Y vuelvo, cómo no, a Joseph Roth. No me cabe duda: si hace años encontré en Primo Levi esa lectura que sosiega, consigue que se empatice con los protagonistas y el autor, y a la vez enriquece, hoy siento eso mismo con la obra de Roth. Esta vez es un pequeño relato, El Leviatán, publicado por Acantilado.
Precisamente los de Acantilado lo dejan bien claro en la contraportada: "Una vez más Joseph Roth pone su escritura al servicio de un relato que posee la sencillez de los cuentos orales y la ejemplaridad de la parábola". En efecto, es un relato sencillo, sin ampulosidad ni en la trama ni en la forma, pero tiene algo de hechizante, de atemporal, igual que una parábola bíblica, que, a pesar de las formas antiguas, es perfectamente aplicable en cualquier época.
El protagonista del relato es (algo común en Roth) un judío de la Rusia zarista, un comerciante de coral que vive una existencia sencilla, rutinaria pero vocacional; sin embargo la tentación en forma de avaricia lanzará sus redes y destruirá su ordenada vida. Es un auténtica moraleja en forma de relato, pero narrada de una forma tan fría que no se siente más que curiosidad, no siente uno rechazo ni aprecio por el comerciante de coral.
Es norma general en las novelas y relatos de Joseph Roth que sus personajes, normalmente gentes con vidas encauzadas, algunas gloriosas pero la mayoría anónimas, sufran un contratiempo terrible que los lleva a la destrucción sin escapatoria posible. Roth, siempre narrador omnisciente, no toma partido por el personaje, lo describe minuciosamente pero con indiferencia como un entomólogo que diseca un insecto sin importarle un comino la suerte del propio animal en sí.
Si se tiene sensibilidad e inteligencia suficiente (me temo que la combinación de ambas cualidades excluye a más del 99% de la humanidad) no es fácil leer a Roth, se siente uno aterido de frío por la tremenda verosimilitud con la que narra la impiedad de la existencia.