viernes, 13 de junio de 2014

"He visto ballenas", por Javier de Isusi

 Ya lo dije: una de las mejores aspectos de la novela gráfica (vulgo cómic) es la posibilidad de tratar temas muy complejos social o políticamente hablando, tanto que a las editoriales normales les cuesta horrores sacar narrativa "tradicional" sobre esos temas; sin embargo, por ser el cómic un "subgénero menor", sí permiten hacerlo. Es el caso de éste.
  Tocar un tema delicado no significa, no obstante, que se haga desde la prudente equidistancia o incluso desde una complacencia babosa, no, se pueden defender todas las posturas y, aún así, buscar líneas de encuentro. Eso es lo que me atrae de He visto ballenas, un relato del llamado "Conflicto vasco". De Isusi lo afronta desde las actuales reminiscencias de ETA, los presos; concretamente es la, a priori, inverosímil amistad entre un etarra y un miembro de los GAL. Inverosímil la amistad por la distancia ideológica (aquí se nota la falta de equidistancia, el etarra es presentado como un luchador por la libertad y el del GAL como un simple mercenario), pero sin embargo factible relación por ser ambos personajes en un trance de la vida semejante: encarcelados, arrepentidos -avergonzados incluso- de sus actividades criminales, descarrilados de la sociedad y de sí mismos en realidad. 
  El resultado es brillante. Consiste en una exteriorización del maremágnum de pensamientos que bullen en sus cabezas. Los personajes, en verdad, se juzgan a sí mismos y a sus sociedades con una dureza notable, sin nostalgias ni sentimentalismos y, sobre todo, quitándose poco a poco los prejuicios ideológicos, lo cual les permite ver al otro como un ser humano sin condicionamientos de guerra (amigo/enemigo). Una valiente apuesta con un gran desenlace, algo que, mucho me temo, no vaya a estar generalizado en aquellos que no permiten la resolución del Conflicto vasco sin que haya vencedores y vencidos.

jueves, 12 de junio de 2014

Inciso cinematográfico: "The Invisible Woman", dirigida por Ralph Fiennes

 Me resulta difícil permanecer indiferente a cualquier película basada en autores o temas literarios, pero cuando atañen a la llamada "Literatura victoriana" ya si que no dudo. Es el caso de The Invisible Woman, dirigida y protagonizada por Ralph Fiennes, basada en la novela de Claire Tomalin.
  Vaya por delante la admiración que siento por la gran producción que supone la película, ignoro cual fue su presupuesto que estimo alto, pues la fotografía, el atrezo y la caracterización de los personajes te mete directamente en la "época dickensiana" sacándote de la mezquindad de la época en que nos ha tocado vivir. Tal vez esa ambientación sea lo mejor. El argumento podría clasificarse de "metaliteratura", pues comenzando con la anodina vida marital de Charles Dickens con su pasiva e indiferente mujer, continúa con el enamoramiento de éste por la joven actriz Ellen Ternan, las reticencias de la joven por ser una simple querida del famoso autor, a la ruptura de la coyuntural pareja, todo aderezado con numerosas referencias a las principales obras del escritor. 
  La actriz principal, Felicity Jones, actúa con corrección sin llegar a emocionar. En realidad todos los papeles son fríos, preñados de la archiconocida flema británica elevada a la enésima potencia por referirse a la Era Victoriana. Ralph Fiennes está igualmente correcto, nada que ver con sus extraordinarios trabajos en Spider, El paciente inglés, La lista de Schindler o Cumbres borrascosas. También pasable está, aunque con su atractiva elegancia a la que estamos acostumbrados, Kristin Scott Thomas, en el papel de la madre de la protagonista, también actriz.
  En realidad la película no es una de las grandes obras del séptimo arte, es, ya dije, una excelente producción desde el punto de vista de la ambientación (mérito sin duda de la BBC); tiene un elenco sin tacha pero sin gloria; y un argumento interesante pero que no engancha, pues se podría haber incursionado más en la extraordinaria sensibilidad social que Dickens desarrolló en la totalidad de sus obras y que supusieron, en mi opinión, el encumbramiento del autor en aquella época y en posteriores. He de reconocer, no obstante, mi envidia por la frecuencia y calidad con la que los cineastas de la "pérfida Albión" recuperan a sus clásicos, ya quisiéramos que se produjera lo mismo en nuestro mentado país.

miércoles, 4 de junio de 2014

Ahora leyendo: "Majestad caída" , de Luis Antonio de Villena

 Es curioso, en la breve presentación biográfica de Alianza Editorial se retrata al autor de la siguiente forma: "cultiva la narrativa, el ensayo, y el periodismo, pero a él le gusta calificarse como poeta". Es una descripción peculiar, pues nadie calificaría a de Villena como otra cosa que no fuera poeta... quizás esteta, pero principalmente poeta; cierto que ha publicado narrativa -la breve novela que tengo en mis manos es prueba de ello-, y ensayo y periodismo -modernamente mezclados de forma inseparable-, pero no cabe duda de que es poeta por encima de todo.
  Esta breve novela, décadas atrás hubiera sido denominada relato, es una peculiar narración que integra la azarosa vida del poeta y pintor Aníbal Turena en las postrimerías de la Guerra Civil con los esfuerzos del propio narrador (trasunto de de Villena) en la búsqueda de información al respecto. El personaje es, tal vez, otro imaginado álter ego del autor, pues es, también, esteta, algo decadente, exquisito y, por encima de todo, homosexual. 
 En las distintas características que marcan a un escritor y por ende a todo ser humano, la orientación sexual es, sin duda, una de las más importantes, pero mientras para algunos es algo más íntimo, casi silente, para otros es algo omnipresente, verdaderamente definitorio de sí mismo. Este es el caso de Luis Antonio de Villena, cuya obra, poética o narrativa, siempre está preñada de personajes homosexuales, con una presencia de "efebos espartanos" -como los llama el autor- muy frecuente.
   En cuanto a las formas, la narrativa de Luis Antonio de Villena es mucho más accesible que su poesía (aunque esta tenga tantos estilos al haber sido escrita ya en tantas décadas). Es una prosa rápida, casi periodística, sin la ampulosidad y barroquismo de la poesía (sobre todo aquella propia de su juventud, la del poemario Sublime solarium), los personajes, además de la persistente referencia a la homosexualidad ya citada, están delineados sencillamente, sin profusión de datos psicológicos. La búsqueda de la excelencia artística en cualquier aspecto de la vida es otra constante en su prosa, por eso le citaba antes como esteta. Supongo que, ante tal "necesidad" de búsqueda de lo bello, la narrativa, con sus prosaicas e incluso zafias necesidades de continuidad, es menos interesante que la poesía, que por su extrema sencillez, permite una mayor recreación estética.

Odilon Redon

 La tan denostada labor editorial (al menos desde el punto de vista del escritor) tiene unas enormes oportunidades de difusión cultural, algunos la aprovechan, otros, claro está, utilizan su actividad meramente para ganar dinero. Afortunadamente en España existen algunas editoriales relativamente pequeñas que entienden esta importante labor cultural, estoy hablando de la editorial Valdemar.
  Gracias a la literatura, los "letraheridos" como el que esto escribe descubrimos y habitamos mundos que la mayor parte de esta mezquina sociedad humana desconoce y que nos permiten seguir alentando contra viento y marea. Y gracias también a el trabajo editorial bien entendido al que antes hacía referencia descubrimos a pintores que son capaces de plasmar esos mundos ominosos que pueblan nuestras queridas pesadillas, así, Valdemar nos regala sus portadas con notables obras, de esta forma conocí a Odilon Redon.
  Rezan las biografías oficiales que Odilon Redon fue un pintor francés considerado postimpresionista con varias etapas en su actividad, alguna de ellas, especialmente aquella que utilizaba la técnica del carboncillo, que ha marcado notablemente a otras grandes figuras de un arte tendente a lo oscuro, lo siniestro.
  Es muy probable, que el propio Redon hubiera sido influido por otros grandes como nuestro inmortal Goya y sus "caprichos" y "pinturas negras".

domingo, 1 de junio de 2014

Inciso cinematográfico: "Shine", dirigida por Scott Hicks

 En España se tituló El resplandor de un genio, y tiene entre sus máximos atractivos el Oscar  de 1997 que ganó en la categoría de mejor actor protagonista Geoffrey Rush. Ese premio y la devoción que siento por el australiano me incitó a visionarla... ¡decepción!
  La cinta narra la historia del que es considerado uno de los mejores pianistas de la historia, el australiano David Helfgott, quien destacó además por su complicada vida, debido a la enfermedad mental que le asedia desde la juventud. No es una película con muchos recursos cinematográficos: no hay, por supuesto, efectos especiales, no se busca un rodaje artístico, no hay nada efectista. Es una biografía de corte realista.
 Lo más ajustado a la verdad es decir que es una película correcta, sin grandes ambiciones pero sin excesos o defectos, sin embargo me ha decepcionado un tanto la actuación de Rush.
  El australiano es para mí, ya lo he dicho hasta la saciedad, uno de los grandes, capaz de hacer verosímil cualquier registro por variado que este sea, no obstante, aquí no me parece destacable. Quizá sean estos papeles de enfermos mentales y discapacitados que, por muy bueno que sea el actor, siempre parecen demasiado histriónicos, un tanto desproporcionados. Es probable  que esta misma película con un actor de menos categoría que Rush hubiese caído en lo ridículo e incluso chabacano, pero incluso él me ha parecido un tanto excesivo.

sábado, 31 de mayo de 2014

A vueltas con las lenguas y los nacionalismos

 Lo dejó claro el Nobel Vargas LLosa: "el nacionalismo es una tara, un regreso a la tribu". Tiene razón, los nacionalismos, en todos los ámbitos, suponen la diferenciación entre el yo/nosotros y el tú/vosotros, es decir, una confrontación humana clásica, aquella que ha provocado millones de muertes, guerras, catástrofes... Lo terrible es que este principio también se aplica a las lenguas, que son utilizadas de forma torticera para enfrentar a unos contra otros. Toda lengua ha de tener, parece, una adscripción nacional que enorgullezca a unos y ofenda a otros... Yo me expreso en español o castellano. Ambas denominaciones hacen clara referencia a entidades político-administrativas: España y Castilla. Toda vez que nuestra lengua se extendió por otros continentes, surge el conflicto: he oído a nacionalistas del otro lado del charco decir que hablan en "argentino" o en "mejicano", ¿tiene esto sentido? Quizá no, pero tal vez tampoco decir que un indígena de Chiapas habla la lengua de un territorio, Castilla o España, situado a miles de kilómetros de su hogar.
 En España, concretamente, surgen los mismos problemas: hasta hace no muchas décadas se defendía la denominación "andaluz" como lengua diferenciada para la variedad dialectal hablada más al sur de Despeñaperros. Algo semejante ocurre con el valenciano, que los lingüistas (al menos los no comprados con altos cargos autonómicos) siguen considerando una variedad dialectal del catalán, pero los valencianos, puede que con razón, no entienden que hablen catalán si no se sienten catalanes... Lo mismo que los argentinos que no siendo españoles no consideran que su lengua sea el español.
 Si no hubiese tan clara referencia geográfica-política en las denominaciones no surgiría tal problema. Es, por tanto, una cuestión de nacionalismos aplicado a la lingüística.
 En tiempos medievales, en nuestro vecino del norte, se hablaban dos lenguas que llamaban "langue d'Oïl" y "langue d'Oc" según dijeran "sí" como "oïl" o como "oc"; posteriormente esas lenguas se conocerán como francés y occitano, haciendo inevitable esa referencia nacionalista, pero , ¿acaso es una denominación más exacta? No, son nombres más estrechos, pero no más exactos, de hecho, en mi opinión, la denominación primitiva era más hermosa en su sencillez y nadie se podía sentir ofendido por creerse o no francés u occitano.
 Análogamente, en nuestro país, hay cuatro lenguas oficiales que, según esta nomenclatura nacionalista reciben los nombres de gallego, español o castellano, vasco y catalán, con los correspondientes conflictos de chovinismos territoriales que esto acarrea. ¿No hubiera sido posible buscar unas denominaciones no nacionalistas? Se me ocurre que se podría sustituir gallego por "lingua", así no habría inconveniente para que asturianos y bercianos la usaran sin sentirse gallegos; español o castellano por lengua; "hizkuntza" para el vasco, se superan así los obstáculos para que la usen los navarros que no se sienten vascos; y "llengua" para el catalán, no más cuestiones con los valencianos o baleares. Así, según los territorios, los carteles, por ejemplo, habrían de rotularse en "lingua", "llengua" o "hizkuntza" además de en lengua; así se sortean las estrecheces provocadas por esa desafortunada nomenclatura nacionalista.
 No obstante, y conociendo la afición humana a destruirse el uno al otro, tal afán de evitar conflictos está irremediablemente condenado al fracaso.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Metaliteratura, autocrítica y Vila-Matas



A vueltas con Exploradores del abismo, me ha agradado sobremanera el cortísimo cuento La gota gorda, sobre todo por el preciso conocimiento que tiene de su técnica literaria el autor. Lo malo es que, quizá como táctica de supervivencia, Vila-Matas atribuye las críticas a sus "odiadores", aquéllos que no gustan de sus enrevesadas reflexiones intelectuales, de esa profusa inacción que rezuman sus novelas; le echan en cara no contar historias humanas, de alegría y tristeza, placer y sufrimiento, esperanza y desasosiego... Mucho me temo que yo me podría incluir entre ésos que injustamente llama "odiadores". Es injusto tal mote porque la crítica a Enrique Vila-Matas, esa que dice que a sus novelas le falta que "pase algo de verdad", parte de la creencia de considerarle uno de los más dotados escritores actuales en nuestra lengua, alguien que ha demostrado sobradamente una capacidad narrativa sin parangón, un "gran escritor". Por tanto la sensación que se tiene, al menos yo tengo, al leer sus novelas es de verdadero desaprovechamiento de un excepcional talento en unas cuestiones, las meramente metaliterarias, que nos gustan, ¡por supuesto que nos gustan! Llevamos todas nuestras vidas leyendo; enamorándonos de personajes literarios, queriendo ser ellos; admirando más de lo que un adulto quisiera reconocer a distintos escritores y distintas formas de escribir según vamos avanzando en nuestra existencia... Pero que nos llenan completamente: seguimos queriendo que haya una trama fuerte y definida, un argumento claro con un principio y final. Sé que hoy son legión los que piensan que la novela tradicional, en el sentido decimonónico, el de Zola o Balzac, ha periclitado, pero yo todavía me resisto a creerlo, sigo disfrutando enormemente con una novela cuyo argumento me engancha y que me deje sorprendido o meditabundo tras acabarla.

 En otra entrada de este blog hablé del estilo literario de Georges Perec -gran maestro del catalán-, estilo que subyuga por su maestría, capacidad de juego y entrelazarse hasta el infinito, pero que carece de ese mordiente de una buena historia que me lleve a la reflexión para tratar de mejorar, si eso fuera posible, este atribulado mundo o, en su defecto, mi mundo. Lo paradójico es que Perec tenía mucho que contar y reflexionar: su biografía, la de su familia en realidad, ya es sabido: su padre murió en desigual combate con las fuerzas de ocupación nazis y su madre acabó siendo detenida por la Gestapo y enviada a un campo de concentración donde sería asesinada por el terrible pecado de haber nacido en una familia adscrita según los racistas hitlerianos a una "raza inferior". ¿Qué hizo intelectualmente Georges Perec con esa inmensa losa que cayó sobre él? ¿Lo guardó en lo más profundo de su subconsciente, lo soterró bajo toneladas de convenciones sociales? Para muchos de nosotros, escribir tiene una función terapéutica, nos libera -o al menos nos hace soportables- nuestros demonios particulares; pero, además, nos permite aclarar nuestros enrevesados pensamientos. ¿No necesitó hacerlo nunca Perec, no necesita hacerlo Vila-Matas?
 Me parece banal la discusión sobre la utilidad de la literatura: si es parte del Arte por hacernos sentir de forma especial, si nos hace reflexionar, si es un mero entretenimiento, si nos mejora como seres humanos... cada uno sabrá o intuirá por qué lee o escribe; pero, a pesar de parecer dogmático, pienso que la literatura tiene que elevarnos, aunque sea mínimamente, del pozo fangoso en que se ha convertido la sociedad humana y sus convenciones. 

martes, 27 de mayo de 2014

Ahora leyendo: "Exploradores del abismo", de Enrique Vila-Matas

 ¡Qué decir de Vila-Matas! Uno de los más amados/odiados gigantes de nuestras letras contemporáneas. Como es habitual entre sus lectores yo también albergo sentimientos encontrados sobre su obra.
  Si todo escritor es un producto a vender por su editorial tanto como su obra, Enrique Vila-Matas es presentado como un tipo erudito, lector voraz, "letraherido" -esto lo dice él mismo- y tremendamente intelectualizado. Las editoriales, verdaderas expertas en la venta y promoción de sus productos, acaban por agotarme con su impasible sonrisa de político, especialmente cuando se dedican a su "magna labor cultural". Tal vez sea esta la razón por la que apenas leo literatura contemporánea, porque me siento arrollado por un mundo y medio de maestros de lo comercial y sus mezquinas, audaces y eficaces técnicas. También cuando venden a Vila-Matas.
  Y lo peor de todo es que los escritores son víctimas inocentes del sistema. Vaya usted a saber cómo es el tal Vila-Matas, puede, incluso, que sea alguien espontáneo, campechano e impulsivo...
 Exploradores del abismo es un conjunto de relatos en los que los, aparentemente, trasuntos del escritor recapacitan sobre su vida, su actividad, sus metas, como dice el título, al borde del abismo. Veremos, o mejor dicho, leeremos...

sábado, 24 de mayo de 2014

Inciso cinematográfico: "A nagy füzet" (El gran cuaderno)

 Hay películas que son más cómodas de ver que otras. No me refiero, por supuesto, a los "pastelotes" inverosímiles de Disney en las que los buenos buenísimos "son felices y comen perdices" mientras los malos malísimos mueren y son olvidados, ni tampoco a esas películas bélicas de glorificación militar, no. Me refiero a otras películas más realistas, más verosímiles, verdaderas películas honestas pero que dejan siempre un final un tanto almibarado con concesiones al sentimentalismo o incluso a la nostalgia. Ese, desde luego, no es el caso de la película húngara dirigida por János Szász, A nagy füzet, que ha sido traducida al castellano como El gran cuaderno.
  Esta es una película verdaderamente inquietante, de esas que te dejan una zozobra emocional notable (si se tiene sensibilidad para el sufrimiento ajeno, claro, eso excluye a la mayor parte de la humanidad). El argumento está ambientado, una vez más bendito filón literario y cinematográfico, en la Segunda Guerra Mundial, en Hungría. Dos hermanos gemelos son dejados por su madre con su abuela en una zona rural, aparentemente para protegerlos de la brutalidad de la guerra; pero allí se encuentran con la brutalidad de la vida, encarnada en una abuela que los desprecia y maltrata, por unos vecinos que les roban y malean, y por unos ocupantes nazis que son... ¡qué vamos a decir! Total, el mundo de estos chicos de trece años se cae a pedazos, todo es una mierda, los malvados perduran, los buenos perecen, ¿cuál es la reacción de los chicos? Endurecerse. Pero endurecerse "a lo bestia", ser más malos que los malos, matar a los que matan y a los que no... 
 Puede que haber visionado la película en versión original (subtitulada en inglés) me haya reforzado la crudeza de la misma, llegando a la extenuación por la maldad, pero creo que era el efecto buscado por el director.
  Horas después de haberla visto, creo entender su sentido. Es una película que narra la guerra y lo que provoca en los seres humanos sin ningún sentimentalismo. Aquí no hay buenos ni malos, en una guerra, todos, absolutamente todos se convierten en malos. El resultado es escalofriante, no tanto por su violencia como por su verosimilitud. Una vez más, si se tiene la suficiente sensibilidad e inteligencia, una obra cinematográfica (como tantas literarias) sirve para "escarmentar en cabeza ajena" y tratar de encauzar la vida fuera de toda violencia.
 Esta película fue merecedora del Gran Premio Globo de Cristal en el Festival de cine de Karlovy Vary.

viernes, 23 de mayo de 2014

Ahora leyendo: "Off-side", de Gonzalo Torrente Ballester

 Si tuviera que elegir una obra narrativa que haya marcado el paso de mi adolescencia a la juventud probablemente citaría la trilogía de Los gozos y las sombras, tanto por la intensidad y las veces que la leí como por la sensación de identificación que sentía con el personaje principal -Carlos Deza-. Lo curioso es que apenas he leído más de Torrente Ballester, solo y ya en mi tardía juventud La saga/fuga de J. B. y Filomeno a mi pesar. En realidad no sé por qué no indagué más en la obra del escritor ferrolano-salmantino como sí hice con otros como Delibes o Cela. Lo cierto es que comienzo con otro "grueso volumen" de aquel autor: Off-side.
  De primeras, apenas llevo medio centenar de páginas, me ha sorprendido el cambio de registro social: de la cambiante pero "blanca" (en el sentido de "respetable") sociedad de Pueblanueva a un Madrid canalla con putas, homosexuales y chaperos. Las formas también cambian: la predominancia de la narración en Los gozos y las sombras se sustituye ahora por una técnica descriptiva muy marcada.
 Off-side se publica en 1969, con un autor ya consagrado por la susodicha trilogía y disfrutando, según reza en las guardas del libro, de una beca de la Fundación Juan March, es, por ello, sorprendente el "atrevimiento" del autor por mostrar sin tapujos lo que todo el mundo sabe que ha existido, existe y existirá en este bendito país que en aquellos años, como todos sabemos, era la "reserva espiritual de Occidente".