Pereda, como adalid patrio del Realismo literario, es una lectura densa, pero densa de verdad, nada que ver con la prosa moderna, rápida, sin apenas descripciones detalladas... no, leer a Pereda supone perderse en cuadros costumbristas, es como leer la descripción del cuadro de Las lanzas de Velázquez pincelada a pincelada. No en vano Sotileza supuso a su autor "emborronar" más de setecientas cuartillas y sin embargo el propio Pereda tenía dudas, según recuerda Germán Gullón en su excelente prólogo, debido a la "delgadez del argumento".
Con todo, el mero hecho de describir de forma tan minuciosa un mundo que ya, afortunadamente, no existe (el de la miseria extrema en la ciudad de Santander) supone, a mi entender, una "gordura" de argumento más que suficiente para justificar la novela. Uno está harto de leer a excelentes novelistas contemporáneos con un gran dominio de la lengua, ocupar varios centenares de páginas con argumentos tan débiles que apenas son destacables.
Es por ello que considero a Pereda como un esteta de la lengua, un escritor de formas cuasi perfectas cuyos temas, tal vez, carezcan de gran mordiente, pero que son una auténtica clase magistral para aquellos de nosotros que tenemos ese mal hábito de garabatear hojas con pretendidos fines literarios.