideración moral, que lleva a la animalización del individuo. Este último tema es recurrentemente utilizado en la novela, la "moral burguesa" que supuestamente impide actuar sin prejuicios y sin sentimientos de culpa a los protagonistas los lleva a liberar los instintos primarios de la forma más primitiva, lo cual, unido a la extrema precariedad en la que viven, los animaliza brutalmente. Todo lo narrado está ambientado en tiempos de paz (si es que se puede hablar de paz cuando grandes masas de la población no pueden subsistir económicamente) pero es algo que sí había leído en la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi, en la que las circunstancias impuestas en el campo de exterminio llevaban a la animalización buscada en los presos.
  Ya digo: verosimilitud y sordidez; desde el punto de vista formal ninguna queja: prosa correcta, sin florituras pero sin carencias. El regusto que deja es francamente deprimente... no sé si terminaré de leer esta novela...

domingo, 28 de enero de 2018

"Tan buenos chicos", de Patrick Modiano.

 Otra novela breve del Nobel de 2014, mismas características formales y temáticas. Esta vez narra, de forma retrospectiva, la vida de un conjunto de tipos que tienen en común haber convivido en un internado para ricos a las afueras de París. Son vidas marcadas por la indolencia y el lujo pero no exentas de problemas y , sobre todo, de decadencia. 
  Lo común que tienen con los otros personajes de Modiano es, precisamente, la sensación de evanescencia de caracteres. Son tipos sin destino, sin objetivos, que apuran las vidas que les ha tocado vivir con una indiferencia absoluta. En el caso de los jóvenes del internado Valvert, la abulia encaja muy bien con sus altas cunas y regaladas vidas, pero, habiendo leído ya muchas novelas de Modiano, sabemos que esa misma actitud tienen todos los personajes, incluidos los que no tienen sus vidas materialmente aseguradas.
  Desde el punto de vista estilístico también esta novela es muy "modianesca": prosa rápida, con poquísimas frases subordinadas y adjetivación;  narrada en primera persona; y sin ilación argumental aparente. Son novelas etéreas, de fácil lectura, que no dejan mucha huella en el lector, aunque son extrañamente hipnóticas.

miércoles, 24 de enero de 2018

"Solo", Edgar Allan Poe.

Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude sacar
mis pasiones desde una común primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pena; no se despertaría
mi corazón a la alegría con el mismo tono;
y todo lo que quise, lo quise solo.
Entonces -en mi niñez- en el amanecer
de una muy tempestuosa vida, se sacó
desde cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
desde el torrente o la fuente,
desde el rojo peñasco de la montaña,
desde el sol que alrededor de mí giraba
en su otoño teñido de oro,
desde el rayo en el cielo
que pasaba junto a mí volando,
desde el trueno y la tormenta,
y la nube que tomó la forma
(cuando el resto del cielo era azul)
de un demonio ante mi vista.


From childhood’s hour I have not been
As others were—I have not seen
As others saw—I could not bring
My passions from a common spring—
From the same source I have not taken
My sorrow—I could not awaken
My heart to joy at the same tone—
And all I lov’d—I lov’d alone—
Then—in my childhood—in the dawn
Of a most stormy life—was drawn
From ev’ry depth of good and ill
The mystery which binds me still—
From the torrent, or the fountain—
From the red cliff of the mountain—
From the sun that ’round me roll’d
In its autumn tint of gold—
From the lightning in the sky
As it pass’d me flying by—
From the thunder, and the storm—
And the cloud that took the form
(When the rest of Heaven was blue)
Of a demon in my view—

sábado, 20 de enero de 2018

Comentario a la fotografía subtitulada "Viajeros en el ferrocarril suburbano" de la página 95 del libro "Crónicas berlinesas" de Joseph Roth, editado por Minúscula.


 El color sepia y la indumentaria principalmente, así como lo poco que se ve del vagón, dejan claro que se trata de una fotografía de inicios del siglo XX.  Sus protagonistas, tres mujeres del entonces presente y tres mujeres del entonces futuro, dejan pasar el tiempo esperando llegar al destino. Las tres mujeres del entonces presente (madres) abisman sus miradas en las preocupaciones cotidianas (el coste de la cesta de la compra, los problemas con la crianza de los hijos, el carácter gruñón del marido...); las tres mujeres del entonces futuro (hijas) abisman sus miradas en las ocupaciones cotidianas (los juguetes anhelados pero no disfrutados, el perrito juguetón de la vecina del primero, los caramelos de aquel mostrador...).
 Sin embargo, desde nuestra visión, esas seis mujeres se han convertido ya, en 2018, en mujeres del pasado, pues habiendo pasado ya cerca de noventa años, sus miradas irremediablemente se han abismado en la tierra que las rodea. ¿Conseguirían pagar la enorme factura de la tienda? ¿Criarían a los hijos con salud? ¿Aguantarían el mal carácter del marido? ¿Disfrutarían aquellos juguetes? ¿Jugarían con el perrito? ¿Saborearían aquellos dulces? Ya poco importa todo esto. Sus tiempos pasaron, como pronto pasará el nuestro.

viernes, 19 de enero de 2018

"Los nadies", Eduardo Galeano.

 Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
 
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:

Que no son, aunque sean.

Que no hablan idiomas, sino dialectos.

Que no profesan religiones, sino supersticiones.

Que no hacen arte, sino artesanía.

Que no practican cultura, sino folklore.

Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

jueves, 18 de enero de 2018

"Perfect", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Crónicas berlinesas", recopilación de artículos periodísticos de Joseph Roth, editado por Minúscula.

 Casi nunca leo ensayo. No me gusta, me cuesta, a mi edad, leer sabihondas reflexiones de cualquier aspirante a intelectual que apenas ha cumplido tres decenios de vida. Esto es más sangrante en la versión más baja del ensayo: el artículo periodístico. Hoy, leer los artículos de opinión de cualquier periódico (digital o en papel) viene a ser como corregir redacciones de chicos de quince años: artículos superficiales, vocabulario pobre, solecismos, ¡incluso faltas de ortografía! Es, verdaderamente, vergonzoso. Pero, claro, con Joseph Roth es diferente. Este se trata de un pequeño volumen (haciendo honor al nombre de la editorial) de los artículos publicados por Roth durante los años 20 en diarios y revistas como Neue Berliner Zeitung, Das Tagebuch, Berliner Börsen-Courier, Frankfurter Zeitung o Münchner Neueste Nachrichten. Los temas son muy variados: la llegada de miles de refugiados del Este, los tugurios de la noche berlinesa, frescos de la riada de gente por la calle, revista de espectáculos, etcétera. 
  El tono de los artículos es más propio de revistas que de periódicos, en tanto en cuanto es más festivo y desenfadado. Hasta tal punto es desenfadado, que en el trato del problema judío (de los miles de judíos que huían de los pogromos del Este de Europa y no encontraban acomodo posible en Alemania) no hay la más mínima crítica a la sociedad receptora o a los propios inmigrantes (siendo el propio Roth de origen judío), se trata de una descripción jovial de tipos y caracteres más que el relato de una tragedia humana. Porque lo mejor de estos artículos, y aquello que lo pone a cientos de kilómetros de la basura que se publica hoy en día, es el tono chispeante de los mismos. Son relatos que dejan buen sabor de boca, animan a leer otro (a pesar, como digo, de la crudeza de los temas tratados), tienen un léxico rico y variado, y son de una orginalidad propia de un avezado humorista.
  Lástima haber nacido tan tarde y tener que conformarse con la bazofia que nos echan las publicaciones modernas. Este pequeño tomo debiera ser de estudio obligado para los estudiantes de Ciencias de la Información, en el ámbito de la redacción de artículos periodísticos.

sábado, 13 de enero de 2018

"Un fantasma inconsistente y otros", de M. R. James.

 Este pequeño volumen de relatos fantasmagóricos de Montague Rhodes James vio la luz por primera vez en 1919, ahora Valdemar lo publica en español en formato bolsillo, añadiendo un par de relatos más para redondearlo. Es, que duda cabe, una pequeña joya por lo que agradezco a esta editorial, de la que, este blog es testigo, soy asiduo lector la oportunidad de disfrutar de un escritor victoriano "menor" que no ha tenido la atención merecida en nuestra lengua.
  Los años pasan y la editorial Valdemar sigue con su labor difusora de estas obras que habían caído en el olvido, formando así una verdadera biblioteca de la narrativa de terror. Ya se sabe que en la llamada literatura victoriana (romántica sería más oportuno llamarla) el gusto por lo extraño, lo anormal o directamente sobrenatural era algo frecuente. Los grandes, Dickens, las Brönte, Hawthorne y demás, también cultivaron este subgénero que tiene muchos más adeptos en la actualidad que cuando fueron escritos. M. R. James fue un "señorito" de la época: educado en el elitista Eton College que tantos ministros e incluso primeros ministros ha dado, quedó ligado a esa universidad toda su vida, trabajando como historiador y bibliotecario de la misma.
  De momento he leído La residencia de Whitminster, un relato de fantasmas llegados del pasado que aterrorizan a todos aquellos que viven en en una residencia anexa a una iglesia anglicana; dichos fantasmas son antiguos habitantes de la misma que murieron en circunstancias trágicas. Es, por tanto, muy clásico en el planteamiento de la narrativa de terror, no muy brillante, la verdad, incluso un tanto previsible; con todo, tiene una calidad prosística notable, algo que es común a todos los escritores victorianos cuyas obras han llegado hasta nuestros días, esto justifica, en mi opinión, su lectura y disfrute.

miércoles, 10 de enero de 2018

"La casa del canal", de Georges Simenon.

 ¿Qué es novela negra, la novela cuya trama tiene que ver con crímenes, detectives, investigaciones policiales...? ¿Es la novela policíaca un tipo de novela negra? ¿Un autor como Georges Simenon escribió solo novela negra? Es difícil contestar a estas preguntas, pues hay multitud de novelas de crímenes que nadie calificaría de novela negra, por ejemplo La familia de Pascual Duarte, de Cela. Sin embargo, con Simenon la cosa es diferente quizá porque la sombra del Comisario Maigret (su personaje más famoso) pese en exceso sobre su obra. Lo cierto es que La casa del canal tiene mucho de novela negra, se podría decir que "se masca la tragedia final" casi desde el principio.
  Otro aspecto que salta a la vista rápidamente es el trato despectivo que se hace de Flandes y los flamencos. Simenon, valón de Lieja, escribió siempre en su lengua materna, el francés, aunque, según parece, su madre era de origen flamenco. Lo cierto es que en la novela se presenta implícitamente al francés como la lengua culta, mientras que el flamenco es tomado por el "dialecto" local que se hablaba en las zonas económica y culturalmente más deprimidas de Bélgica. Es algo que choca en la actualidad, pero hay que pensar que esta novela fue publicada en 1933, y es fácil entender que, en aquella época, el francés y el holandés no competían en grado de igualdad en aquel país.
  Por lo demás, destaca la maestría de Simenon a la hora de describir la psicología de los personajes, que son perfectamente delineados, analizados como un eficaz investigador policial haría con los sujetos objeto de su estudio. Esto es lo que más me gusta de Georges Simenon: es un escritor que "cocina a fuego lento" sus novelas, nada que ver con la prosa apresurada y deslavazada que tan frecuente es hoy en día y que hace de muchas novelas modernas verdaderos pastiches intragables.