Pese a lo que alguien desapercibido pueda pensar, no hay un salto tan grande (ni en la técnica narrativa ni en los temas tratados) entre Jane Austen y Joseph Sheridan Le Fanu. Ya lo dije en otra entrada: Sheridan Le Fanu es un escritor enmarcable en la mal llamada Literatura victoriana de la que Austen puede considerarse precursora. Más o menos, cuando muere ésta, nace aquél, pero no hay grandes cambios estilísticos. En los argumentos se descubre un regusto por la aburguesada vida sentimental de la mujer en las novelas de la inglesa, mientras que en las del irlandés prima lo oculto, lo fantástico y esotérico; otra cosa es que desde la Editorial Valdemar se venda a Sheridan Le Fanu con portadas terroríficas (góticas se denominan erróneamente ahora), pero, ya se sabe, la mercadotecnia se impone.
La prosa del escritor irlandés es lenta, profusamente adjetivada, llena de meticulosas descripciones, es decir típicamente "victoriana". Él sí vivió en aquella supuestamente "heroica" época del Imperio británico, comandado por esa reina obesa llamada Victoria que llevó a su amado país a unas cotas de dominio mundial pocas veces alcanzadas. Época, por otra parte, terrible para el ciudadano de a pie, que apenas disfrutaba de los beneficios y comodidades que habrían de traer la Revolución industrial y que sí que se vería expuesto a la deshumanización del trabajo que conllevó.
Parece ser que el bueno de Sheridan Le Fanu llevó la mayor parte del último tramo de su vida encerrado, dedicado a escribir y a investigar sobre el esoterismo y el mesmerismo. Este detalle, sin duda, le hace más atractivo a todos los posibles lectores que, admitámoslo de una vez, buscamos un alma gemela en el escritor al que leemos. Los taimados editores conocen bien esta debilidad nuestra y nos presentan a los autores como seres enfermizos dignos de compasión por alguien lo suficientemente empático como nosotros presumimos ser.