Que sí, que me gusta mucho Terry Pratchett. Su iconoclastia absoluta que demuele toda vanidad humana, el sarcasmo del que no se libra ningún individuo ni sociedad, la fina ironía del que conoce a la perfección el alma del "mono con pantalones"... Todo hace que leer las novelas del Mundodisco sea un ejercicio terapéutico que permite seguir alentando incluso con una sonrisa en la cara (eso sí, tapada ahora por la p*ta mascarilla). Con todo, hasta de lo más sublime se cansa uno, y, claro está, empieza a encontrar defectos o, al menos, me canso de la prosa de Pratchett, demasiado rápida, demasiados diálogos, muy pocas descripciones... Ya digo, hasta de caviar beluga se harta uno. Así que, no queda otra, cambiamos de tercio (por usar un símil taurino). Si me quejaba de prosa rápida, muchos diálogos, pocas descripciones, que mejor que un autor ruso para dar la vuelta a la tortilla. Pues eso, Chejov.
Porque, claro, si uno busca un tempo lento y pausado, descripciones prolijas y minuciosas y diálogos al mínimo, la literatura rusa tiene gigantes de la calidad de Tolstoi, Dostoievsky, Turguenev, Goncharov, Pushkin o el mismo Chejov para perderse horas y horas (bendita función de la literatura, aquella de la evasión) y olvidarse de coyunturas pandémicas y demás zarandajas. No se me ocurre una aplicación mejor que a la lectura de aquel dicho popular que reza algo así como: "en la variedad está el gusto".
En esa evasión que facilita la literatura rusa, generalmente se necesita no horas sino semanas o meses, habida cuenta la longitud de las novelas, ya sea de Tolstoi, "Dosto", Goncharov o Turguenev (mis cuatro jinetes del apocalipsis favoritos), pero no todos, Chejov es la excepción a la regla. Porque el bueno de Antón fue un maestro del relato corto y la novela breve. Hay que constatar, no obstante, que esta etiqueta de "novela breve" varía en función de la época y que hoy, que se publica y lee narraciones mucho más cortas, las novelas breves eran consideradas relatos antaño y algunas novelas breves de ayer son, hogaño, novelas sin más. En todo caso, aplicando la relatividad geográfica y cultural, Chejov fue un tipo que escribía narraciones muy cortas, como digo, verdadera rara avis entre los suyos.
Quiero hacer aquí un inciso para alabar la editorial que publica este tomo. Me debato habitualmente entre el odio y la admiración hacia las editoriales. Como autor no publicado, soy dolorosamente consciente del aspecto mercantil de la labor editorial, de su búsqueda despiadada del beneficio y de su indolencia ante los escritores noveles; dicho de otra forma: que las editoriales son auténticas máquinas de hacer dinero que tienen sensibilidad literaria cero. Sin embargo, como lector compulsivo y ciudadano en general, no puedo hacer referencia a lo más obvio: las editoriales son necesarias para que podamos leer. Esta perogrullada se nos olvida con frecuencia, pero, sobre todo, se nos olvida que existen pequeñas editoriales que luchan como David contra Goliat tratando de poner en el mercado obras que ya no son tan económicamente interesantes y que incluso traen de sus cenizas a grandes autores que, lamentablemente, han pasado de moda. En este último aspecto se encuentra Valdemar, que ha publicado en las últimas décadas la maravillosa pléyade de autores anglófonos de finales del XIX y principios del XX que algún sesudo crítico literario etiquetó como "literatura gótica", gracias a ellos tenemos ediciones relativamente baratas pero de más que aceptable calidad y podemos disfrutar de nuestra dedicación favorita. Pues bien, además de Valdemar, otra editorial que cumple con esta función de difundir la cultura es la Editorial Alba, que reedita autores que tienen la calidad de un Chejov pero que ya no genera tanto dinero como para que las dos grandes multinacionales se preocupen por ello; además, Alba publica en formato más económico (la colección Alba minus) para todos aquellos que leemos por el placer de leer y no para presumir con libros de ediciones lujosas.
En fin, volviendo a Chejov: las novelas incluidas en este tomo presentan personajes que han caído en ese adjetivo tan usado a finales del XIX tanto en literatura francesa como rusa, el famoso anglicismo spleen, que la RAE pretende que castellanicemos como esplín, aunque me suena un poco raro. En fin, como definen los que limpian, fijan y dan esplendor: melancolía, tedio de la vida. Pues eso, los personajes de Chejov son tipos que no acaban de encontrar una razón importante para la vida, se dejan llevar por ese tedio, esa inacción de la que son plenamente conscientes y que los tiene atrapados como una mosca en una telaraña. Es interesante pensar, por otro lado, que la vida que llevan estos personajes y probablemente también su creador tuviera que ver tan poco con la vida real que llevaban millones de campesinos y obreros rusos que vivían vidas cortas, esforzadas y desgraciadas bajo el terrible sistema político zarista (y que luego siguió siendo igual de horrible bajo el terrible sistema político comunista) que no tenían tiempo desde luego para abominar del tedio de vivir, eso sí, con el estómago ahíto y bien descansado en la dacha. Con todo, al menos yo, no siento rechazo hacia estos personajes tan abúlicos y superficiales; puede que sea por la excelente descripción de los mismos que hace su autor y que consigue que sean redondos y verosímiles.