Novela breve introspectiva en la que un joven médico (quizás cuando fue escrita, principios del XX, ya se podía decir plena madurez) de treinta años reflexiona sobre la condición humana en general, aplicándosela a sí mismo y a sus conocidos, así como la validez moral del asesinato. Según parece, el relato causó revuelo en su Suecia natal por la aparente inmoralidad de considerar un asesinato como algo plausible cuando se pretende liberar a alguien del yugo de un matrimonio infeliz. Dicho escándalo también sirvió, supongo, para proyectar al tal Söderberg a los escaparates de las todas las librerías del país y traspasar sus fronteras poco después. A España, tristemente, llegó muy tarde, y, más tristemente aún, incluso hoy las versiones disponibles no son traducidas directamente del sueco sino indirectamente del alemán o inglés.
Inicialmente me ha recordado sobremanera a Casa de muñecas de Ibsen, al menos en la temática claro (toda vez que la obra del noruego es teatro y esto es narrativa), ya que, al igual que Ibsen, para contravenir la situación social predominante en toda Europa, en la que una mujer joven tenía que apechugar con el marido viejo que le había tocado en suerte. Aquí con una vuelta de tuerca más, puesto que se presenta a la mujer como una pobre víctima de las convenciones sociales, a aguantar el deseo sexual de su marido (para más señas, pastor protestante) e incluso le lleva (ciérrese los ojos de la mente aquí) a buscar un joven amante que le haga olvidar tan mal trago, ¡pobre mujer! En todo caso eso es en el primer tercio de la novela, pues luego todo se centra en el doctor Glas del título que queda obnubilado por la joven esposa y su terrible situación hasta el punto que comienza a discurrir cómo eliminar al viejo marido.
Es por tanto un triángulo amoroso, cuadrado, si incluimos al amante de la tipa. Pero, por el lado del protagonista principal es todo reflexión en círculos, mucho pensar, poco actuar. Y del mucho pensar se acaba reblandeciendo todo, si no que se lo digan al bueno de Nietzsche. Glas comienza a fabular con administrar cianuro al viejo pastor para liberar así a la oprimida fémina (¡pobre mujer!); inicialmente para dejarle el camino expedito con su amante, pero poco a poco se va poniendo él mismo en tan cálido puesto. Lo cierto es que tanto lo piensa que finalmente lo ejecuta. El viejo pastor (tan viejo como cincuenta y ocho años) muere envenado, así, la viuda (¡pobre mujer!) queda libre de su opresión y el psicótico de Glas comienza a imaginarse en el lugar del muerto.
Leído en 2021 (habiendo leído ya tantísimo, algunas cosas excelsas, otras pocas auténtica basura, y la mayor parte ni fu ni fa) no me ha producido tanto escándalo, tal vez porque la distancia de los ciento dieciséis años deja todo cloroformizado, pero entiendo que en 1905 la polémica estuviera servida.
Y en buena medida, esa polémica debió llegar como consecuencia de una doble moral (más bien una moral a la carta) en la que el bueno del doctor Glas se permite aleccionar moralmente a aquellos clientes que acuden a su consulta para buscar la interrupción de un embarazo ( un aborto, caray, vamos a dejarnos de eufemismos) y, sin embargo, mata sin remordimiento a un tipo para liberar a su esposa (¡pobre mujer!) de una vida matrimonial insatisfactoria.
Es probable que el propio escritor y, sobre todo, sus editores buscaran el escándalo con ahínco, como antes dije, para situar su novela en lugar de preferencia en los escaparates, con lo cual (como pasa siempre) esta discusión de si es moral o inmoral es, en realidad, totalmente artificial y buscada.
Escándalos, polémicas y revuelos al margen, la novela es bastante potable. Tiene una capacidad de descripción de la reflexión que no llega a la que consigue un tal Dostoyevski, pero no le queda muy a la zaga. Crea, por otro lado, personajes a los que no juzga en modo alguno sino que deja que el lector empatice con uno u otro en función de su idiosincrasia. Quizá esa sea la estrategia de Söderberg, pergeñar una novela en la que el personaje principal juzga moralmente a todo el mundo pero actúa de forma inmoral, según la moralidad dominante del momento; todo ello crea un juego bastante interesante y que da para que el lector se interese y lo exteriorice con otros lectores.