martes, 26 de julio de 2016

"I'm Only Sleeping", por Lennon y McCartney.

 Dedicado a todos los hombres y mujeres que hacen que este mundo siga siendo injusto, que haya desigualdades, guerras, dolor... especialmente a mi familia, grandes triunfadores sociales...

I'm Only Sleeping
 
When I wake up early in the morning
Lift my head, I'm still yawning
When I'm in the middle of a dream
Stay in bed, float up stream (Float up stream)

Please, don't wake me, no, don't shake me
Leave me where I am, I'm only sleeping

Everybody seems to think I'm lazy
I don't mind, I think they're crazy
Running everywhere at such a speed
Till they find there's no need (There's no need)

Please, don't spoil my day, I'm miles away
And after all I'm only sleeping

Keeping an eye on the world going by my window
Taking my time

Lying there and staring at the ceiling
Waiting for a sleepy feeling...

Please, don't spoil my day, I'm miles away
And after all I'm only sleeping

domingo, 24 de julio de 2016

Conclusiones tras leer "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad.

 Ya lo dije antes: Conrad es bastante más complejo que otros autores de aquella genial literatura para jóvenes que degustamos en los años 70 y 80 del pasado siglo y que nos hizo lectores mientras vivamos. Es menos juvenil, más maduro, cuenta con unas reflexiones a las que muchos de los muertos vivientes que forman cualquier país (y que son, claro está, los verdaderos triunfadores sociales) nunca llegan a comprender y unos pocos hemos comprendido en plena madurez, como muestra copio una consideración del Capitán Marlow (alter ego de Conrad): "La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguibles. Yo he luchado a brazo partido con la muerte. Es la disputa menos emocionante que podáis imaginar. Tiene lugar en una indiferencia impalpable, sin nada bajo los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamor, sin gloria, sin el gran deseo de la victoria, sin el gran miedo de la derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin demasiada fe en tu propio derecho, y todavía menos en el del adversario. Si tal es la forma de la sabiduría última, entonces la vida es un enigma mayor de lo que la mayoría de nosotros cree."
Imagen tomada de Wikipedia.
 Reflexiones vitales al borde del aniquilamiento anímico abundan en este relato impagable por su hondura psicológica. No es, por tanto, una simple aventura de descubridores de lo más profundo del África Negra, sino de descubridores de lo más profundo del alma humana, ese extraño objeto que todos admitimos tener, pero que la mayoría desdeña en favor de la consecución de bienes materiales.

viernes, 22 de julio de 2016

Ahora leyendo: "El corazón de las tinieblas", por Joseph Conrad.

 Joseph Conrad es otro de los que forjaron mi vida como lector cuando apenas tenía esos quince años. Probablemente no tanto como Verne, London, Kipling o Stevenson, sobre todo porque las narraciones de Conrad son mucho más oscuras, no son tan juveniles como las de los otros. En las novelas de Verne los personajes están bastante dicotomizados: o son buenos y nobles, o malos y perversos, y en algún caso concreto, por ejemplo el Capitán Nemo de 20.000 leguas de viaje submarino, hay razones poderosas para un comportamiento inapropiado (Nemo huye de su sociedad refugiándose en el fondo del mar con su Nautilus y asesina a inocentes -hundiendo barcos de pasajeros con bandera británica- por el resentimiento que tiene contra Inglaterra, culpable de la muerte de su mujer e hijos). Kipling, por otro lado, fue el que, en mi opinión, más evidentemente muestra un lado racista: los superiores anglosajones y los inferiores indios; pero, con todo, hay una sensación de camaradería común en las aventuras vividas en paisajes extraordinarios. ¡Qué decir de Jack London y su descripción extasiada de la naturaleza!
  Conrad es un escritor más adulto... o para lectores más adultos... no sé. Quiero decir que en sus relatos no hay buenos y malos, ni malos que se redimen para llegar a la luz... no, Conrad muestra la maldad humana tal cual es: sin edulcorantes como algo que no tiene explicación ni solución. Sus personajes son perversos dentro de la mezquindad, algo que, desgraciadamente, llevo mascando desde que tengo uso de razón y me di cuenta de que mis queridos papás, grandes ejemplos a seguir, eran tan mediocres y vulgares como cualquiera. En El corazón de las tinieblas la maldad descarada de unos, la brutalidad de otros y la indiferencia de la mayoría lleva a uno de los mayores horrores cometidos por los europeos en el siglo XIX: la explotación de todo un país, el entonces llamado Congo Belga, por un rey salvaje y avaricioso, Leopoldo II, y todo un país europeo que miraba hacia otro lado, conscientes de su pequeñez en Europa comparándose con sus vecinos (Francia, Alemania o Inglaterra), es decir, Bélgica. En el Congo Belga se explotó la esclavitud como forma fundamental  de mano de obra para extraer las fabulosas riquezas naturales del país (sobre todo comparadas con los miserables recursos del minúsculo país europeo).
  La esclavitud no fue suficiente para los perros de Leopoldo que mataban y torturaban sin piedad a los africanos a su cargo. Hoy, en internet, hay cientos de fotografías en las que se muestra lo que se hacía para prevenir levantamientos e indisciplinas: se amputaban manos a machetazos. Ejemplos:
Imagen tomada de Wikipedia

Imagen tomada de Wikipedia
  En fin... las consabidas brutalidades de los europeos en África, América o Asia... y no hay un solo país que haya estado libre de esta lacra... el nuestro tampoco... Pero lo mejor de Conrad, un polaco de origen aristocrático reconvertido en británico, es que denuncia la barbarie en sí misma, no por países... La historia nos demuestra que nada tiene que ver la nacionalidad de un ser humano para que este se comporte de forma salvaje con su prójimo, que lo explote, lo torture y lo asesine. Está en el lado animalesco del hombre, y todos, en menor o mayor medida, lo tenemos en el fondo de nuestro ser. Aquí surge de nuevo otra gran virtud de la literatura: la de hacernos pensar, reflexionar sobre nosotros mismos y no escondernos en: "¡qué salvajes los belgas, lo que hicieron en el Congo!" o "¡asesinos los españoles que esclavizaron a los nativos americanos!" o los nazis con los judíos, o los judíos con los palestinos, o los portugueses con los brasileños, o los italianos con los libios, o los rusos con los caucasianos, o los... No, no tiene que ver nada con la nacionalidad, grupo religioso o cualquier otra identidad colectiva, es una mancha que todo ser humano lleva en su corazón... Para aquellos que tengan inteligencia suficiente, Joseph Conrad lo muestra en sus relatos.

jueves, 21 de julio de 2016

"Los mitos de Cthulhu de Lovecraft", por Esteban Maroto.

 Resulta doloroso comprobar como en este bendito país abandonado de la mano de Dios solo medran los mediocres, estamos en un país de funcionarios en los que la creación artística o literaria es despreciada en favor de un sueldo fijo, un horario reducido y una jubilación asegurada... ¡normal, claro! Lo triste es que la creatividad no sea premiada sino desdeñada como algo propio de bohemios y vagos... es otra versión, pero igual de zafia y cutre que aquel "¡muera la inteligencia!" de aquel "gran intelectual pacifista" que fue Millán-Astray... No trato de soltar un panfleto político, pero es terrible ver como solo los chupatintas consiguen vivir en este país. Tal vez este sea el caso de muchos ilustradores de cómic que han tenido que buscarse las habichuelas más allá de Los Pirineos, donde han recibido la merecida atención que su país les negó, entre ellos está Esteban Maroto, que trabajó la mayor parte de su vida para DC Comics, la otra gran factoría estadounidense tras Marvel.
  Maroto es uno de los grandes del cómic, su estilo clásico es de lo "mejorcito" que he visto referente a Lovecraft, que es sin duda de lo más difícil. Esteban Maroto es, sin embargo, muy fiel a las complicadas criaturas del "solitario de Providence".
 Este pequeño volumen lo publica Planeta, en una edición bastante cuidada (cartoné, buena impresión, buen papel...) como corresponde a un cómic cuyo comprador tipo es adulto.
  Las tres historias contenidas en este tomo son: La ciudad sin nombre, El ceremonial y Los mitos de Cthulhu (en realidad este último cuento es una adaptación de La llamada de Cthulhu).

sábado, 16 de julio de 2016

Ahora leyendo: "La hoguera de las vanidades".

 Otro "victoriano": William Makepeace Thackeray. Con ese nombre tan pacifista parece impropio de un país que, por aquel entonces, imponía su civilización ("la más elevada del planeta") a sangre y fuego por medio mundo. Los paralelismos entre Thackeray y Dickens son imposibles de obviar: mismo país, misma época, misma forma de publicar (a la fuerza ahorcan) por entregas en revistas semanales, mismo gusto por burlarse sarcásticamente de su sociedad... Thackeray puede ser menos conocido para los no lectores o lectores de bazofia moderna (el 99,9 % de la sociedad), pero en su momento fue admirado por masas enfervorecidas (principalmente de damas) que le permitieron llevar una vida, económicamente hablando, de potentado.
  La versión de Penguin Random House que estoy leyendo (véase la imagen escaneada anterior) está traducida por Alfonso Nadal. Según parece, el tal Nadal (1888-1943) sigue siendo hoy considerado como traductor canónico de los escritores "victorianos", así como de Dostoievsky, pero no deja de llamarme la atención ciertas expresiones que hoy no son políticamente correctas y que un traductor moderno modificaría sin dudarlo (incurriendo así probablemente en grave falta -traduttore, traditore-), son estas las referidas a razas de sirvientes e indios. No cabe duda de que Thackeray (nacido en Calcuta y, por tanto, perteneciente a familias de aquellos británicos que gobernaron -algunos dirán explotaron- la joya de la corona para disfrute de su majestad) utilizó esos términos hoy peyorativos y en desuso que, en buena medida, servían para mantener el injusto orden social de la época (¿y de hoy?).  Porque (y no pretendo hacer aquí apología de la corrección política, sino mostrar mi opinión) aquellos términos claramente insultantes ("negro", "zambo", "indígena"...) servían para crear una frontera invisible pero insalvable entre los que siempre se han sentido superiores y los que no tenían otra que dejarse dominar. Aclaro esto porque La hoguera de vanidades es, como antes dije, una burla sarcástica de la hipócrita sociedad victoriana, pero parece ser que el bueno de Thackeray (como también Dickens y otros) no llegan a hacer sangre en otros brutales defectos de aquella sociedad (¿y la de ahora?).
  El argumento, en fin, se centra en la eterna lucha de sexos, con todos las diferencias de carácter que las hacen tan intensa y de la que todos hemos probado con mayor o menor fortuna. Dos caracteres antagónicos, los de Becky Sharp (obsérvese la poco sutil insinuación del autor "sharp", afilado) pobre pero inteligente y ambiciosa, y la de Amelia Sedley, tímida y sensible pero rica, se pelearán por los favores de Joseph Sedley, hermano de Amelia, y George Osborne, vecino de los Sedley, y se mezclarán en esa aparentemente eterna lucha de sexos que mantiene el mundo girando. Las características propias de la publicación por entregas lleva a la estructura en cortos capítulos que, ¡sorpresa!, tienen un repunte de interés justo al final para que el lector comprase la revista a la semana siguiente. Esto es tolerable para mí, pero me incomoda mucho cuando se nota al leer que la novela ha sido alargada artificiosamente porque tenía éxito y el autor quería exprimirlo... En fin, veremos que tal.

viernes, 15 de julio de 2016

Conclusiones tras leer "El vagabundo de las estrellas" de Jack London.

 No, ciertamente no es La llamada de lo salvaje ni Colmillo Blanco. Es una obra menor, no tiene la fuerza narrativa ni el poder de atracción de las dos obras que encumbraron a London, sin embargo es indiscutible su autoría. Ya dije que parecía más bien una novela de corte filosófico que aventurero, de hecho recordaba notablemente las obras de Hermann Hesse; pues me equivocaba: el ladino de London introduce cuatro grandes aventuras dentro de una narración en la que, como tema principal, un condenado a muerte  en San Quintín, reflexiona sobre la existencia, y lo hace de una manera brillante. Resulta que el personaje principal, Darrell Standing, cree haber vivido numerosas vidas anteriores, a cual más azarosa pero brillante, lo recuerda para alejarse de los más brutales momentos en los que es torturado en la famosa prisión californiana, concretamente cuando es embutido durante horas en una camisa de fuerza que apenas le permite respirar.
  En esa terrible tesitura, Standing recuerda vívidamente sus experiencias en otras vidas, ya sea en la Francia medieval, en la Conquista del Oeste, en el Lejano Oriente o en la época de Jesucristo. En todas esas épocas los personajes son tipos que luchan denonadamente por conseguir sus objetivos que siempre están llenos de honor y respetabilidad. Visto así, da la impresión de que London tenía otro puñado de historias aventureras pero de menor entidad que las que escribía por separado, y las entrelaza con la historia del tal Darrell Standing y su resistencia a la brutalidad institucionalizada, una argucia literaria que demuestra la gran habilidad del autor californiano.

jueves, 14 de julio de 2016

La literatura como evasión y como toma de conciencia.

 Esos conceptos antagónicos se han dado en mí desde que era adolescente. Por un lado quiero no saber, aislarme, meterme en una burbuja en la que nada me alcance, y, para ello, la literatura es excepcional como compañera; por otro lado (cada vez, he de admitir, con menos frecuencia) quiero estar en el meollo de las cosas, enterarme de todo, llegar a un plano de conciencia superior, para poder enterarme a mí mismo y a la sociedad en que me ha tocado vivir, y para esto la literatura es imprescindible. Otra vez la eterna dualidad de pensamientos y sentimientos: la luz y la oscuridad, lo positivo y lo negativo, lo bueno y lo malo, la noche y el día, el macho y la hembra... todo dentro de una misma cabeza, la mía.
 No creo que hubiera podido conocerme a mí mismo, a mis sentimientos contradictorios, a mis enormes inseguridades, a mis grandes debilidades, a mis escasas virtudes si no hubiera leído a Hermann Hesse o a Kafka, si no me hubiera abismado en los postulados de Sigmund Freud (felizmente publicados en un espléndido puñado de ensayos, fuera del pomposo ámbito académico). Las grandes novelas en cuyas páginas están delineados personajes con una verosimilitud sorprendente son, sin lugar a duda, grandes escuelas de la vida. No hace falta recurrir a obras filosóficas o académicas que solo tienen arrogancia e impostura. La sencilla obra narrativa (sencilla entre comillas) de Tolstoi o de Dostoievsky tiene una carga psicológica tal que los personajes, que en realidad son arquetipos humanos, quedan definidos hasta lo más profundo de su ser. Habiendo leído a los dos rusos se comprende en gran medida el comportamiento humano de ayer, hoy y siempre. ¡Qué decir del feliz retrato de una sociedad alienada, estúpida e irreflexiva dada en las novelas y relatos de Kafka! Sin esos textos, escritos muchos de ellos con el punto de clarividencia que da la fiebre o la obsesión, no llegaríamos a entender la solemnemente imbécil sociedad humana.
 Por otro lado, cuando uno se encuentra saturado de esa idiotez busca alejarse de la forma más radical posible, aunque sea estrambótica e inverosímil. Estoy pensando en los irreales mundos imaginados por H. P. Lovecraft, pero hay muchísimos más que, en esa senda u otra semejante, llevan la imaginación a su desarrollo máximo, que permiten al lector salir tanto de su propia vida que la angustia existencial deja de oprimirle, aunque sea por unas horas.
 En realidad la literatura del conocimiento y la de evasión suponen un contraste que, una vez más, sitúa a la lectura en una de las más elevadas cotas de la actividad intelectual.

martes, 12 de julio de 2016

Ahora leyendo: "El vagabundo de las estrellas", por Jack London.

 Rememorando mi vida como lector, recuerdo claramente los años en que me convertí en tal de por vida (a menos que el Alzheimer o la demencia hagan presa en mí, así será mientras aliente): fue a mis trece o catorce años, cuando descubrí que leer me protegía de la áspera realidad, del trato autoritario y militarista de mi padre, de la manipulación femenina de mi madre, de mis inseguridades de adolescente... sí, la lectura me protegía de todo aquello pues me transformaba en un personaje fantástico y poderoso de paisajes exóticos, nada que ver con aquel chico apocado y tímido de Madrid. Como tantos otros jóvenes comencé por leer las novelas de aventuras de Julio Verne, Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Rudyard Kipling o Jack London, todo bastante habitual para la edad y la época. Años después, claro está, fui complicando mis lecturas, buscando encontrar en las páginas de un libro algo que no encontraré jamás: el sentido de la vida; por otra parte, comencé a ser más crítico con mis lecturas, analizando seriamente las mismas: si el argumento estaba bien desarrollado, si la prosa era más o menos adjetivada, más o menos realista, si los personajes eran redondos o más bien planos... me convertí, sin querer en un aprendiz de crítico literario, o como otros dicen, en "un buen lector". Y sí, tal vez hoy sea un buen lector, pero he de reconocer que he perdido la ilusión de leer por leer, sin estar pendiente de mil factores de la prosa o el autor. Es por eso por lo que leo ahora a Jack London.
  Quiero decir con lo anterior que para muchos de nosotros la lectura se ha transformado en algo demasiado serio y grave, una actividad que uno ha de practicar con gran serenidad y conocimientos... puede que esté bien y que ayude al crecimiento personal, pero hemos perdido (al menos yo la he perdido casi por completo) la ilusión juvenil que tuvimos. A los trece años uno se sentía pirata en La isla del tesoro de Stevenson; recorría grandes extensiones heladas subido en un trineo en Colmillo Blanco de London; me trataban como a un rey casi divino de la India en El hombre que pudo reinar de Kipling; me alejé de la tosca realidad en el submarino Nautilus del capitán Nemo en 20.000 leguas de viaje submarino de Verne; o remontaba el río Congo con Conrad. Todo aquello lo hacía sin fijarme en si los autores tenían una prosa muy adjetivada o apresurada, si había muchas o pocas frases subordinadas, si era más bien naturalista o realista... simplemente leía, devoraba en verdad. Tristemente la infancia y la juventud quedaron muy atrás, y con ellas, según parece, esa capacidad de admirarme de lo desconocido.
  Así que aquí estoy con London. El vagabundo de las estrellas no es Colmillo Blanco ni La llamada de lo salvaje (que, por cierto, en España se publicó con una traducción latinoamericana infame como El llamado del bosque, cuando el título original era "The Call of the Wild"), es menos aventurero y más filosófico. El personaje principal, Darrell Standing, es un condenado a muerte de San Quintín que recapacita sobre la existencia humana, la estupidez generalizada en la sociedad y la individualidad salvadora de los mayores errores cometidos por la colectividad. 
 Francamente, no creo que reviva aquellas lecturas despreocupadas de mi adolescencia, pero, al menos, espero alejarme un poco de tanto artificio e imposturas literarios como me he tragado estos últimos años.