Hay novelas que por atemporales parecen escritas ayer mismo aunque lo fueran en realidad hace noventa años. Es el caso de Juventud sin Dios, una extraordinaria novela de un tal Ödön von Horvarth, hijo de un diplomático austriaco, étnicamente húngaro, muerto accidentalmente en París en 1938. Dicha novela está escrita con una prosa tremendamente ligera (a veces, es mi opinión, demasiado rápida, casi telegráfica), deshaciendo los párrafos en simples oraciones, lo cual convierte cada frase en un proyectil infalible que golpea al lector. En realidad no es un texto sensiblero, que nadie se confunda, incluso con el tema que trata (asesinato entre adolescentes), de hecho, lo apabullante es la frialdad con la que se describe a esos adolescentes, hipotético futuro de la sociedad, y sus comportamientos viciosos y pervertidos. Juventud sin Dios ha sido considerada paradigma de la denuncia de la sociedad pergeñada por los teóricos del nacionalsocialismo que, básicamente, se define por la consecución de unos objetivos (nacionalistas, étnicos y de identidad colectiva) por encima de cualquier moral. No es una interpretación errónea: von Horváth ya había sido señalado por los jerarcas nazis en el Völkischer Beobachter, la portavocía oficial; sus libros habían ardido en esas infames piras tantas veces recordadas; su casa familiar de Murnau, Baviera, había sido registrada en busca de textos antipatrióticos... Probablemente, su pertenencia a la nobleza austriaca lo libraba de momento, pero hubo de huir del país en todo caso, para encontrar una muerte absurda (la caída de una gran rama en un día de tormenta) en París. Sin embargo, la novela de von Horváth es atemporal, pues, desgraciadamente, todos esos vicios y perversiones son encontrables en cualquier tiempo y lugar.
En esencia, la novela retrata la opresiva situación de un grupo escolar de adolescentes en la Alemania del Tercer Reich, en el ámbito de los campamentos de montaña que tan frecuentes fueron en el ámbito fascista (también, además de en Alemania, en Italia y en España) en los que se adiestraba militarmente a los chicos, además de "formar su espíritu nacional" y homogeneizaba sus dispersas mentes. En ese ámbito, el protagonista es un profesor que asiste atónito al desarrollo de las relaciones entre escolares, con el descubrimiento del amor, el sexo, los celos y la venganza como motores del asesinato de uno de ellos. El maestro no es totalmente ajeno a la desgracia, tampoco en el sentido de la responsabilidad, clara metáfora de que en una sociedad como aquélla no hay nadie que se libre de culpa, aunque sea por mirar hacia otro lado. El asesinato se esclarece en un juicio en el que los chicos no dudan en mentir y levantar falso testimonio por librarse de un mínimo castigo, aun a sabiendas de que metían en un problema a un inocente.
En mi opinión, esto es trasladable a cualquier sociedad humana. Retrata jóvenes (teóricamente, la mejor parte y el futuro de aquélla) con todos los vicios de los adultos: mienten, espían, levantan falso testimonio contra otros, incluso asesinan... pero, sobre todo, miran para otro lado y, en lugar de ayudar, se complacen con el mar ajeno. ¿Acaso ha habido alguna sociedad en la que todos esos vicios y defectos no hayan sucedido? ¿Acaso no lo hemos hecho, aunque sea en pequeña medida, nosotros mismos para no complicarnos la vida? Es fácil (y apropiado) entender esta novela como denuncia del sistema social basado en la delación y la falta de solidaridad impuestos por los nazis; pero es mucho más útil si se piensa en que todos esos vicios son propios del ser humano de cualquier época y lugar. Hacer esto con una finalidad, claro está: buscar la solidaridad en lugar de la delación; la honestidad, aunque perjudique, en lugar de la mentira; el compromiso en lugar de la indiferencia; la misericordia en lugar de la aplicación brutal e impersonal de las leyes; la compasión en lugar del rencor...
El gran Primo Levi, víctima en primerísima persona de la brutalidad nazi, dedicó el resto de su vida a narrar sus terribles experiencias en el campo de concentración no para ganarse la compasión de los demás, sino para "vacunar" a la sociedad frente a la intolerancia, la barbarie y la indiferencia. Puede que la Historia no se repita nunca, como me decía un querido profesor, pero la naturaleza animalesca del ser humano pervive en lo más recóndito de su corazón y, bajo determinadas circunstancias, rebrota con ánimo homicida con facilidad, repitiendo esquemas ya acaecidos tiempo atrás.