Joseph Conrad es otro de los que forjaron mi vida como lector cuando apenas tenía esos quince años. Probablemente no tanto como Verne, London, Kipling o Stevenson, sobre todo porque las narraciones de Conrad son mucho más oscuras, no son tan juveniles como las de los otros. En las novelas de Verne los personajes están bastante dicotomizados: o son buenos y nobles, o malos y perversos, y en algún caso concreto, por ejemplo el Capitán Nemo de 20.000 leguas de viaje submarino, hay razones poderosas para un comportamiento inapropiado (Nemo huye de su sociedad refugiándose en el fondo del mar con su Nautilus y asesina a inocentes -hundiendo barcos de pasajeros con bandera británica- por el resentimiento que tiene contra Inglaterra, culpable de la muerte de su mujer e hijos). Kipling, por otro lado, fue el que, en mi opinión, más evidentemente muestra un lado racista: los superiores anglosajones y los inferiores indios; pero, con todo, hay una sensación de camaradería común en las aventuras vividas en paisajes extraordinarios. ¡Qué decir de Jack London y su descripción extasiada de la naturaleza!
Conrad es un escritor más adulto... o para lectores más adultos... no sé. Quiero decir que en sus relatos no hay buenos y malos, ni malos que se redimen para llegar a la luz... no, Conrad muestra la maldad humana tal cual es: sin edulcorantes como algo que no tiene explicación ni solución. Sus personajes son perversos dentro de la mezquindad, algo que, desgraciadamente, llevo mascando desde que tengo uso de razón y me di cuenta de que mis queridos papás, grandes ejemplos a seguir, eran tan mediocres y vulgares como cualquiera. En El corazón de las tinieblas la maldad descarada de unos, la brutalidad de otros y la indiferencia de la mayoría lleva a uno de los mayores horrores cometidos por los europeos en el siglo XIX: la explotación de todo un país, el entonces llamado Congo Belga, por un rey salvaje y avaricioso, Leopoldo II, y todo un país europeo que miraba hacia otro lado, conscientes de su pequeñez en Europa comparándose con sus vecinos (Francia, Alemania o Inglaterra), es decir, Bélgica. En el Congo Belga se explotó la esclavitud como forma fundamental de mano de obra para extraer las fabulosas riquezas naturales del país (sobre todo comparadas con los miserables recursos del minúsculo país europeo).
La esclavitud no fue suficiente para los perros de Leopoldo que mataban y torturaban sin piedad a los africanos a su cargo. Hoy, en internet, hay cientos de fotografías en las que se muestra lo que se hacía para prevenir levantamientos e indisciplinas: se amputaban manos a machetazos. Ejemplos:
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Imagen tomada de Wikipedia |
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En fin... las consabidas brutalidades de los europeos en África, América o Asia... y no hay un solo país que haya estado libre de esta lacra... el nuestro tampoco... Pero lo mejor de Conrad, un polaco de origen aristocrático reconvertido en británico, es que denuncia la barbarie en sí misma, no por países... La historia nos demuestra que nada tiene que ver la nacionalidad de un ser humano para que este se comporte de forma salvaje con su prójimo, que lo explote, lo torture y lo asesine. Está en el lado animalesco del hombre, y todos, en menor o mayor medida, lo tenemos en el fondo de nuestro ser. Aquí surge de nuevo otra gran virtud de la literatura: la de hacernos pensar, reflexionar sobre nosotros mismos y no escondernos en: "¡qué salvajes los belgas, lo que hicieron en el Congo!" o "¡asesinos los españoles que esclavizaron a los nativos americanos!" o los nazis con los judíos, o los judíos con los palestinos, o los portugueses con los brasileños, o los italianos con los libios, o los rusos con los caucasianos, o los... No, no tiene que ver nada con la nacionalidad, grupo religioso o cualquier otra identidad colectiva, es una mancha que todo ser humano lleva en su corazón... Para aquellos que tengan inteligencia suficiente, Joseph Conrad lo muestra en sus relatos.