Noveno concierto de abono de la temporada 23-24 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, en esta ocasión dirigida por el catalán Josep Pons, con la violinista Leticia Moreno. Esta vez tocaba la sinfonía como nexo de unión de las obras. Bueno, relativamente... un servidor siempre que piensa en sinfonías como composición musical piensa irremediablemente en Joseph Haydn, el llamado "padre de la sinfonía", con sus espléndidas ciento seis sinfonías, ¡ciento seis! Algunas tan redondas como la 94, "la sorpresa", la 96, "el milagro", o la 101, "el reloj". Pensándolo fríamente, tener el talento musical suficiente para componer más de cien obras musicales de unos cuarenta, cuarenta y cinco minutos de la calidad de las sinfonías de Haydn es como para admirarlo con la boca abierta. ¡Qué pocas veces se piensa en la excelsa capacidad creativa de los grandes compositores! En fin, no estaba Haydn, no, pero en el concierto de ayer se escucharon tres grandes obras que hicieron justicia a la sinfonía como estructura compositiva global que permite al autor expresarse de la forma más completa.
Por cierto, como anécdota, el orden de las obras interpretadas no es el del programa de mano que escaneo arriba, no tendría sentido, tocaron primero a Rueda, después a Lalo y, después del descanso a Brahms; es lo lógico aunque sea por duración de las obras, ya que la de Lalo es de treinta y cinco minutos, la de Rueda de siete y la de Brahms de cuarenta y cinco. Si se hubiera hecho del modo impreso hubieran quedado muy descabaladas las dos mitades.
El concierto, pues, se inició con Stairscape del compositor madrileño Jesús Rueda, presente ayer en la sala, por cierto. Es esta una obra terminada en 2019, pero de una atemporalidad evidente. El musicólogo Rafael Fernández de Larrinoa dice que "preserva casi intactos algunos rasgos de la tradición posromántica, como la plenitud orquestal y la semanticidad, e incorpora intereses y procedimientos situados en las órbitas del posespectralismo y el posminimalismo". Lo cierto es que es una composición muy interesante, su nombre ("escaleras" en español) hace referencia a un "truco" musical que consiste en un aumento de tono, algo frecuente en música elecrónica, pero inusual en música clásica.
Luego pasamos a la obra más conocida de Édouard Lalo, la Sinfonía española. Es tan conocida que muchos que dirían no conocer al autor, seguro que reconocen algunas frases musicales que han escuchado con frecuencia. Se trata de una sinfonía romántica clásica, valga la expresión, como luego la de Brahms. Quiero decir que es típica del Romanticismo con su orquesta sobredimensionada (si se compara con la clásica o la barroca), con gran profusión de viento-metal y de percusión; además, los componentes locales (en este caso de origen español como las seguidillas y las habaneras) están presentes, dando un toque folclórico muy del gusto de la época. La solista Leticia Moreno levantó al público de sus asientos en un aplauso prolongado, especialmente con el bis de la Nana de Manuel de Falla, con la participación de la arpista de la OSCyL.
Después del descanso, el plato principal, la Sinfonía nº 4 de Johannes Brams. Brahms fue un genio musical poco dispuesto a expresarse a partir de las sinfonías, según él mismo comentaba por el temor a "escuchar los pasos de un gigante (Beethoven) detrás de uno". Así, de Brahms todos hemos escuchados sus Danzas húngaras y su participación en el supuesto cisma en la música del Romanticismo alemán entre los renovadores Wagnerianos como Bruckner, y los más clasicistas y beethovenianos como Brahms. Precisamente, la Sinfonía nº4 está repleta de referencias a la música de Beethoven. Muchos musicólogos han considerado que esta sinfonía, en parte por ser una de sus últimas obras, es una suerte de ópera magna, con sus sorprendentes complejidades y su inspirada construcción que suponen la despedida de uno de los genios del momento.