Después de haber leído La montaña mágica me adentro en una novela de mucho menor desarrollo -en tiempos pasados hubiera sido clasificada como relato o como mucho novela breve-, La muerte en Venecia:
En ambas obras se aprecia una lucha interior muy notable en el autor, fundamentalmente porque los protagonistas son, para mí al menos es claro, su álter ego. En La montaña mágica, el protagonista, Hans Castorp, era el joven idealista que no ceja en defender la invariabilidad de sus creencias mientras que el mundo exterior se muestra más flexible, menos dogmático; Castorp no acepta inicialmente la relatividad del tiempo que una y otra vez le explican los internos del sanatorio antituberculoso, ni la futilidad de las relaciones sociales, que van y vienen cual veleta. En La muerte en Venecia, es más obvia si cabe la identidad autor-protagonista, aquí, Gustavo Von Aschenbach es un escritor reconocido que, en su madurez, cambia sus hábitos burgueses, su bien amada rutina vital por una locura, un hálito de vida: la relación homosexual -plátónica, eso sí- con un joven polaco; nada de extrañar, pues, según sus más acreditados biógrafos, Mann luchó toda su vida por soterrar sus impulsos homosexuales bajo una "aparentemente intachable" reputación.
Mann fue probablemente educado en el más rancio clasicismo alemán -valga la expresión-, un clasicismo que puede que derive del ideal del Sacro Imperio Germánico hasta quizás nuestros días -al menos hasta mitad del siglo XX-. Puede que para los pueblos del sur de Europa este clasicismo haya pasado inadvertido y, por el contrario, se haya considerado a los pueblos germánicos como esencialmente prácticos, industriales y materialistas... nada más lejos de la verdad, al menos hasta el siglo XX, la rigidez idealista alemana promovía el cultivo de los grandes principios de la antigüedad, el respeto a la sacrosanta tradición e incluso, permítaseme citarlo, la superioridad moral de la raza germánica -obviamente esto quedó trágicamente patente en la mitad del siglo XX-; pues bien, Mann bebió de aquella fuente, y contradijo con su vida, o al menos con sus sentimientos toda esta teoría. Para ilustrarlo copiaré un fragmento de La muerte en Venecia en la que Mann describe a su álter ego en la ficción:
Gustavo Aschenbach había nacido en L., capital de distrito de la provincia de Silesia. Hijo de un alto funcionario judicial, sus ascendientes fueron funcionarios públicos, hombres que habían vivido una vida disciplinada y sobria, al servicio del Estado y el rey. La espiritualidad de la familia había cristalizado una vez en la persona de un autor. En la generación precedente, la sangre alemana de sus antepasados se mezcló con la sangre más viva y sensual de la madre del escritor, hija de un director de orquesta bohemio.