Creo haber loado ya varias veces la fructífera relación entre el cine y la literatura, en mi opinión al menos, aquél al servicio de ésta. Porque, para que engañarnos, en la vida que nos ha tocado vivir y con la potencia que tiene la imagen, es mucho más fácil transmitir un mensaje a través de la imagen que de la palabra escrita. Por supuesto que muchos somos conscientes de que la novela permite mil matices y argumentos secundarios que no son desarrollables en el celuloide, pero, aún así, las nuevas generaciones, ésas que han nacido con una pantalla en sus manos siempre tenderán hacia lo más fácil y sencillo que a lo más costoso y complicado (tal vez por pura saturación de información). En todo caso, para muchos de los que ya peinamos canas, la película es una segunda forma de presentarse de la novela, o, mejor dicho, un intento de hacer más ligera la novela, aportando la imagen... No sé, el caso es que esta reflexión la hago tras haber visionado la adaptación de 2017 de la novela de Ödön von Horvath y he sentido precisamente eso: que la novela es más compleja, más rica, por el contrario, la película es más directa, más impactante.
Imagen tomada de filmaffinity.com
Y, releyendo lo que escribí en la entrada de este blog sobre la novela, me ratifico plenamente en mis conclusiones. Decía entonces que la novela es atemporal aun cuando está ambientada en la Alemania nazi, pues las relaciones que narra son, desgraciadamente, comunes a los seres humanos de toda época y lugar; bien, pues, precisamente, la adaptación cinematográfica del tal Alain Gsponer sitúa la historia creada por von Horvath en la actualidad (aunque se ven algunos destellos futuristas) y en Alemania (concretamente se filmó en Baviera). Y luego, claro está, hay cambios en los personajes para modernizar la narración, así en la novela los chicos van un campamento en el que sólo hay varones, mientras que en otro más lejano están las chicas (como era habitual en los años treinta del pasado siglo), en la película, por el contrario, es mixto; el cura, amigo y consejero del profesor, ha sido eliminado; y el sargento ha sido sustituido por una psicóloga, todo más moderno. Estos cambios se unen a que los chicos no van a entrar a un grupo social tan terrible como las Juventudes Hitlerianas, pero van a entrar en otro que a veces puede ser igual de siniestro: la formación académica de élite encaminada a la consecución de un alto puesto directivo en el mundo laboral actual. En esos mundos tan parecidos y tan diferentes, la ambición desmedida de los chicos llega a provocar mentiras, falsos testimonios, asesinatos y suicidios.
Imagen tomada del sitio www.bayern.by
En fin, la película pierde matices, como antes decía, pero pone en valor la atemporalidad de la obra de von Horvath. Interesante recordar que la maldad no es exclusiva de los nazis, la maldad late en cualquier corazón humano, sólo hay que someter a ese ser a la tensión de tener que ganarse la vida y saber que puede perder ésta por una nimiedad para que la maldad animalesca salga a flote. Reflexión interesante para aplicarla a nuestras propias vidas.
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