Almas muertas no tiene la profundidad psicológica ni social de Ana Karénina o Guerra y Paz del inmortal Tólstoi, tampoco de Crimen y Castigo, Los hermanos Karamázov o El idiota de Fiódor Dostoyevski, pero ocurre que la novela de Gógol fue escrita casi veinte años antes (en 1842) que las otras que he citado; por ello se considera que Almas muertas fue la primera novela rusa moderna, una obra, por tanto, que inaugura una de las épocas más brillantes no sólo de la literatura rusa sino de la literatura universal. Desgraciadamente, el pobre Gógol, muerto a los cuarenta y dos años con gran deterioro físico y mental, destruyó una buena porción de la segunda parte por considerarla indigna de su producción. En todo caso y aunque no tenga la calidad de Tólstoi o Dostoyevski, la prosa de Gógol ya presenta esas frases largas, inacabables, bien preñadas de adjetivación, pero nunca impostadas o artificiosas. A diferencia de otros autores rusos, Gógol hace (al menos en Almas muertas, porque en Tarás Bulba no lo vi por ninguna parte) gala de un humor irónico más propio de autores ingleses como Dickens que de la supuesta seriedad rusa, algo que aligera la narración sin quitarle un ápice de calidad. Si Tarás Bulba es un relato heroico en el que se glosan las virtudes un tanto atrabiliarias de los cosacos, en Almas muertas se hace una crítica inmisericorde al carácter ruso, especialmente a los terratenientes haraganes y despreocupados que abandonan su heredad y viven sólo para la satisfacción de los más bajos instintos; en este sentido me ha recordado sobremanera al Oblómov de Goncharov, aquel terrateniente que se hubiera dejado morir tumbado en el diván por no hacer un solo gesto que le pudiera cansar. Al parecer, en la Rusia rural de principios del XIX debían abundar este tipo de sujetos, que, en buena medida, tenían enfangado uno de los grandes activos de la economía rusa: el mundo agropecuario.
Argumento de Almas muertas: vida de un tal Chíchikov, corrupto funcionario que compra siervos (almas) sabiendo que a partir de un cierto número de siervos, el Imperio ruso entrega tierras de forma gratuita. La trampa del tal Chíchikov es que compra siervos que ya han fallecido pero que todavía no han sido retirados de los registros oficiales, así, al vendedor de esos siervos se les quita las obligaciones e impuestos que tienen por "algo" que ya no tiene utilidad; por supuesto, Chíchikov trata de comprar esas "almas muertas" al precio más bajo posible, gratis si puede, con todo tipo de argucias y engaños. He entrecomillado la palabra "algo" porque hasta 1861 no se decretará en Rusia la emancipación de los siervos rurales, por lo que hasta entonces los siervos son tomados como posesiones materiales que se pueden enajenar legalmente; está terrible situación que pone el vello de punta no era exclusiva del Imperio ruso, recordemos que en España se abolió la esclavitud en 1837, esto sólo tuvo efecto en la Península, ya que en las colonias americanas (que por aquel entonces ya habían mermado mucho, dicho sea de paso) como Cuba o Puerto Rico se continuó mercadeando con seres humanos durante todo el siglo XIX. En fin, uno de los más tristes episodios de la humanidad...
Con todo, como antes decía, lo que se pone en sorna en Almas muertas no es la esclavitud, que apenas se toca, sino ese supuesto carácter apocado y vago de los terratenientes rusos. De ese carácter es del que se aprovecha el tal Chíchikov, encontrando personajes deformes, grotescos, algunos coléricos y otros pastueños, unos suspicaces y otros confiados... Cada capítulo es una nueva aventura del protagonista que se las ingenia para, en función del carácter de su víctima, urdir una estratagema que le consiga esas "almas muertas" al menor precio posible. Así, en cada capítulo, Gógol describe esos personajes de una forma maestra, pergeñando caracteres verosímiles a pesar de su rareza.
Lamentablemente, la segunda parte de la novela es un desastre por los capítulos que el propio autor condenó a la pira y que no permiten comprender plenamente porqué Chíchikov es llevado a juicio ante el gobernador en San Petersburgo y cómo consigue librarse de la cárcel o de la deportación a Siberia. Se intuye que sigue comprando siervos fallecidos para conseguir esa ansiada tierra gratis que ha de proporcionarle el imperio en la ucraniana región de Jersón, pero, faltando tantos capítulos, todo queda emborronado y oculto. Una lástima, porque la falta de ese remate final desmerece mucho la novela, dejando al lector en una suerte de obnubilación un tanto frustrante. A pesar de ello, se puede disfrutar de esa capacidad de descripción de la psique de los personajes, tan minuciosa, tan detallada que llega uno a sentirlos a su lado.