Hace ciento treinta años nacía en la pequeña ciudad de Providence, Rhode Island, uno de los grandes renovadores de la narrativa de terror. Tanto renovó este tipo que tuvieron que crear una subcategoría específica para sus relatos (terror cósmico), por sus argumentos en el que distintas criaturas de muy diferentes orígenes (espaciales y temporales) llegaban al planeta Tierra y, con eones de por medio, luchan entre sí, haciendo del ser humano un mero espectador irrelevante. Esto último fue uno de los grandes avances del solitario de Provicence: hasta entonces, toda la narrativa de terror se basaba en criaturas (monstruosas o no, terrenales o no, míticas o no...) que atemorizaban conscientemente a un individuo o grupo de individuos humanos; ahora, Lovecraft desprecia al mono con pantalones y lo sitúa como una criatura sin importancia en la inmensidad del Cosmos.
El propio Lovecraft fue un gran aficionado a los temas cosmológicos y, sin duda favorecido por su ateísmo militante, situó la existencia humana al mismo nivel que la de cualquier anélido que hoza en el barro. Esta deshumanización ahonda en la sensación de desesperanza y desvalimiento que atormentan a los personajes humanos de sus relatos. Los humanos ya no son protagonistas, ahora son meras víctimas colaterales de los enfrentamientos entre criaturas cuasi eternas.
Imagen tomada de Wikimedia Commons.