lunes, 18 de diciembre de 2023

"Hamlet", de William Shakespeare.

  La tragedia existencialista por excelencia. ¿Quién no ha declamado en broma alguna vez aquello del Ser o no ser, esa es la cuestión? Sin embargo, leyéndola en el siglo XXI no me queda tan claro por qué es la obra más famosa de todos los tiempos. Quiero decir, no acabo de encontrar el vínculo con el hombre corriente contemporáneo. Vamos, está claro que es atemporal, los sentimientos que explora (la concepción trágica de la vida, la traición, la venganza, la muerte, el suicidio...) acompañan al hombre desde que el australopithecus se bajó del árbol y lo acompañarán hasta que se aniquile a sí mismo, pero siento más cercano a Quijote o a Sancho (y no creo estar pecando de patrioterismo cultural), pues sus vidas se asemejan más a las nuestras, sus decisiones y aventuras son más extrapolables a cualquier época y lugar. Supongo que el hecho de que el inglés se haya erigido como la koiné, la lengua franca de nuestro tiempo ha tenido mucho que ver; eso, unido a que todo estudiante anglófono ha de leerla, estudiarla y, frecuentemente, representarla, hace que forme parte de la cultura popular universal. 
 Es un drama en cinco actos, muy desiguales en longitud entre sí, con acelerones y ralentizaciones en su tempo (así lo he sentido yo). Como dicen sus estudiosos, esta obra también acaba con unas líneas anticlimáticas que rebajan la tensión anterior, en este caso, tras las trágicas muertes de Hamlet, Laertes, Claudio y Gertrudis, todo acaba con una conversación más trivial entre Horacio y Fortimbrás.
 Argumento. Acto I: se presentan todos los personajes, el príncipe Hamlet, hijo del recientemente fallecido (asesinado) rey Hamlet; Horacio, su amigo y confidente, símbolo de cordura y sensatez; Claudio, rey de Dinamarca, asesino de su hermano Hamlet; Gertrudis, reina, casada con el asesino de su marido; Polonio, chambelán y verdadero hombre fuerte del reino; Laertes, hijo de Polonio y aspirante al trono; Ofelia, hermana de Laertes y enamorada de Hamlet; así como otros personajes secundarios. También se aparece el fantasma del rey asesinado, principalmente a Horacio y a Hamlet a quienes informa de cómo fue asesinado por su hermano Claudio al verter un veneno en su oído mientras dormía.
 Acto II: Se muestra al chambelán Polonio como un intrigante maquiavélico que controla a todos en Elsinor. Hamlet, monologa sobre el sentido de la existencia, la brevedad de la misma y la estupidez de la ambición humana. Por contraposición, Claudio, Gertrudis y Polonio tratan a Hamlet de loco, y maquinan apartarlo de la corte enviándolo a Inglaterra. Esta alternancia entre locura y melancolía de Hamlet se desarrolla durante toda la obra, siendo el propio príncipe quien la alimenta comportándose de modo irónico y descabellado.
 Acto III: Continúan las maquinaciones; Hamlet expone su famosísimo soliloquio, monólogo teatral por excelencia del que antes hablaba. Luego, Ofelia y Hamlet se encuentran, insinuándose ésta y rechazándola aquél. Unos actores llegan a la corte danesa y  Hamlet les da un drama para que lo representen que es, en realidad, lo ocurrido en el castillo de Elsinor. Los reyes deciden enviar a Hamlet a Inglaterra, desembarazándose así de su amenaza; en la conversación entre Gertrudis y Polonio, éste abronca a la reina y se esconde tras unos tapices al llegar Hamlet. Hamlet, trata de incestuosa a su madre, ésta pide socorro a gritos, saliendo Polonio en su ayuda, momento en que Hamlet apuñala mortalmente al chambelán.
 Acto IV: La locura de Hamlet es el tema principal en el castillo. El príncipe se comporta como un enajenado delante de su tío, el rey, iniciando otro soliloquio sobre la futilidad de la existencia. Hamlet es enviado a Inglaterra mientras los hijos de Polonio encajan muy diferentemente la muerte de su padre, Laertes se muestra iracundo y vengativo, mientras Ofelia queda absorta y enajenada. Horacio recibe noticias sobre Hamlet, su barco ha sido atacado por piratas y vuelve a Dinamarca. Claudio y Laertes planifican la venganza, planeando matar a Hamlet por diferentes métodos. Ofelia, trastornada, se suicida ahogándose en un cenagal.
 Acto V: Los enterradores de Ofelia se burlan de los nobles al tener estos el mismo fin que los campesinos; Hamlet se reúne con los enterradores y encuentran la calavera de Yorick, el bufón; de nuevo otro monólogo sobre la vida (sic transit gloria mundi). La última escena es la resolución trágica al conflicto: Laertes se ha de batir en duelo con Hamlet, será a la primera sangre (no a muerte); pero Claudio tiene otro plan: trae vino para que beba Hamlet tras ganar a Laertes, pero lo ha envenenado, además, ha impregnado en veneno los dos floretes del duelo. Tras haberse herido superficialmente los contendientes, Gertrudis bebe sin saber del vino envenenado, muriendo rápidamente. Hamlet, herido y emponzoñado, descubre el plan de Claudio, y lo mata de una estocada. Finalmente mueren Laertes y Hamlet.
 Hay que recordar que ya en tiempos de Shakespeare las representaciones teatrales eran para todo tipo de público, desde los nobles y burgueses que iban a palco al resto de los mortales que iban a localidades de a pie, digo esto porque hoy podemos equivocarnos y pensar que las tragedias shakesperianas eran obras áureas destinadas a las clases superiores, cuando, en realidad, la plebe también era espectadora. Por ello, aunque se desarrollen mayoritariamente sus acciones en altos palacios reales, son obras entendibles por todos. Fue quizá la gran aportación (además de los personajes y obras inmortales, claro) del teatro renacentista inglés (teatro isabelino lo llaman ellos), que fue un teatro sin clases que funcionó como un verdadero nivelador social que alcanzaba de los príncipes a los campesinos. Hoy sigue tan en boga como hace quinientos años, sirviendo como verdadera piedra de toque a la existencia y pensamientos humanos.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Fragmento de la escena III, acto IV de "Hamlet", de William Shakespeare.

 Como sabéis, el gusano es el auténtico emperador de la dieta. Nosotros cebamos animales para cebarnos a nosotros, y nos cebamos a nosotros para cebar a los gusanos. Un rey gordo y un flaco mendigo no son sino mesa variada, dos platos, para un mismo mantel. Ese es el fin de todo.

viernes, 15 de diciembre de 2023

"El mundo de cristal", de J. G. Ballard.

  Me encanta descubrir autores nuevos para mí, adentrarme en obras prolíficas como quien se adentra en una selva virgen... Así he encontrado autores poco conocidos por el gran público pero que son verdaderas joyas en bruto. Bien, James Graham Ballard no entra en ese grupo. De este tipo sabía muy poco: que es autor de una novela autobiográfica llamada Empire of the Sun (literalmente traducida al español como El imperio del sol) que fue después llevada al celuloide por Steven Spielberg; también es autor de una novela cuya adaptación cinematográfica fue más famosa que el texto original, Crash, (creo, por cierto, que esta película dirigida por Cronenberg es la peor película que he visto jamás); y, por último, que tuvo un cierto éxito en su país como autor de novelas de ciencia-ficción, principalmente distopías catastrofistas. En este último grupo se encuentra la novela que reseño. Tirando de biblioteca pública para que no sea gravoso para mi bolsillo, no encontré la autobiográfica, la de Crash ni se me pasó por la cabeza coger, así que me decidí por una que no tenía muy mala pinta, ésta:
 Y, por lo que he sacado en consecuencia tras leerla, me equivoqué. Es francamente mala.
 Argumento: Un tal doctor Sanders, vicedirector de una leprosería en la jungla de Camerún, se adentra en la misma para visitar a unos amigos, también europeos, que dirigen otra leprosería más dentro de la selva por la que sólo se puede avanzar por vías fluviales. Pero ahora parece que todo está cambiado: hay una extraña luz que parece emanar de la frondosa vegetación; en realidad es la propia luz solar que se escinde en los colores del arcoíris puesto que toda superficie vegetal se está recubriendo por cristales. Sin que se sepa cómo, cualquier objeto que esté en contacto con esas plantas se recubre poco a poco de cristales, pero no cristales cualquiera, sino cristales preciosos como diamantes, rubíes, zafiros o esmeraldas. Los animales e incluso los humanos tampoco parecen escapar a esta suerte de maldición semejante a la del rey Midas. En esta situación, la codicia anida en el corazón de los hombres y son varios, entre ellos el propietario de una mina, Thorensen, los que ya calculan por millones sus beneficios. Edward Sanders, el protagonista, hará un viaje de ida y vuelta a esa jungla que se está cristalizando, escapando él mismo de milagro de convertirse en un objeto de decoración...
 Y eso es todo. El argumento es tan ligero que parece la trascripción de una pesadilla nocturna que no valdría ni para un concurso de relatos de Bachillerato. No hay un final contundente ni siquiera definido. Los personajes están muy deficientemente desarrollados, lo cual los hace inverosímiles.
 En fin, una novela flojísima. Es la primera (y, claramente, la última) novela que leo del tal Ballard, quizá haya elegido mal y tenga otras narraciones de más calidad. Digo esto para no ser totalmente injusto. En todo caso, no aconsejo su lectura.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

"Snuff", una novela del Mundodisco, de Terry Pratchett.

  Trigésimo novena novela (y antepenúltima) de la serie literaria del Mundodisco; perteneciente al llamado "arco argumental" de la Guardia de la ciudad, con Samuel Vimes como protagonista principal. De nuevo, como siempre en Pratchett, el argumento, de fantasía pura, es lo de menos, los temas por el contrario son lo importante. Son alegorías sobre nuestra sociedad, tratada siempre con humor irónico para denunciar sus estupideces y sinsentidos. Así, los personajes habituales (trasgos, enanos, trolls, hombres lobos, vampiros o humanos) son en realidad personajes propios de la sociedad humana, con sus pequeñas virtudes y sus inmensos defectos. Pero, claro, también se puede leer de forma superficial, sin llegar a entender esto, con lo cual estaríamos ante narrativa de fantasía sin más. La mayor parte de los lectores se encontrarían en este caso y son los que calificarían las novelas de Pratchett como "literatura juvenil". No estoy en contra de esa lectura, cabe todo, pero se están perdiendo el divertidísimo guiño que hace el autor inglés a los lectores adultos.
 El argumento de Snuff es el siguiente: el comandante de la Guardia de Ankh-Morpork, Samuel Vimes, es un adicto al trabajo. Su esposa, lady Sybill trata de alejarlo temporalmente del despacho (aunque el comandante es más de patear las calles) y llevárselo a la mansión familiar en el campo, con todos sus sirvientes y protocolos. Vimes es ajeno por origen familiar a su nueva situación social, no lleva bien eso de tener sombras que tratan de atender sus más mínimos deseos, mayordomo, chófer, limpiadoras... pero no tiene más remedio que aceptarlos. Con todo, lo que peor lleva es no ejercer de policía, algo que lleva en la sangre; así que, como sin quererlo, empieza a indagar que se cuece por esos andurriales campestres, que siempre parecen estar en calma pero ocultan grandes tragedias. En efecto, acaba por toparse con un cadáver, pero no con un asesinato (de primeras), pues el cuerpo es de un trasgo, criatura que no es considerada humana y por tanto carente de derechos. Ayudado por su mayordomo Willikins, Vimes va tirando del hilo y acaba por descubrir que los trasgos son capturados y llevados en infectos barcos a la región de Howondalandia para que trabajen como esclavos en las plantaciones de tabaco. Por otro lado, el comandante descubre que los trasgos, aun siendo seres sucios y primitivos, son capaces de tener sentimientos y crear belleza e incluso arte. El negocio del tabaco da pingües beneficios a la nobleza y burguesía locales, que son los primeros interesados en mantener a los trasgos como animales irracionales. Finalmente, Sam Vimes liberará a los trasgos esclavizados y promoverá la inclusión de esa especie entre los seres sapientes con derechos.

 Con ese argumento es evidente que los temas tienen que ver con el respeto al diferente, la esclavitud, los derechos humanos universales... Es fácil ver relaciones entre los trasgos raptados y esclavizados en plantaciones de tabaco y los negros que, en siglos pasados, eran igualmente raptados en África y esclavizados en plantaciones de algodón en América; igualmente es fácil ver relaciones de las discusiones sobre si los trasgos son merecedores de respeto y derechos con las discusiones que hubo en siglos anteriores sobre si los indios americanos eran hijos de Dios y, por tanto, también merecedores de respeto y derechos.
 Así, como antes decía, todo es una alegoría de la sociedad humana, con un sentido del humor muy fino que nos permite pensar y mejorar como personas mientras nos divertimos al leerlo.

sábado, 9 de diciembre de 2023

Inciso cinematográfico: "A Double Life", dirigida por George Cukor en 1947.

  A Double Life es una película para amantes del teatro y el cine, para espectadores avezados que conocen sobradamente argumentos y temas de obras de teatro clásico como Othello. Es también, quién lo duda, una película para lucimiento de actor protagonista; es curioso, porque George Cukor fue siempre considerado un gran director para actrices (sobre todo para Katherine Hepburn, quien consiguió sus mejores papeles en películas suyas), pero en ésta el protagonismo arrollador es para Ronald Colman. Pero la intensa relación entre el cine y el teatro, o, mejor dicho, en el teatro dentro del teatro es el argumento principal. Podría decirse que es una película "metateatral", pues es una cinta cuyo objeto final es el teatro. Es por ello que aquellos que gusten del teatro clásico (especialmente el shakesperiano, claro) disfrutarán por partida doble, ya que el actor protagonista, Colman, está extraordinario.
Imagen tomada del sitio www.imdb.com
 El argumento, en pocas palabras, es el siguiente: una pareja de célebres actores, Anthony "Tony" John (Ronald Colman) y Brita (Signe Hasso), tienen problemas conyugales debido al excesivo celo que pone él en sus actuaciones, creyéndose el personaje representado hasta el punto de convertirse en él, con todas sus características, sus virtudes y defectos. En el momento inicial, Tony está representando una comedia ambientada en aquel presente, con lo que su carácter es así mismo alegre y despreocupado, lo cual le granjea el aprecio y cariño de toda la troupe. Pero todo cambia cuando recibe la oferta de un poderoso productor teatral para interpretar a Othello, el Moro de Venecia, del bardo inmortal de Avon, mientras que su exmujer, Brita, interpretaría a Desdémona. Aquí es donde se aprecia que la película es "metateatral", pues buena parte de su metraje está dedicado a las escenas principales (sobre todo la del último acto, en el que, loco de celos, Othello acaba estrangulando a Desdémona y, tras comprender la intriga de la que había sido objeto, se suicida). Tony está espléndido en el papel de Othello, lo cual provoca un éxito sin precedentes y que la obra se siga representando durante años. Pero, poco a poco, Tony se va impregnando de Othello, o, mejor dicho, Othello se va apoderando de Tony. La pareja de actores se ha reconciliado, por otro lado, y vuelven a cohabitar. Así, la pareja vuelve a serlo por partida doble, tanto en la vida real (Tony-Brita) como en el escenario (Othello-Desdémona). Las pasiones arrebatadas del Moro de Venecia se van apoderando de él, todo lo relativo con Venecia, de hecho, acaba incluso entrando de forma casi maquinal a un humilde restaurante italiano llamado como la ciudad trasalpina en el que flirtea con una camarera llamada Pat (Shelley Winters). La relación con ella es tormentosa, llegando incluso a la intimidad de su humilde apartamento. Cuando están a punto de representar la obra trescientas veces, Tony ya está convertido en Othello a todas horas, en la escena final, el actor sobreactúa y casi estrangula a Brita (Desdémona) en la escena del "beso de la muerte". Trastornado, Tony abandona el teatro al finalizar la obra y va en busca de Pat, la camarera, tras una velada en la que el Moro de Venecia es quien lleva la rienda, el actor estrangula y mata a Pat. La policía, prejuzgando a un famoso actor que, aparentemente, no se vería nunca involucrado en el asesinato de una pobre camarera casi anónima, desestima a Tony como asesino, pero el agente de prensa del productor teatral (que, parcialmente, tomaría el papel de Casio en la obra shakesperiana), conociendo la tendencia del actor a convertirse en la vida real en su personaje, sospecha de él. Finalmente, para que se cumpla la conversión absoluta del actor en el personaje, en una representación, Tony cambia el cuchillo de atrezo con el que ha de fingir su suicidio por uno real, acuchillándose en la realidad en el escenario, muriendo poco después.
Imagen tomada del sitio www.rottentomatoes.com
 En fin, ya digo, todo muy "metatetral", el teatro dentro del cine... Aquéllos que no estén interesados por el teatro clásico, que nunca hayan leído a Shakespeare les parecerá un tanto pesado, pero disfrutando del teatro, se aprecian todos los detalles del mismo, la fidelidad de la película a la obra de teatro de Shakespeare, la verosimilitud de las escenas entre bambalinas, las labores de todos los trabajadores del teatro...
 Y luego está, como también dije, la inmensa labor de Ronald Colman, pues es una película para lucimiento de actor. Colman fue uno de los pocos actores que supieron adaptarse al cambio del cine mudo al sonoro, pues tuvo varios éxitos en el primero, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos, y, ya en el segundo país, tuvo gran notoriedad en el sonoro, con memorables películas como Horizontes perdidos, El prisionero de Zenda, Niebla en el pasado o La vuelta al mundo en ochenta días. En A Double Life (Doble vida fue traducida en español) se puede apreciar el lento pero inexorable cambio que el actor sufre, adquiriendo las violentas pasiones, sobre todo los celos, de Othello. Los primeros planos son muy frecuentes, mostrando esas pasiones en los gestos desmedidos del actor que está siendo devorado por su personaje.
 Una gran película, otra más de un grande de Hollywood como George Cukor, capaz de sacar petróleo de sus actores.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por Pablo Rus Broseta. Obras de Bartók, Ligeti y Kodály.

  Quinto concierto de abono de la temporada 23-24. La OSCYL está hoy dirigida por el joven pero prestigioso director valenciano Pablo rus; la violinista solista invitada es la noruega Vilde Frang, quien se hará cargo del Concierto para violín Nº 2 de Bartók. Hoy toca un monográfico húngaro, algo que podría parecer sorprendente si se atiende a la población del pequeño país centroeuropeo, que, contando todo el país magiar y los étnicamente húngaros en Rumanía y otros países limítrofes, apenas superan hoy los diez millones de almas. Pero, claro, hemos de tener en cuenta la privilegiada situación geográfica de Hungría, verdadera encrucijada entre el mundo germánico (con la enorme influencia austríaca, país de Mozart, los Strauss, Mahler, Haydn, Bruckner y una celestial pléyade de compositores), el mundo balcánico (con su influencia turca, palpable en cada pentagrama) y, por supuesto, su propio acervo cultural (influenciado notablemente por la música popular judía). Todo ello lleva a ese pequeño país centroeuropeo a una producción musical verdaderamente apabullante a lo largo de los siglos. Bien, pues el concierto de hoy recoge a los tres compositores húngaros más famosos de todos los tiempos: Bela Bartók, Zoltán Kodály y György Ligeti.
 Del mayor genio de la música húngara, Bela Bartók, la OSCYL escoge dos obras muy diferentes, pertenecientes, claramente, a dos periodos del autor. La primera, "Magyar Képek" (Bocetos húngaros) fue compuesta a principios del siglo XX, cuando el Romanticismo musical todavía coleaba entre los grandes compositores, sobre todo en la forma del llamado "nacionalismo musical" (mira, el único nacionalismo que no me desagrada), que incluía melodías y ritmos propios de cada país en composiciones más nobles (habría que incluir en esa corriente a los geniales Albéniz, Granados, Turina, Falla o Rodrigo entre nuestros compatriotas, o a los Dvorák, Smetana, Sibelius, Grieg, Músorgski o Rimsky-Kórsakov, ¡casi nada!). Y también habría que incluir a la primera época de Bartók. Bocetos húngaros es una pequeña obra grandiosa (valga el oxímoron), con unas melodías que acarician el alma, preñadas de danzas y melodías populares húngaras. Como corresponde a esta época, los movimientos no son nombrados en función de su tempo (andantino, allegro, adagio...), sino con las melodías y danzas que las inspiraron. En el caso de "Magyar Képek", los movimientos son: Una noche en la aldea, La danza del oso, Melodía, Un poco achispado y Danza del porquero. Como es habitual, las danzas y ritmos bailables son los más atractivos, principalmente por la exitosa combinación de música culta y música popular (o, mejor dicho, la música popular interpretada por orquestas sinfónicas).
 Pero, hete aquí, que el bueno de Bela no era un ser continuista, sino amante de la experimentación, además de un hombre de su tiempo, claro. Como consecuencia, a partir de los años treinta del pasado siglo comenzó a experimentar con un método de composición muy en boga en la época: el dodecafonismo. El dodecafonismo, ya se sabe, fue una verdadera revolución en la música culta occidental; quizá la más radical. Suponía sustituir el tonalismo, estructura básica de toda composición musical hasta el momento que implica jerarquía de una nota (tónica) sobre otra , por una igualdad absoluta entre notas. El resultado, a mi entender, es una música descabalada y estresante a más no poder. Bien, el Concierto para violín Nº 2 de Bela Bartók no es propiamente dodecafonista, pero sí incluye temas de doce tonos en el primer y el tercer movimiento. Esto rompe la eufonía natural y crea un ambiente discordante que, desde luego, no es de mi agrado. Con todo, la obra tiene momentos brillantes en las que el violín solista ha de esforzarse de manera extraordinaria. La joven violinista noruega Vilde Frang cumple las expectativas con una sobresaliente interpretación que levantó al público de sus asientos.
 La segunda mitad del concierto es para los otros dos compositores húngaros por antonomasia. György Ligeti, de una generación larga posterior a Bartók (falleció octogenario hace menos de veinte años), parece que tuvo a éste como gran fuente de inspiración. La influencia de la música popular de su región de nacimiento y crianza, Transilvania, tuvo una enorme influencia en su música. Aquella región, al margen de las leyendas que dieron lugar a una rica narrativa de terror, estaba poblada por húngaros, rumanos y judíos, cada uno con su tradición musical propia. Ligeti tenía vínculos con las tres comunidades (étnicamente judío, de nacionalidad húngara y convivencia rumana), lo que aprovecha con evidente éxito en su Concierto rumano ("Concert romanesc").
 Por último, Zoltán Kodály, que fue contemporáneo a Bartók, y aunque no será nunca tan internacionalmente reconocido como éste, recibió un mayor reconocimiento en su país (probablemente también porque vivió hasta los años sesenta del pasado siglo y se desempeñó como etnomusicólogo, grabando numerosos registros de músicas populares húngaras. La obra que propone la OSCYL hoy es Danzas de Galanta ("Galántai táncok"), que, a pesar de su nombre, no son danzas sino un poema sinfónico repleto de melodías procedentes del folclore húngaro.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

"The ABCs of Poetry", by Grant Snider (ww.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the web www.incidentalcomics.com

"Odessa", de Frederick Forsyth.

  Tengo prejuicios hacia los best sellers, creo haberlo escrito antes. Tiendo a pensar que son meros productos de  unas mentes hábiles pero mediocres, capaces de generar cientos de páginas en pocos meses sin poner en ellas corazón ni alma; esos cientos de páginas son luego vendidos como si fueran productos al por mayor... En fin, todo mucho más cercano al consumismo que al arte. Pero he de reconocer que también los escritores de superventas crean textos memorables que pueden entretener e incluso formar, y que los editores son necesarios para que podamos leer. Así que, comiéndome mis propias palabras, he leído a un autor superventas por antonomasia, Frederick Forsyth.
 Parece que Forsyth, ya octogenario, está retirado en el sur de Inglaterra, pero durante tres décadas, la de los setenta, los ochenta y los noventa ocupó los escaparates de las librerías de medio mundo con sus novelas de suspense y espionaje. Vamos, un autor que vendía libros como si fueran rosquillas. No tengo duda de que esa llamada "narrativa de suspense" o "espionaje" tienen más de lectura de evasión que de otra cosa, toda vez que el ciudadano de a pie, de vida más bien anodina, quiere leer casos apasionantes, a vida o muerte, de tipos que arriesgan sus vidas día sí y día también. Bueno, siempre se dijo que se lee para evadirse u olvidar así que... En todo caso, Forsyth parece estar más capacitado que otros para escribir novelas de espionaje, pues él mismo fue espía (si es que se puede decir esto sin reírse) al trabajar durante años para el MI6 británico, una de las dos ramas del servicio de inteligencia del Reino Unido. Tal vez por esto su éxito y que sus novelas parezcan más verosímiles.
 La supuesta mayor capacidad de Forsyth para escribir sobre espionaje y demás asuntos turbios no es baladí, hay una pléyade de escritores que lo hacen sin tener gran idea de sobre qué están escribiendo, y luego las editoriales lo venden como si fueran butifarras (lo que decía antes de la mercadotecnia). Digo esto porque hace pocos meses leí Los niños del Brasil de Ira Levin y me pareció un tanto estrambótica e inverosímil. En cualquier caso, con ambas novelas me pasó lo mismo: primero vi las respectivas adaptaciones cinematográficas y después leí las novelas. Tanto fue el éxito de ventas de estos autores que muchas novelas se adaptaban pocos años después, convirtiéndose las películas igualmente en notables éxitos de público. 
 La película homónima de la novela en cuestión se rodó apenas dos años después de la publicación del texto, fue dirigida por Ronald Neame y protagonizada por Jon Voight y Maximilian Schell. Es una película entretenida, con un ritmo trepidante en la que, sin embargo, se cambia el final de una forma un tanto estúpida.
 Bueno, la novela tiene, grosso modo, el siguiente argumento: un periodista alemán, en 1963, investiga el suicidio de un judío hamburgués. Éste dejó escrito un diario en el que consignaba su terrible internamiento en el campo de exterminio de Riga, narrando los asesinatos y torturas inmisericordes que infligían los guardianes, dirigidos por Eduard Roschmann "el carnicero de Riga"; en el propio diario, su autor, Salomon Tauber, dejaba claro porqué se suicidaba: acababa de ver al propio Roschmann por la calle, con una vida civil normal, totalmente alejado de aquel pasado criminal. El periodista, Peter Miller, tratará de encontrar a Roschmann infiltrándose en "Odessa", una organización ilegal creada por los propios nazis para facilitar la huida de los más destacados miembros de las SS. El tal Miller tiene, además de la actitud profesional, un motivo adicional para cazar a Roschmann, motivo que se desvelará al final.
 Bien, como puede verse, Forsyth mezcla realidad con ficción, algo que siempre puso en práctica. Eduard Roschmann, "el carnicero de Riga", fue el director de aquel campo de exterminio situado en la capital de Letonia en el que se asesinó a decenas de miles de judíos procedentes de Alemania; la organización "Odessa" realmente existió, promoviendo la huida de la justicia de dirigentes nazis hacia Sudamérica, España o Italia; incluye otros personajes reales como el famoso "cazanazis" Simon Wiesenthal... Pero, obviamente, nunca existió el tal Miller ni hubo una caza del nazi en Alemania. 
 Las diferencias entre la novela y la película son varias, tanto en argumento como en forma. El argumento de la película omite rasgos del periodista que dan verosimilitud a la historia: el personaje interpretado por Jon Voight es mucho más loable que el de la novela, no recurriendo nunca a la violencia (a diferencia del personaje novelesco, que llega a torturar a otro antiguo nazi, Bayer, rompiéndole dedos para que le dé una información de capital importancia); los personajes son más planos, menos redondos en la película, falta evolución, falta descripción; además, la película acaba con el asesinato de Roschmann, mientras que en la novela escapa hacia América Latina (cosa que sucedió en realidad, falleciendo, no se sabe si de muerte natural o no, en 1977). En la forma también hay muchas diferencias entre la novela y la película. La novela es más reposada, hay más reflexión y menos acción. Entiendo que esto es necesario para que la película no se convierta en un tostón, pero también resta credibilidad a la cinta. En fin, cosas habituales entre novelas y sus adaptaciones cinematográficas, que para los lectores suelen estar muy claras y orientar sus preferencias hacia la lectura en detrimento del visionado.
 Algo que, sin embargo, me ha molestado sobremanera en la novela es la pésima traducción de la versión de la Editorial Debolsillo (grupo Penguin Random House) que he leído. Pareciera que esta editorial maltratara a sus lectores (quizá no los considera suficiente formados como para darse cuenta) con una traducción del inglés que incluye desatinos como convertir "to presume" por "presumir" en lugar de "suponer", o estructuras gramaticales impropias del español como "no se mueva de junto a Roschmann" (página 374), además de palabros y palabras inexistentes varias. Tal vez no sea tan importante, pero a mí esto me saca de la concentración necesaria para la lectura, y si se repite a menudo frecuentemente llego a abandonarla.
 Bueno, al margen de la traducción, la novela es digna de ser leída. Forsyth es muy meticuloso a la hora de describir hechos y personajes del pasado, recurriendo a incisos explicativos para que el lector pueda comprender plenamente acontecimientos ajenos a su vida y así empatizar con tal o cual personaje.

jueves, 23 de noviembre de 2023

"Melmoth el errabundo", de Charles R. Maturin.

  Una de esas "grandes novelas" que cae en el olvido por el cambio de gustos en la literatura y por la vida corta y atribulada de su autor. Charles Robert Maturin fue un escritor irlandés protestante del cambio de siglo del XVIII al XIX. El mero hecho de ser protestante en un país mayoritariamente católico ya pudo suponer un hándicap notable para su difusión, su muerte a la temprana edad de cuarenta y dos años tampoco ayuda, y que dedicara buena parte de su talento creativo a la redacción de sermones anticatólicos menos todavía. Sin embargo, si todos nuestros hechos nos definen como persona, así como en la actividad principal de nuestras vidas, para Maturin, la lucha contra el catolicismo y sus supuestos errores fue una causa magna a la que dedicó gran parte de su corta existencia. En esta novela en concreto, en gran parte ambientada en España, la presentación de la religión de Roma como un anacronismo lleno de supercherías y supersticiones que acaba por hacer desgraciados a sus adeptos es una constante de principio a fin. 
 Es, por definición, una novela gótica. En sus casi mil páginas abundan los ambientes  lúgubres (conventos en ruinas a la luz de la luna, tormentas ominosas en mitad de la nada, galernas que llevan a pique varias embarcaciones, castillos encantados...), romances imposibles, apariciones de seres diabólicos y maldiciones de todo tipo. Fue un subgénero narrativo de enorme impacto en la cultura anglosajona, y, como ésta ha influido tantísimo en el resto de culturas occidentales, también en la nuestra. El gusto por los sobrenatural se inicia a finales del XVIII, pero sus coletazos no se han acabado en nuestros días; cambian un tanto las formas, pero parece que el afán de escapar de la anodina rutina diaria lleva y llevará a muchos lectores a buscar este tipo de relatos.
 Quizá la novela gótica más famosa del XVIII sea El castillo de Otranto de Horace Walpole o Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe; porque ya en el siglo XIX las novelas con esas características son  abundantísimas, quedando muchas de ellas como obras de referencia de la narrativa de terror, cabe citar Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley, La caída de la casa Usher de Poe, Cumbres borrascosas de Emily Brontë o Drácula de Bram Stoker. Desgraciadamente, Melmoth el errabundo no llega ni de lejos a la calidad de esas obras mencionadas, en parte porque tiene una estructura caótica, con saltos y cortes que dan la impresión de haber sido escrita de forma apresurada y sin las necesarias revisiones posteriores, en parte porque la narración está llena de lugares comunes y adolece de originalidad. El traductor y experto en este tipo de narrativa Francisco Torres Oliver (quien, por cierto, es el autor de la ilustración de la portada de este libro y de otros de la Editorial Valdemar) asegura que el tal Maturin tuvo mil y un problemas con sus  editores, que éstos le presionaban para que entregara sí o sí un manuscrito cuanto antes... ¡quién sabe! Lo cierto es que un texto tan largo como éste se acaba atragantando por esos fallos tan claros en la organización. Por otro lado, la prosa tan lenta, con tantas frases subordinadas, con una adjetivación  no ya abundante sino excesiva, y los cientos de circunloquios hacen de Melmoth el errabundo una novela difícil de leer hoy en día, es una novela casi diametralmente o puesta al gusto narrativo de nuestra época.
 El argumento, grosso modo, es la vida de un ser, John Melmoth que ha pactado con el diablo (curiosamente no se dice en ningún momento su nombre, se le cita como "el enemigo del hombre" o "el malo") y así llega a vivir más de doscientos años. Sus andanzas por el mundo son, no podía ser de otra forma en una novela gótica, trágicas y desgraciadas, tanto para él como para todos con los que se cruza a lo largo de casi dos siglos de existencia. Entre ellos está un tal Stranton, un inglés que viaja a España (presentada siempre como un país brutal, anquilosado y paralizado por un catolicismo pacato y opresivo) para que sus habitantes le cuenten la historia de un hereje llamado Melmoth que fue entregado a la tortura de la Inquisición. Entonces será un tal Alonso de Moncada el que continuará la narración, cayendo él mismo en tan terrible tribunal eclesiástico y pudiendo huir tras tremendas torturas y acabando en la casa de un criptojudío de Madrid llamado Adonijah que le contará otro relato, el de "la india", por hacer referencia a una india (de la India, no de América) que, criada en una remota isla asiática, será llevada a Madrid y reconvertida de Immalee a Isidora. Esta Isidora será seducida por el inmortal Melmoth, dejándola embarazada de una criatura a la que ella misma dará muerte. Sí, así de tremendo. El fin de la novela coincidirá con el fin de el errabundo, que harto de sufrir miserias se arrojará por un precipicio.
 Bueno, si esta pequeña sinopsis ha parecido un tanto aturullada y caótica, créaseme que la novela así lo es, con cambios espaciotemporales bruscos que lo dejan a uno confuso a más no poder.
 En fin, una novela cuyo peor enemigo es ella misma. Tiene, no obstante, muchas virtudes y, si se omiten los fallos estructurales, se puede uno refugiar en su lectura y disfrutar de su tempo lento y reposado.

sábado, 11 de noviembre de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Bretón, Richard Strauss y Prokófiev.

  Cuarto concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fisher, con la oboísta Cristina Gómez Godoy como solista.
 Tomás Bretón es un compositor poco representado en las salas de concierto hoy en día. Tal vez sea un prejuicio hacia el gran creador de zarzuelas (con La verbena de la Paloma como obra emblemática) y hacia la zarzuela en general. Esto último es discutible, ya que el género operístico español por excelencia ha quedado un poco "demodé", y además siempre se consideró un género chico, una opereta, nunca al nivel de la gran ópera, con mayúsculas; es decir, que muchos piensan que se trata de música popular, no música culta. Así que lo de la zarzuela se discute, pero Tomás Bretón no sólo fue compositor de zarzuelas. Bretón compuso tres sinfonías y numerosas piezas de música de cámara. Bien, pues la OSCyL ha elegido una obra que no es nada de estas tres cosas, sino una de las llamadas "óperas españolas", que no tienen el componente cómico y popular de las zarzuelas ni el empaque y seriedad de la música culta propiamente dicha. En concreto se representa la obertura de Tabaré, una ópera en tres actos que narra las complejas relaciones de los conquistadores españoles y los indígenas americanos en el siglo XVI. Tiene su componente étnico, claro, pero es perfectamente representable en un auditorio junto a obras de Strauss y Prokófiev sin ningún tipo de complejo.
 A continuación, para contrastar tal vez, uno de los compositores más representados en todos los auditorios del mundo: Richard Strauss. Esta vez se ha elegido el Concierto para oboe y pequeña orquesta en Re mayor. De la fluctuante relación de Richard Strauss con el régimen nazis se han escrito ríos de tinta. No soy dado a colaborar en la propalación de rumores, pero precisamente para esta obra sí es pertinente comentar un episodio anecdótico de su vida. Richard Strauss fue admirado hasta la idolatría en su vida dentro y fuera de Alemania. El mismo Adolf Hitler (gran villano de la Historia pero también conocido melómano) lo admiraba con arrobo. Strauss se dejó querer por las autoridades de su país como cualquiera que no quiera morir de hambre (¡qué fácilmente desprecian aquellos que nunca tuvieron éxito a los que sí lo tuvieron!), aunque nunca tuvo comportamiento racista, de hecho, mantuvo relaciones profesionales y de amistad con músicos, compositores y escritores judíos, lo cual le llevó a pasar algún apuro con los jerarcas nazis. Bueno, al asunto: tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, Richard Strauss residía en una villa de la conocida localidad bávara de Garmisch. Esta pequeña ciudad, como toda Alemania, fue ocupada y sus propiedades más señeras incautadas por las tropas de ocupación, fueran americanas o soviéticas. Cuentan que entre los oficiales que iban a requisar la casa a Strauss se encontraba un teniente americano que era oboísta en su país. Éste reconoció al compositor, se apiadó de él dejándole permanecer en su vivienda e incluso llegaron a trabar una cierta amistad. El oboísta le preguntó si había compuesto alguna vez una obra para oboe solista, el alemán respondió con un escueto "no", pero poco después compondría esta obra, el Concierto para oboe y orquesta en re mayor. ¿Es todo esto cierto, hay algo de fantasía musicológica? Quién lo sabe, pero, en todo caso, no se puede negar su curiosidad anecdótica.
 Pues eso, ayer se representó el Concierto para oboe y orquesta en re mayor, una obra menor en la impresionante trayectoria del bávaro en la que vuelve al gusto romántico al que fue tan prono en su juventud. Es una obra para disfrutar del oboe, claro, un instrumento que levanta pasiones entre los melómanos, con su capacidad expresiva casi a nivel del clarinete, pero con tonalidad más cálida. La oboísta Cristina Gómez Godoy, a pesar de su juventud, levantó al auditorio con su virtuosismo apabullante.
 Y después del descanso, Prokófiev. Del ruso también se representan numerosas obras en todos los auditorios y salas de concierto del mundo en la actualidad. Además, hay que recordar, que para estos compositores del siglo XX se abría una puerta que habría de consolidarse como las más utilizadas para ellos: las bandas sonoras de películas, lo cual aumentaba exponencialmente la capacidad de propagación de su obra en la sociedad. Y es que Serguéi Prokófiev se sentía especialmente cómodo con la música escénica, lo cual no es extraño teniendo en cuenta el gusto de la sociedad rusa por el ballet (y el enorme prestigio internacional que siempre han tenido los ballets rusos); entre los más conocidos de Prokófiev están Romeo y Julieta, El hijo pródigo, El paso de acero y la propia Cenicienta que hoy tocaron. También esta obra se vería afectada por las vicisitudes de la Segunda Guerra Guerra Mundial, teniendo que posponer su trabajo hasta el fin de la contienda. Lo representado ayer en el Auditorio Miguel Delibes fue una selección, concretamente ocho movimientos, los más destacados, claro, entre los que no podían faltar la Mazurca y el Amoroso final.