Muchas veces he sido crítico con el mundo editorial. Pero no sólo yo, cualquiera que lea con asiduidad (como poco, cuatro o cinco libros al mes), por no hablar de aquéllos que escribimos y tratamos, infructuosamente, de ser publicados, vemos en el mundo editorial al ogro que nos amenaza constantemente desde su almenado castillo a nosotros, pobres artesanos desarmados... Lo cierto, sin embargo, es que sin editores no habría libros y, por tanto, no podríamos leer ni escribir, así que supongo que son un mal inevitable. Y, mirándolo bien, son gentes que tratan de vivir de esto que llamamos literatura y que enfocan todo desde un ámbito quizá demasiado comercial. Viene toda esta queja pueril para decir que los señores de Alianza Editorial han publicado una excelente recopilación de cuentos de terror en dos tomos, pero que para llamar la atención del gran público (y vender cuanto más mejor) han creado un libro con una portada un tanto chocante (llamativa, sería mejor decir), que es ésta:
Sobre fondo negro el cráneo de un león o tigre, no sé diferenciarlo. Ésta es la del primer volumen, la del segundo es la misma imagen pero la mitad que falta, con lo cual, juntando los dos pequeños tomos se completa la calavera del felino. En fin, que esto, visto en un estante donde se arrejuntan toda clase de libros con portadas anodinas, colores pocos llamativos y presentaciones sosas, estas antologías llaman la atención de un ciego. ¡Objetivo cumplido! Pensarán los sesudos señores de la editorial en cuestión.
Todo esto es natural en el mundo que nos ha tocado vivir en el que el dinero es el dios más poderoso de todos, y, algunos dirán, que lo llamativo es sorprenderse a estas alturas. Yo, que soy más bien ingenuo, tomo el llamativo volumen en mis manos y descubro para mi gran alegría que la estruendosa portada es lo de menos, porque se trata de una antología realizada por uno de los más reputados especialistas en literatura de terror (Rafael Llopis) y que los autores que tratan son "números uno" de todos los tiempos. Así, en este primer volumen encontramos a Dickens, Poe, Polidori, Walter Scott o el propio Bécquer. Y, en mi sorprendente candor, pienso que más valía publicitar los nombres antes citados al amenazante cráneo del animal. Por cierto, el tomo tiene el subtítulo de Daniel Defoe a Ambrose Bierce, y aunque acaba con Bierce, no comienza con Defoe sino con un tal Lope de Vega (no sé si vuesas mercedes lo conocerán); tal vez hubiera quedado demasiado formal si ponen que el primer relato de terror es del autor de Fuenteovejuna o de El perro del hortelano.
Así las cosas, parece que el mundo editorial tiene como función principal vender novelas como quien vende rosquillas, da igual quien compre mientras compren mucho. Es posible que el lector que busque cuentos de terror no esté interesado en Lope de Vega, Dickens o Bécquer, o incluso que desconozca por completo que esos autores, en sus extensas obras llegaran a escribir tales relatos. Aquí, una vez más, en mi extrema simpleza, quisiera pensar que lectores jóvenes que busquen relatos de terror escritos por contemporáneos como Stephen King, Ray Bradbury o Patricia Highsmith, conocieran que los clásicos también se interesaron por el subgénero y que, por pura casualidad, se interesaran por ellos. Así en un futuro no muy lejano, tal vez los editores no tendrían que llamar nuestra atención con portadas estruendosas o subtítulos inexactos.