Me reafirmo en lo dicho: Gilbert Keith Chesterton fue un gran escritor que medró en el conservadurismo (tal vez más en el cultural que en el sociopolítico) y que nos ha dejado verdaderas perlas de esa literatura que, peyorativamente y con cierto afecto, llamo "literatura de té y pastas".
Imagen tomada de "commons wikimedia" |
Cuentos del arco largo es una lectura agradable, sin sobresaltos, para leer en una sobremesa con el estómago ahito, la cabeza ligeramente embotada por un buen vino, reposando nuestro cansado cuerpo en un mullido sillón orejero, al calor de una buena lumbre, mientras vemos por la ventana como diluvia a mares... tal vez un poco exagerado, pero no se me ocurre mejor situación para leer a Chesterton... sí, con un disco de música barroca a un volumen más bajo de lo normal...
La imagen que ilustra esta disquisición no puede ser más esclarecedora: el bueno de Gilbert escribiendo al más viejo estilo: con su taza de té (imaginamos que la más británica de las infusiones sería de su agrado), con los quevedos calados (que conste que en su época ya había gafas con patillas), escribiendo con pluma y tintero... ¡con pluma y tintero, por Dios bendito! ¡Pero si este tío murió en 1936, antes de ayer como quien dice, y el muy anticuado sigue usando pluma y tintero a principios del siglo XX!
Con todo, leer a Chesterton es un gustazo. Un gustazo conservador, pero un gustazo al fin y al cabo. Representa como pocos el lado más tradicionalista de la lectura que, admitámoslo abiertamente, no es la más revolucionaria de las actividades humanas, pero que aleja al hombre de su condición más animalesca, aquella que solo promueve la supervivencia física del individuo.