Nuestra Santa Madre, la Iglesia Católica, siempre ha recibido críticas y alabanzas por igual, otra cosa es que la Iglesia sea tan poderosa que durante siglos haya conseguido acallar las críticas, ya sea Inquisición mediante o por la manipulación masiva de sus fieles. Lo cierto es que, en los últimos tiempos, la Iglesia Católica parece herida de muerte en cuanto a número de fieles e influencia política internacional se entiende, pero ya van veinte siglos y es seguro que moriremos todos los que estamos vivos antes de que se tambaleen las columnas torneadas del Baldaquino de San Pedro. En tiempos recientes, se critica también que el inmenso patrimonio artístico que poseen esté recluido en mohosos conventos, monasterios y palacetes, ocultos a la visión y disfrute de aquellos que poseemos sensibilidad artística suficiente. Precisamente para negar esa acusación, en 1988 la Archidiócesis de Valladolid tuvo la excelente idea de organizar una exposición anual, principalmente escultórica, con la enormidad de obras de arte que han ido acumulando a lo largo de los siglos. Tan loable iniciativa obtuvo una respuesta entusiasta por parte del público y las administraciones, de forma tal que, los años siguientes, se repitió en las diócesis de Burgos, León y Salamanca, dando el salto a Amberes el año 95. Desde aquel entonces, se han expuesto obras (cada año distintas, claro) por toda Castilla y León, Galicia, Madrid, además de Bélgica y Estados Unidos. Hoy, Las Edades del Hombre son un referente cultural y artístico de una inmejorable gestión del patrimonio, y ha sido fuente de inspiración para la realización de otras exposiciones en todo el mundo. Así que, para ser ecuánime, hemos de alabar tanto la iniciativa inicial como su mantenimiento durante casi cuatro decenios. Este año 2024, Las Edades del Hombre vuelve a su lugar de origen, Valladolid, comparando la labor de dos escultores inmensos y sus respectivas escuelas, la castellana encabezada por Gregorio Fernández, y la andaluza, por Martínez Montañés.
Por cierto, los lugares escogidos para las exposiciones son, es de todos conocido, siempre lugares sacros: catedrales, colegiatas e iglesias, mostrando cuán excelente es la relación entre la religiosidad y el arte, algo que hemos perdido en los últimos siglos, pero que los jerarcas de la Iglesia bien conocían, sabedores de que la imagen, ya sea pictórica o escultórica, ayuda al fiel a fortalecer su espiritualidad. Bien, este año toca la Catedral de Valladolid, cuya advocación es a Nuestra Señora de la Asunción.
Las obras expuestas desde el pasado 12 de noviembre hasta el 2 de marzo son esculturas barrocas, todas del primer tercio del siglo XVII, época en la que la capital del Pisuerga tenía un peso específico mayor que el actual (no olvidemos que Valladolid fue la capital del Imperio Español de 1601 a 1606). Estos hechos dieron también gran importancia eclesiástica a Valladolid y por extensión a la producción artística religiosa, afincándose en ella una extraordinaria nómina de escultores de primerísimo nivel, entre ellos, claro está, Gregorio Fernández (gallego de Sarria), y antes que él, Juan de Juni (borgoñón de Joigny) y Alonso Berruguete (palentino de Paredes de Nava). Con esos autores no es de extrañar que se hable de la "Escuela castellana" como un foco de producción escultórica de primer nivel. Análogamente a la pujanza de Valladolid a finales del XVI y principios del XVII, en Sevilla, ciudad que recibía buena parte de la riqueza que venía de América (riqueza material pero también cultural) se formaba la llamada "Escuela andaluza", encabezada por Juan Martínez Montañés. Ambas escuelas rivalizaron en la creación de bellísimas tallas religiosas que hoy Las Edades del Hombre nos propone comparar. Así, con muy buen criterio, se exponen obras semejantes para que el público pueda deleitarse con las diferencias y semejanzas entre las escuelas: a un San Juan Bautista de Montañés, por ejemplo, se enfrenta un San Juan Bautista de Gregorio Fernández; o una Inmaculada Concepción del castellano a otra del andaluz.
Detalle del Cristo Yacente (1607), Gregorio Fernández. Museo Nacional de Escultura, Valladolid.
Ambas escuelas escultóricas, claro, son plenamente barrocas, mostrando con soberbia calidad el sufrimiento de Cristo o la espiritualidad de Vírgenes y santos, pero la Escuela castellana fue más allá, mostrando la imagen de Ecce Homo con una crudeza difícil de aguantar (si se tiene sensibilidad, claro) lo cual llevaba a los fieles al éxtasis religioso; la Escuela andaluza, por el contrario, era más fiel a un clasicismo artístico, que no pretendía desarrollar en exceso los padecimientos de Cristo, por ejemplo, sino la espiritualidad suprema y la renuncia al mundo. Es la contraposición de los dos estilos (que también eran plenamente complementarios) entre el Ecce Homo, "ese Hombre", el sufrimiento humano de Cristo, y el Noli me tangere, "nada me toque", la figura divina de Jesucristo.
En la exposición actual también se pone en relieve la importancia que tuvo el Concilio de Trento (1545-1563) en la producción artística, pero, en mi opinión, se omite un hecho fundamental: el Concilio de Trento tuvo lugar, en buena medida, como contraposición a la Reforma protestante, y supuso una mejora de la Iglesia Católica, pero también un refuerzo en su catolicidad. Este galimatías, aplicado al plano artístico, viene a decir que desde Roma se refuerza el valor que las obras de arte tenían en un ámbito pedagógico y espiritual, desdeñando los supuestos peligros de idolatría que denunciaban los protestantes. Lo cierto es que, casi quinientos años después, estas tomas de posición se transforman en una riquísima escultura y pintura barroca en los países de mayoría católica, y la práctica nulidad de éstas en los países protestantes.
Juan de Mesa (discípulo de Montañés): Cabeza de San Juan Bautista. Museo de la Catedral. Sevilla.
En definitiva, para ser justo, como decía al principio, se pueden atribuir muchos defectos a la Iglesia Católica, al fin y al cabo está compuesta por hombres y mujeres falibles, como todos, pero también gracias a la Iglesia Católica se han conservado miles de obras artísticas de incalculable valor que, con regularidad metódica y bien ejecutada, son expuestas a todos aquellos que tenemos gusto y sensibilidad para disfrutarlas.
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