viernes, 4 de mayo de 2018

"El ladrón de chicles", por Douglas Coupland.

 Coupland es un autor en horas bajas. Pero la industria editorial estadounidense (que es, por extensión, la anglosajona) es poderosa, capaz de plantar un autor mediocre en el parnaso del mundo literario. Eso es lo que hicieron con, por ejemplo, Salinger, un autor mediocre que publicó cuatro novelas perfectamente olvidables pero que, sin embargo, es estudiado con arrobo en las universidades de aquel país. Douglas Coupland  tiene, en mi opinión, mayor calidad literaria que Salinger, pero tampoco es ningún "titán de la literatura". Alcanzó fama mundial con su novela Generación X, que pretendía ser la conjura de una generación, la suya ( y por ende, la mía), contra la desilusión de vivir; una generación con una educación superior a todas las anteriores, armada hasta los dientes con las nuevas tecnologías de la comunicación (el propio Douglas es diseñador gráfico) pero que se veía abocada a trabajos anodinos, de pésima calidad y masificados, lo que él acuñó en la expresión: "trabajo basura".
  Generación X salió en 1991 y supuso una llegada de aire fresco al panorama literario mundial. Además, también supuso la adopción por parte de sociólogos y otras gentes de mal vivir de ese nombre, generación x, para los nacidos en los años sesenta y setenta del pasado siglo. En todo caso, el bueno de Douglas atinó en la diana. Después del éxito, algo muy típico de esa supuesta generación marcada por el desánimo, Coupland publicó novelas menos notables, sus cifras de ventas se desplomaron y pasó a ser un poco un souffle literario, desinflándose poco a poco.
 El ladrón de chicles se publicó en Estados Unidos en 2007, cuando ya el boom de la otra novela había muerto definitivamente, y supuso un reencuentro del gran público con la prosa del canadiense. En esta novela están todas las características de Coupland: prosa rápida, de poca adjetivación, de aspecto periodístico; personajes perdidos tras haber sufrido una fuerte desilusión que los tiene ensimismados con las preguntas "¿cómo pude llegar hasta aquí?" o "¿cuándo empezó a irse todo al garete?". Es, no se puede negar, una narrativa muy coyuntural, de esa que gusta a un determinado tipo de gente en función de unas vivencias comunes, es decir, a una determinada generación. Probablemente Coupland no será un autor leído y respetado dentro de, pongamos, cincuenta años, puede que incluso no sea comprendido plenamente.
 
  Pero es que todo es coyuntural... la propia vida humana es coyuntural, de duración determinada (aunque imposible de predecir), algo que, para aquellos que, como los personajes de Coupland, estamos ensimismados con la misma, nos deja boquiabiertos sin comprender nada. Esto, puesto con palabras más técnicas, es una de las formas más vulgares de la angustia existencial, esa opresión que sentimos en el pecho al ver que nuestras vidas se van degradando sin posibilidad de solución. Tal y como lo estoy pintando, daría la impresión de que las novelas de Coupland son deprimentes, pero no llegan a serlo tanto, quizás los personajes, por ser tan verosímiles, son conmovedores a la par que patéticos, y sus peripecias tiene un toque cómico, tragicómico, más bien.

jueves, 3 de mayo de 2018

Oh, Yify!!!

Thank God, We have Yify!!

www.yts.am
A fucking pirate, that's who I'm becoming... 

viernes, 27 de abril de 2018

"Diario del gueto", de Janusz Korczak.

 Más del noventa por ciento de lo que leo es narrativa. La práctica totalidad del resto es poesía, con un poco, muy poco, de teatro y prácticamente nada de ensayo. Pero en alguna revista literaria leí sobre el tal Korczak (de verdadero apellido, Goldszmit) y este ensayo: Diario del gueto.
  Digo ensayo pero no está articulado como tal, de hecho la sensación de estar deslavazado se aprecia desde el inicio. Porque el título no puede ser más literal: es un diario de un tipo durante el gueto de Varsovia. Lo interesante está en las reflexiones que apunta en ese diario alguien que mantiene en aquellas terribles condiciones un orfanato para los más desgraciados de entre los desgraciados: los niños judíos huérfanos que, de no ser por él, habrían muerto de inanición en los primeros meses del confinamiento en el gueto. 
 Korczak era médico por formación, pero destacó como educador (sí, educador, no enseñante, que ya la mayoría no entiende la diferencia; un enseñante enseña matemáticas o lengua o sociales, un educador enseña a vivir, a respetar al otro, a ser persona...). Pues eso, el bueno del Janusz Korczak dedicó buena parte de su vida a cuidar de los más necesitados, sacando dinero de donde podía, mendigando unos pocos zlotys para poner una sopa aguada delante de cada crío. Eso es lo que se pretende demostrar este diario, la inmensamente meritoria labor de su autor... y, temo, no lo consigue.
  No consigue transmitir la importancia de su labor porque esto es un simple diario a vuelapluma. Korczak publicó bastantes libros, algunos de ensayo puro sobre la educación de niños basada en el amor y en la conmiseración (sí, he dicho conmiseración), además de cuentos, fábulas, que sirvieran para hacer entender a los más duros de corazón (aquellos que mandan) la necesidad de cuidar a los niños como el tesoro más valioso de toda sociedad. Lo que ocurre es que Diario del gueto, publicado por Seix Barral es simplemente el diario de este hombre. Apenas hay ideas sustanciosas, lo que hay es las confesiones de un hombre cansado de luchar contra viento y marea, pero no hay nada de enjundia. En mi humilde opinión, lo escrito en ese diario no justifica su publicación, algo que el propio autor, que describe en el diario su afán por publicar otros textos, nunca hubiese querido.

sábado, 21 de abril de 2018

"Relatos tempranos", de Truman Capote.

 Terminé de leer Sin novedad en el frente. No fue fácil, mi acentuada sensibilidad me ha generado pesadillas nada desdeñables con su lectura. Ahora paso a algo en las antípodas: Truman Capote. De éste leí hace años A sangre fría, no me gustó nada, me pareció estar leyendo una crónica de sucesos de cualquier tabloide. Tenía calidad, sí, pero ni el tema ni la forma de tratarlo me gustó. Los relatos recogidos en este tomo por Anagrama son de la primera época del escritor, y se nota. Según el prólogo, algunos son de su época de instituto y denotan una falta de experiencia en el oficio evidente, sin embargo, el talento está ahí, es innegable que estos cortos relatos son capaces de enganchar al lector, tienen una brillantez evidente y cuentan con unos giros que te dejan sorprendidos.
  Sus personajes son tipos con alguna que otra tara (juzgándolos, claro está, desde una posición ultraconservadora y ortodoxa). Son marginados sociales, solitarios empedernidos, vagabundos... productos, en muchos casos, de aquella Depresión del 29 que dejó tantas "víctimas colaterales", igual que la crisis que nos ha tocado vivir a muchos en este principio de siglo.
 He leído muy poco de Capote y no tengo, pues, muchos argumentos para juzgarle. Tal vez lo hice con demasiada severidad al leer A sangre fría, la cual, escrita en los sesenta, se vio influida por la llamada Generación Beat, algo que siempre me dejó frío, nunca encontré calidad en lo poco que leí de Allen Ginsberg o de Jack Kerouac.
  En todo caso, estos relatos tienen una frescura que enamora, y no tienen nada de periodístico, son literatura breve y condensada en estado puro, y, sobre todo, suponen un cambio brutal con Remarque... lo necesitaba.

viernes, 20 de abril de 2018

"Annabel Lee", Edgar Allan Poe.

It was many and many a year ago,
   In a kingdom by the sea,
That a maiden there lived whom you may know
   By the name of Annabel Lee;
And this maiden she lived with no other thought
   Than to love and be loved by me.

I was a child and she was a child,
   In this kingdom by the sea,
But we loved with a love that was more than love—
   I and my Annabel Lee—
With a love that the wingèd seraphs of Heaven
   Coveted her and me.

And this was the reason that, long ago,
   In this kingdom by the sea,
A wind blew out of a cloud, chilling
   My beautiful Annabel Lee;
So that her highborn kinsmen came
   And bore her away from me,
To shut her up in a sepulchre
   In this kingdom by the sea.

The angels, not half so happy in Heaven,
   Went envying her and me—
Yes!—that was the reason (as all men know,
   In this kingdom by the sea)
That the wind came out of the cloud by night,
   Chilling and killing my Annabel Lee.

But our love it was stronger by far than the love
   Of those who were older than we—
   Of many far wiser than we—
And neither the angels in Heaven above
   Nor the demons down under the sea
Can ever dissever my soul from the soul
   Of the beautiful Annabel Lee;

For the moon never beams, without bringing me dreams
   Of the beautiful Annabel Lee;
And the stars never rise, but I feel the bright eyes
   Of the beautiful Annabel Lee;
And so, all the night-tide, I lie down by the side
   Of my darling—my darling—my life and my bride,
   In her sepulchre there by the sea—
   In her tomb by the sounding sea.

miércoles, 18 de abril de 2018

"Sin novedad en el frente", primera parte de la trilogía de la Primera Guerra Mundial, por Erich Maria Remarque.

 Hace tres años hice una pequeña reseña de la adaptación cinematográfica de Sin novedad en el frente, dirigida en 1930 por Lewis Milestone. En esa película, fiel al origen literario, se narra la vida en las trincheras de un grupo de jovencísimos soldados alemanes que son enviados al matadero de la Guerra del 14. Ahora me adentro en la lectura del original de Remarque, un alemán que sufrió en carne propia la sinrazón humana más simiesca (con perdón de los simios, que no pueden cambiar su destino) que es la guerra. Es, por supuesto, una novela antibelicista, probablemente de las mejores que se hayan escrito, ambientada en aquella guerra de hace ya más de cien años pero que, en esencia, tiene todas las características de las guerras que han llevado a cabo un ser humano contra otro desde el principio de los tiempos y que será igual hasta el fin de los mismos.
  La trilogía, en conjunto, casi alcanza las mil páginas, pocas, seguramente, para narrar la aberración humana por excelencia: la violencia contra el prójimo. Lo más terrible de la narración, en todo caso, no es la batalla en sí misma, sino la ceguera, intencionada o no, de toda la sociedad ante la matanza. En esa malvada sociedad están los propagandistas de la muerte, aquellos que promocionan la guerra, metiendo en la cabeza de pobres estúpidos manipulables el odio al otro y conceptos tan irreales y artificiosos como el honor patrio. En la novela estos personajes están representados principalmente por un tal Kantorek, profesor de instituto de los chicos a los cuales lanza a la ignominia tachando de cobarde a aquel que reflexiona un poco y trata de alejarse de la locura. Hoy, más de cien años después, no hemos avanzado un ápice. Los conflictos sociales son inflados artificialmente hasta convertirlos en gigantescos globos capaces de arrastrar a generaciones enteras al odio y la agresión. Los maestros y profesores siguen teniendo mucha culpa por su adoctrinamiento de masas, pero más que ellos, hoy los culpables se antojan los políticos que generan estereotipos ridículos sobre los otros, que dan imágenes sesgadas o que mienten descaradamente con tal de conseguir sus mezquinos objetivos. Sí, los políticos, pero estos no llegarían a nada si no fuera por los que amplifican sus rebuznos para que puedan llegar a toda la población. Estoy hablando, claro, de los periodistas, que, instalados maniqueamente en uno u otro bando manipulan hasta la extenuación al estúpido ciudadano de a pie. Entre políticos y periodistas tienen montado un teatrillo que entretiene al público y le arrastra a donde quiera sin que se den cuenta. Para muestra véase actualmente la estupidez generalizada que ha llevado a cientos de miles de ciudadanos de este país a sacar a sus ventanas y balcones banderas de un tipo u otro, seña inequívoca de pertenencia a un grupo y de hostilidad hacia el otro... una situación social claramente prebélica.

  Bien, dejando de lado ya la maldad de unas pocas profesiones de manipuladores (obviamente cuanto más alto es el estatus político o periodístico detentado más responsabilidad se tiene), la novela es, técnicamente hablando, de fácil lectura: una prosa rápida, sin mucha adjetivación, en la que se alternan descripciones cortas y conversaciones sencillas. El ritmo, en definitiva, es rápido, lo cual casa perfectamente con la brutalidad de la guerra, que no conoce refinamiento alguno, por mucho que haya incluso militares de alto rango (los mayores simios) que hayan dedicado sesudos ensayos a glorificar el "arte de la guerra".

jueves, 12 de abril de 2018

"La luz fantástica. Una novela del Mundodisco", por Terry Pratchett.

 Segundo volumen de las novelas del Mundodisco, con los mismos personajes: el mago fracasado Rincewind, el primer turista Dosflores, el mago mandamás Galder Ceravieja... y algunos nuevos como los druidas. Un universo paralelo lleno de disparates, con un humor sarcástico que no deja de ser una burla a la insigne sociedad humana.
  A diferencia de otros escritores británicos de novela fantástica o juvenil como el admirado Roald Dahl, Pratchett no tiene un humor negro que cuesta tragar, al menos a los europeos meridionales, es un humor sarcástico pero no morboso, lo cual lo hace más potable para todos. Para mí, este tío es un soplo de aire fresco, una sonrisa sin maldad para combatir la podredumbre.
  Esto es, supuestamente, literatura juvenil. Cumple todos sus características: argumentos relativamente lineales, ausencia de sexo, personajes no muy redondos... y, sobre todo, tema fantástico por doquier. Pero si esto ha de leerlo un joven, para que lo disfrute plenamente ha de ser un joven muy leído, si no no se entienden los sarcasmos. Si no se ha leído a Robert E. Howard no se va a entender la parodia de Conan el cimerio en el personaje de Cohen el bárbaro, un anciano de 87 años que tiene que recibir una friega con linimento en la espalda cada vez que entra en combate; o haber leído a Tolkien para entender como Pratchett ridiculiza a todos los personajes míticos. Tal vez pueda compararse con El Quijote parodiando a los Libros de caballería...

sábado, 7 de abril de 2018

"Kes", por Barry Hines.

 Dentro de las diferentes disciplinas artísticas, hay pocas relaciones más fructíferas que la que se establece entre la literatura y el cine. Esto es así probablemente porque la literatura sea la intelectualización del recuerdo, como si redujéramos a un código secreto todo lo vivido; el cine, por el contrario, es la copia más exacta de lo vivido, del recuerdo, aquí no hay reducción sino un archivo en un formato duradero. Así, una novela puede ser "rehidratada" con imágenes para ser convertida en película. Es por ello por lo que es tan frecuente que los lectores seamos cinéfilos y viceversa. Esto ocurre con un escritor inglés, ya fallecido, Barry Hines, y el archiconocido director Ken Loach. Ambos colaboraron para  llevar a buen término la película Kes, trasunto de la novela homónima de Hines. Ahora la editorial Impedimenta la "vierte" al castellano.
  En realidad el título original de la novela era A Krestel for a Knave que podía haber sido traducido por algo así como Un halcón para un bribón, pero parece que el título final ha sido el de la película de Loach: Kes. Es esta una novela con tintes sociales y medioambientales. Sociales porque está ambientada en una región inglesa (Yorkshire,-región que, casualmente, conoce bien quien esto escribe-) con un empobrecimiento económico marcado cuando se produjo el declive de las minas de carbón que daban trabajo a la mayor parte de la población local; allí vive Billy, un chaval con muy poco futuro: perdido ya el tren de la enseñanza, subyugado por un hermano mayor embrutecido y una madre alcohólica. Los tintes medioambientales de la novela son precisamente el puente de salvación de Billy: su gusto por la naturaleza y especialmente por un cernícalo (en el texto se alterna de forma inapropiada los términos halcón y cernícalo, pero por su descripción parece más bien esta última especie) que lo consigue alejar de la miseria económica y moral en la que su familia está inmersa.
  Leyendo Kes es fácil recordar a Delibes. Los personajes del vallisoletano son también niños, frecuentemente pobres y con un gran interés en los animales silvestres que los circundan. En el castellano el medio es claramente rural y en el inglés es el suburbio de la ciudad, pero hay muchas semejanzas.
 Parece ser que A Kestrel for a Knave fue un gran éxito en Inglaterra, posiblemente por los dos motivos que daba antes: la relación de un chico con su medio natural y el interés social de uno de los países más desarrollados del mundo que llevaba generaciones (como poco desde la Revolución Industrial) dejando a una gran fracción de su sociedad al margen de las riquezas y comodidades de las que otros disfrutaban. Hines narra la terrible situación social, no obstante, sin dramatización alguna, solo describe fríamente las carencias del hogar, y la brutalidad de los profesores, compañeros y familiares que contrastan bruscamente con los momentos de felicidad del chico y su pájaro.

martes, 3 de abril de 2018

"La torre de los siete jorobados", de Emilio Carrere.

 Una pequeña joya de la literatura fantástica española, una rareza "gótica" en el mar realista de nuestra literatura, obra de un rara avis patrio: Emilio Carrere. En el prolijo prefacio de Jesús Palacios se asegura que esta novela no es obra completa de Carrere, sí sería el padre espiritual del argumento, pero parece que un tal Jesús de Aragón pudo haberla terminado y pulido algún capítulo. Sea como fuere, Emilio Carrere fue autor incontestable del argumento principal, así como de muchos poemas y artículos en la prensa del momento.
  La torre de los siete jorobados es una novela sin grandes pretensiones pero que engancha; su argumento es, tal vez, demasiado lineal pero no demasiado simplón; es una novela de lectura fácil y rápida, pero tiene su atractivo para un lector aficionado a la "literatura gótica", especialmente alguien que conozca bien la ciudad en la que se ambienta. Esa ciudad no es otra que mi ciudad natal, Madrid, con su Plaza de la Cebada, la Plaza del Alamillo, la Cava Baja, la Costanilla de San Andrés y tantos otros lugares de aquella vieja y maltratada ciudad. Allí transcurre la vida de un jugador empedernido (parece ser que como el propio autor), Basilio Beltrán, que es visitado por espectros del Más Allá, entre ellos el señor Catafalco, que le encargará que averigüe quién fue su asesino. La trama se complica con el descubrimiento de un Madrid subterráneo habitado en tiempos pasados por judíos.
   El texto tampoco indaga mucho más, ni en la herencia sefardita de Madrid, ni en la cábala, ni en la posibilidad de la vida futura... en realidad, es una novela de entretenimiento, no tiene afán filosófico. Uno se imagina al bueno de Carrere como alguien alegre, bohemio (en el sentido de vividor más que de artístico) y, quizá, un tanto superficial. En todo caso, su novela más notable merece unas cuantas horas de lectura.