Con gigantes como Herman Melville siempre hay aspectos a descubrir. Todos hemos leído Moby Dick, el propio Billy Budd, marinero, Benito Cereno o la enigmática y apasionante (apasionante por lo que algunos nos parecemos al personaje principal) Bartleby, el escribiente, pero desgraciadamente nos dejamos mucho del talento de Melville. Sobre todo en poesía, a la cual el creador de personajes tan auténticos como el Capitán Ahab dedicó mucho talento y años a lo largo de su vida. Me prometo a mí mismo superar la laguna de conocimiento que tengo con respecto a la poética de Melville, sobre todo después de leer el espléndido poema que sirve de epílogo a Billy Budd, marinero y que sirve de epítome del relato. Aquí va:
Billy encadenado.
El bueno del capellán ha entrado en la celda solitaria,
se arrodilla y reza por Billy Budd.
Por la tronera entra el resplandor de la luna,
su luz hace brillar el machete del centinela e ilumina su rincón,
aunque esa luz también morirá el último día de Billy.
Mañana harán de mí una joya,
que colgará como una perla del penol,
como el pendiente que le regalé a Molly, la de Bristol.
Ay, me van a colgar, no se suspenderá la sentencia.
Ay, todo está perdido, estoy perdido.
De madrugada seré colgado,
con el estómago vacío.
Quizá me den un trozo de pan, o algo de bizcocho, antes de mi muerte.
Seguro, algún camarada acercará a mis labios la última copa de vino,
pero apartará la mirada.
Sólo Dios sabe quién me colgará,
no habrá un pitido para la driza,
¿No es todo ficción?
Hay niebla en mis ojos; estoy soñando.
¿Un hacha para la soga? ¿Todo avante?
El tambor llamará, y Billy jamás lo oirá.
Pero Donald prometió permanecer a mi lado,
así tocaré una mano amiga antes de morir.
No, entonces ya estaré muerto.
Recuerdo cuando se hundió Taff el galés,
y sus mejillas estaban rojas como la aurora.
Pero a mí me arrojarán a las profundidades envuelto en mi hamaca.
Me hundiré más y más, y soñaré, como en duermevela.
Siento que algo se mueve. Centinela, ¿eres tú?
Afloja un poco las cadenas y súbeme despacio,
tengo sueño y siento ya cómo las algas húmedas me envuelven.
Herman Melville en 1885. Imagen tomada de Wikimedia Commons. |