Coupland es un autor en horas bajas. Pero la industria editorial estadounidense (que es, por extensión, la anglosajona) es poderosa, capaz de plantar un autor mediocre en el parnaso del mundo literario. Eso es lo que hicieron con, por ejemplo, Salinger, un autor mediocre que publicó cuatro novelas perfectamente olvidables pero que, sin embargo, es estudiado con arrobo en las universidades de aquel país. Douglas Coupland tiene, en mi opinión, mayor calidad literaria que Salinger, pero tampoco es ningún "titán de la literatura". Alcanzó fama mundial con su novela Generación X, que pretendía ser la conjura de una generación, la suya ( y por ende, la mía), contra la desilusión de vivir; una generación con una educación superior a todas las anteriores, armada hasta los dientes con las nuevas tecnologías de la comunicación (el propio Douglas es diseñador gráfico) pero que se veía abocada a trabajos anodinos, de pésima calidad y masificados, lo que él acuñó en la expresión: "trabajo basura".
Generación X salió en 1991 y supuso una llegada de aire fresco al panorama literario mundial. Además, también supuso la adopción por parte de sociólogos y otras gentes de mal vivir de ese nombre, generación x, para los nacidos en los años sesenta y setenta del pasado siglo. En todo caso, el bueno de Douglas atinó en la diana. Después del éxito, algo muy típico de esa supuesta generación marcada por el desánimo, Coupland publicó novelas menos notables, sus cifras de ventas se desplomaron y pasó a ser un poco un souffle literario, desinflándose poco a poco.
El ladrón de chicles se publicó en Estados Unidos en 2007, cuando ya el boom de la otra novela había muerto definitivamente, y supuso un reencuentro del gran público con la prosa del canadiense. En esta novela están todas las características de Coupland: prosa rápida, de poca adjetivación, de aspecto periodístico; personajes perdidos tras haber sufrido una fuerte desilusión que los tiene ensimismados con las preguntas "¿cómo pude llegar hasta aquí?" o "¿cuándo empezó a irse todo al garete?". Es, no se puede negar, una narrativa muy coyuntural, de esa que gusta a un determinado tipo de gente en función de unas vivencias comunes, es decir, a una determinada generación. Probablemente Coupland no será un autor leído y respetado dentro de, pongamos, cincuenta años, puede que incluso no sea comprendido plenamente.
Pero es que todo es coyuntural... la propia vida humana es coyuntural, de duración determinada (aunque imposible de predecir), algo que, para aquellos que, como los personajes de Coupland, estamos ensimismados con la misma, nos deja boquiabiertos sin comprender nada. Esto, puesto con palabras más técnicas, es una de las formas más vulgares de la angustia existencial, esa opresión que sentimos en el pecho al ver que nuestras vidas se van degradando sin posibilidad de solución. Tal y como lo estoy pintando, daría la impresión de que las novelas de Coupland son deprimentes, pero no llegan a serlo tanto, quizás los personajes, por ser tan verosímiles, son conmovedores a la par que patéticos, y sus peripecias tiene un toque cómico, tragicómico, más bien.