Después de Cortázar y sus imaginativos y sorprendentes cuentos (algunos un poco más flojos que otros, para ser totalmente honesto) vuelvo a unos terribles eventos narrados por multitud de escritores de los cuales, gracias a ellos, tengo un conocimiento francamente exhaustivo: el Holocausto. Había leído sobre Wiesel pero, no sé por qué, no lo conocía directamente; tal vez porque habiendo leído a Primo Levi, Imre Kertész, Ana Frank, Art Spiegelman o Jiri Weil parecía un tema ampliamente conocido, pero ahora pienso que nunca está suficientemente conocida la barbarie humana para que sirva como vacuna frente a su repetición... sea como fuere comienzo con otro de los clásicos sobre la Shoah, en la recopilación de sus tres novelas, claramente autobiográficas, en el título Trilogía de la noche, que incluye La noche, El alba y El día.
Apenas llevo leídas treinta páginas, pero me ha llamado poderosamente la atención la rapidísima (diría incluso apresurada) prosa de Wiesel: son todo frases cortas, sin apenas descripción ni florituras, como certeros disparos de fusil. Entiendo que es una estratagema estilística para conferir seriedad y sensación de brutalidad a hechos que en absoluto son triviales, hechos que marcaron el siglo XX y, por ende, la existencia en sí misma de la humanidad, ya sin siglo concreto. Wiesel narra en primera persona, no oculta los nombres de sus familiares directos (varios de los cuales fueron asesinados a su llegada a los campos de exterminio), esto solo aporta crudeza a la narración, pues hay que ser muy estúpido o muy insensible para no conmoverse con un relato tan personal de un salvajismo que aniquiló a más de seis millones de seres humanos.
Los de Austral (grupo Planeta) explican en su contraportada que la primera novela de la trilogía, La noche, es "un relato goyesco que trata la muerte de Dios en el alma de un niño". Esa es la gran virtud de repensar y replantear asesinatos masivos como el Holocausto, que, además de inmunizarnos, nos permite teorizar sobre la naturaleza del mal humano, la tendencia que todo hombre tiene hacia ese abismo y, por extensión, la posibilidad de escapatoria de allí para llevar una vida razonablemente honorable en los años que nos sea dado existir.