¡Qué diferencia! Pasar de Walser a Cortázar es como pasar de un árido desierto a un florido y entrañable jardín. No está mal traída esa imagen de "árido desierto" para calificar la narrativa de Robert Walser, al menos para aquellos que somos capaces de adivinar la gran valía literaria del suizo y su afinadísima percepción de la realidad social humana. El argentino es, por el contrario, el chorro de agua fresca que te reconcilia con la vida, con su suave ironía, riéndose de las estupideces humanas...
Final del juego es una recopilación de relatos (verdadera esencia de Cortázar, que es mucho mejor cuentista que novelista, en realidad Rayuela es una excepción) en los que destripa hechos absolutamente cotidianos dotándoles de una trascendencia inusitada. En los dos primeros relatos, Continuidad de los parques y No se culpe a nadie retuerce la trama de una forma tan original, que hace que el resto de los escritores parezcan meros funcionarios cuadriculados. En Continuidad de los parques, Cortázar entrelaza la realidad con la ficción lectora, haciendo que los personajes cobren vida y actúen con el lector, algo que todos los que somos lectores empedernidos hemos sentido más de una vez: cuando la lectura se hace tan real que cuesta distinguir entre lo vivido y lo leído; pero Cortázar lo hace en apenas dos hojas, con una sencillez y de una manera tan directa que uno no puede releer el relato un par de veces más para gustar de nuevo la maestría del escritor. Esta forma de acabar de forma tan abrupta que deja al lector gratamente sobresaltado es muy frecuente en Poe, del cual el propio Cortázar se declaraba deudor.
En No se culpe a nadie, un relato dramático de lucha contra la adversidad no es sino la dificultad que encuentra un hombre normal y corriente para ponerse un jersey (pulóver en la acepción rioplatense); así de sencillo... y así de complicado. Obviamente para leer y entender a Julio Cortázar (como a todos lo grandes escritores) hay que tener sensibilidad y leer entre líneas, pero cuando se consigue entender al argentino, uno no puede menos que reírse de la solemne bobería humana, de su pretenciosa aparatosidad que por desgracia nos contamina a todos.
Julio Cortázar ha estado presente en muy distintas épocas de mi vida. Ya escribí con anterioridad que no me gustó Rayuela, leyéndola como fuera, linealmente o como proponía el autor, pero los relatos, especialmente aquellos contenidos en Historias de cronopios y de famas me han salvado con frecuencia de la depresión recurrente que, de no haber sido por Cortázar y otros, habría acortado notablemente mi vida.