Ya comenté que Cien años de soledad, que para muchos de mis coetáneos ha sido la novela que más les marcó, no ejerció un intenso influjo en mí. Apreciaba su originalidad, su fuerza narrativa basada en esa extraña descripción mitad realista mitad ensoñación que los críticos llamaron "Realismo mágico", pero no me acababa de llenar. Quizá por ello, del Nobel colombiano solo había leído aquella novela y El coronel no tiene quien le escriba; para ser sincero he de admitir que es probable que tampoco me atrajera por el inmenso caudal de gentes de todo tipo y pelo que hacía elogios desmesurados de su obra, ya se sabe, cuando alguien es admirado por la totalidad de los lectores, a muchos de nosotros nos sale una vena escéptica y distante.
En Crónica de una muerte anunciada se cae el sobrenombre "mágico", pues es una novela de clarísimo corte realista, una crónica como su título anuncia. Tanto es así, que es una narración de unas vivencias de juventud del propio García Márquez que incluso llegaron a plantearle algún que otro problema legal en su tiempo. Los temas, al margen del asesinato de Santiago Nasar, acusado de deshonrar a una muchacha casadera, son la imposibilidad de luchar contra el destino ignoto que todos tenemos prefijado; la violenta sociedad en la que vivimos, expresada no solo en el asesinato sino en las tradicionales vidas de todos los personajes; el honor y la apariencia social como motor de esas vidas; y el peso todavía excesivo de las creencias supersticiosas y fetichistas. Con respecto a las formas, la novela usa una prosa rápida, más coloquial que periodística, como algo que en verdad fue parte de la cotidianeidad.