Otra película bélica de las únicas que soporto: las que son inequívocamente antibelicistas, aquéllas que muestran a las claras la sinrazón animalesca del ser humano que es capaz de destruirse en masa en razón de las estúpidas jerarquías sociales que hacen que un rey, un führer, un presidente, un gran empresario decida que quiere poseer más. La película fue dirigida por Douglas Kirk y el actor protagonista es uno de los "guaperas" de la época, John Gavin; pero lo más importante, al menos para mí, es el guionista y autor de la novela de la que deriva: Erich Marie Remarque.
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Remarque (Remark en su lengua natal) fue enviado al matadero de la Gran Guerra como tantos miles de jóvenes alemanes, tuvo la suerte de sobrevivir, pero sobre todo tuvo la suerte de que naciera en él una consciencia crítica contra los autoritarismos militaristas que marcaron la primera mitad del siglo XX. Gracias a esa consciencia crítica se hizo escritor y pudo exorcizar los demonios que acechan en todo Homo Sapiens que pretenda ejercer como tal (como "hombre que piensa"). Sus novelas son alegatos antibelicistas de primerísima calidad que estallan como verdades indiscutibles ante la tozuda realidad histórica del ser humano. Dos de esas novelas fueron llevadas al cine: Sin novedad en el frente (de la cual hice una pequeña recensión hace tres años) y ésta que nos ocupa.
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La película está ambientada en la Segunda Guerra Mundial, siguiendo las peripecias de un soldado alemán que luchando en el frente ruso en época en que los nazis ya cosechaban derrota tras derrota consigue un permiso y vuelve a su ciudad natal, bombardeada e inmersa en la inmundicia moral. Allí se enamorará de una antigua vecina con un amor visceral del que sabe que no habrá un mañana. La historia de amor contrasta brutalmente con la masacre perfectamente orquestada. El resultado es impactante, al menos para los que tenemos inteligencia emocional suficiente: todo queda en una impotente denuncia de la barbarie humana... quien tenga inteligencia que entienda...