Buscando dejar por unos días la narrativa que siempre leo, me adentro de nuevo en teatro. Pero quiero hacerlo, mi estado anímico así lo aconseja, con comedia, y con comedia española, para ser más concreto. Y, tal cual hice hace no muchos meses, vuelvo a dos gigantes de la dramaturgia española, en el subgénero cómico: Pedro Muñoz Seca y Enrique Jardiel Poncela. De Muñoz Seca leí su obra cumbre, La venganza de don Mendo, una comedia genial que no desmerece nada a cualquier gran drama de toda época, con el aliciente de lo descacharrante de la trama. Así que, con el tomo de las Obras selectas sacado de la biblioteca, continúo con la siguiente, ¡Pégame, Luciano!
Y mucho me temo que, comparada con La venganza de don Mendo, resulta muy flojita. Lo malo de leer teatro es que, si la obra no es muy buena, no se disfruta como cuando se ve la representación. Me explico: una obra tan redonda, tan especial como La venganza de don Mendo es un deleite leerla y, si la puesta en escena es buena, mucho más todavía; pero cuando es muy floja, ésta tiene un pase para verla representada si los actores, director y demás troupe son buenos, pero leída deja un poco frío. Esto me ha ocurrido con ¡Pégame, Luciano!, que me parece muy normalita. Reconozco que tiene momentos muy bien traídos, con personajes hilarantes y situaciones deliciosamente absurdas, pero también es muy predecible y, a ratos, anodina.
Argumento de ¡Pégame, Luciano!: enredos en una familia acomodada de Madrid. El marqués, Ramiro, viudo, tiene la rareza de que le gusta que las mujeres le peguen, y busca una señora entrada en carnes que "le dé lo suyo". El marqués tiene dos hijos, Otón, un personaje atolondrado y vividor que sólo quiere conducir deportivos y pilotar aeroplanos, y Mercedes, que se enamorará locamente de un médico de extracción social humilde, Luciano. El marqués, en sus correrías pasadas tuvo dos hijos ilegítimos con una mujer humilde, a los cuales ha abandonado completamente, siendo el tal Luciano quien se ha hecho cargo de ellos. Por otro lado, Mercedes, sabiendo que el médico tiene un sentimiento de pertenencia a clase social baja muy arraigado, le ha mentido diciendo que no es marquesa sino la mecanógrafa del marqués. Además de todos estos, otros personajes completan la comedia, con Porciúncula y Niceta enamoradas del marqués (y de su dinero), don Remedio como el tutor del ya veinteañero Otón, o don Jesús, bufón engreído al que nadie toma en serio. Los enredos principales son la relación de Mercedes y Luciano, la de Ramiro con Porciúncula, amén de las contribuciones peculiares de los criados y sirvientes de la casa. Finalmente todo se aclarará y las relaciones medrarán.
Es, ya digo, una comedia muy flojita. Al leerla queda un tanto desdibujada. Con todo, hay personajes muy bien pergeñados, como el tal Otón, de un humor absurdo que, si está representado por un actor eficaz, puede dar mucho juego en el escenario. Por otro lado, hay momentos de comicidad que funcionan muy bien al ser representada, como cuando don Remedio queda nervioso y descompuesto después de haber tenido que saltar en paracaídas de un avión y se trabuca y tartamudea.
Y es que, seamos comprensivos, todos los dramaturgos escribían sus obras para ser representadas, no para ser leídas. Esto es especialmente entendibles con las comedias, que tienen muchos gags que se comprenden plenamente cuando el actor los interpreta, quedando demasiado fríos cuando se leen. Pero es que, como antes decía, cuando un comediógrafo escribe la maravilla de La venganza de don Mendo, todo lo demás sabe a poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.