Es curioso, pero habiendo leído decenas de relatos y cuentos sobre el tema vampírico, resulta que no había leído la novela que desató toda esta locura literaria y cinematográfica. Leí Carmilla de Sheridan Le Fanu, La muerta enamorada de Gautier, El misterio de Salem's Lot de Stephen King, por no hablar de las excelentes recopilaciones de la editorial Valdemar sobre el tema; tocaba pues recurrir al original.
Lo peor sobre dicho tema es la pléyade de películas y series de medio pelo que han aparecido en las últimas décadas, la mayoría de ellas orientadas hacia el público adolescente y juvenil. Son películas de chicos y chicas guapos, un poco decadentes y taciturnos que mordisquean cuellos en el tiempo libre que les deja el instituto y el onanismo adolescente... ¡bazofia pura! Frente a esos engendros, la novela de Stoker parece (aunque no lo sea por completo) una gran obra inmortal que asienta canon literario. Porque el bueno de Abraham Stoker es un autor que está más cercano a Dickens y otros autores "victorianos" que a los infames guionistas de esas abominaciones cinematográficas y televisivas.
Entre las muchas virtudes del Drácula de Stoker cabe citar que es el iniciador de ese mito fundamental en la literatura y cine de terror que es el vampiro. Lo hace mezclando, un tanto irreverentemente, la historia medieval de Transilvania (la del terrible Vlad Tepes, gran enemigo de los turcos que tenía la no muy recomendable costumbre de empalar a sus enemigos) con otro mito que se remonta a los inicios de la humanidad y que relaciona la sangre con la esencia vital que todas las religiones occidentales recogieron en un sentido u otro (los cristianos que beben la sangre de Cristo en la Eucaristía o los musulmanes y judíos que exigen que los animales sean desangrados totalmente para ser comida halal o kosher, respectivamente).
Pero Stoker también desarrolla temas atemporales de la humanidad como son la atracción irresistible hacia lo prohibido, lo pecaminoso, personificado en Jonathan Harker, que se debate entre su ordenada vida de abogado en Londres con su adorada Mina y el placer sexual y animal que promete Lucy una vez convertida en vampiresa; los miedos del ser humano también están recogidos en la novela: el miedo a lo desconocido, a lo antiguo, a lo ominoso, personificado, evidentemente, en el propio conde Drácula. Todo esto está mixturado de forma sabia con un respeto erudito por la cultura y geografía transilvana que es muy de agradecer, y con un estilo literario muy por encima de los estándares a los que los escritores contemporáneos nos tienen acostumbrados. Es, pues, una novela que concita un tema extraordinario y, en su tiempo, novedoso con unas formas cuidadas y nobles; lástima que en nuestro apresurado prejuicio muchos tengan a este texto como algo de calidad menor o propio para jóvenes inexpertos, tal vez, como antes dije, todas esas películas y series televisivas, que sí son desechables, hayan influido negativamente en la opinión sobre esta excelente novela.
Lo peor sobre dicho tema es la pléyade de películas y series de medio pelo que han aparecido en las últimas décadas, la mayoría de ellas orientadas hacia el público adolescente y juvenil. Son películas de chicos y chicas guapos, un poco decadentes y taciturnos que mordisquean cuellos en el tiempo libre que les deja el instituto y el onanismo adolescente... ¡bazofia pura! Frente a esos engendros, la novela de Stoker parece (aunque no lo sea por completo) una gran obra inmortal que asienta canon literario. Porque el bueno de Abraham Stoker es un autor que está más cercano a Dickens y otros autores "victorianos" que a los infames guionistas de esas abominaciones cinematográficas y televisivas.
Entre las muchas virtudes del Drácula de Stoker cabe citar que es el iniciador de ese mito fundamental en la literatura y cine de terror que es el vampiro. Lo hace mezclando, un tanto irreverentemente, la historia medieval de Transilvania (la del terrible Vlad Tepes, gran enemigo de los turcos que tenía la no muy recomendable costumbre de empalar a sus enemigos) con otro mito que se remonta a los inicios de la humanidad y que relaciona la sangre con la esencia vital que todas las religiones occidentales recogieron en un sentido u otro (los cristianos que beben la sangre de Cristo en la Eucaristía o los musulmanes y judíos que exigen que los animales sean desangrados totalmente para ser comida halal o kosher, respectivamente).
Pero Stoker también desarrolla temas atemporales de la humanidad como son la atracción irresistible hacia lo prohibido, lo pecaminoso, personificado en Jonathan Harker, que se debate entre su ordenada vida de abogado en Londres con su adorada Mina y el placer sexual y animal que promete Lucy una vez convertida en vampiresa; los miedos del ser humano también están recogidos en la novela: el miedo a lo desconocido, a lo antiguo, a lo ominoso, personificado, evidentemente, en el propio conde Drácula. Todo esto está mixturado de forma sabia con un respeto erudito por la cultura y geografía transilvana que es muy de agradecer, y con un estilo literario muy por encima de los estándares a los que los escritores contemporáneos nos tienen acostumbrados. Es, pues, una novela que concita un tema extraordinario y, en su tiempo, novedoso con unas formas cuidadas y nobles; lástima que en nuestro apresurado prejuicio muchos tengan a este texto como algo de calidad menor o propio para jóvenes inexpertos, tal vez, como antes dije, todas esas películas y series televisivas, que sí son desechables, hayan influido negativamente en la opinión sobre esta excelente novela.
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