Siempre que leo literatura victoriana tengo los mismos sentimientos encontrados: por un lado la maestría formal de Dickens, Hardy, las Brönte, Henry James y compañía dan mil vueltas a lo que hoy se escribe hasta el punto de que o lo de ahora no es literatura o a lo de aquéllos se le pone un epíteto engrandecedor; pero por otro lado no puedo dejar de pensar en lo tremendamente comercial de los victorianos y las terribles imposiciones editoriales a las que se vieron sujetos y que mermó la calidad de sus obras. Dicho de otro modo: si nos plantamos en la Inglaterra de 1900 con unos cuantos miles de libras, buscamos a Hardy y le decimos: "escucha, Tom, te voy a pagar para que no tengas que trabajar nunca más y no te sometas a editores avaros, pero con una condición, rehaz todas tus novelas como verdaderamente escribiría alguien que no tiene que ganar dinero con ellas". Si se pudiera hacer tal cosa, las novelas de Hardy y Dickens especialmente (Henry James, por ejemplo, era rico, no escribía para comer) habrían salido mucho mejor, no tendrían la evidente división en capítulos para encajar en una revista semanal y el resultado final sería mucho más redondo.
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En Lejos del mundanal ruido es evidente que el bueno de Hardy tuvo que hacer de artesano de la escritura para ir dividiendo en capítulos (uno se lo imagina contando con los dedos en su mugriento estudio cuántas páginas había escrito antes de mandárselo al editor) y hacer que todos y cada uno de ellos tenga un giro argumental al final que deje al lector en ascuas y esperando que salga el siguiente número de la revista para continuar leyendo. Si lo pensamos fríamente eso es la "antiliteratura", la imposición del sistema editorial sobre el talento del escritor. Es por ello que, una vez leída la novela, se piensa: aquí quitas paja, ahondas en las descripciones psicológicas de los personajes (que no eran del agrado de los lectores de revistas de principios del siglo XX) y te queda un "novelón". Ya, pero es que ya es un "novelón", así que, fíjate tú, les tenemos que agradecer a los editores de hace más de cien años que su estúpido mercantilismo haya supuesto cortapisas y tapujos al talento literario de toda esta gente.