Vigésimo primera entrega de esa genial parodia de la sociedad humana que es el Mundodisco. Esta vez toca poner en solfa la actividad más animalesca del ser humano (con perdón de los animales que nunca han practicado esta actividad): la guerra. No podía ser de otra manera, ahora Pratchett se mofa de esa actividad exclusivamente humana que nos relega al escalón más bajo de la escala filogenética; habiéndose reído de tantos defectos humanos (la soberbia, el engreimiento, el desprecio de los demás, la avaricia, la lujuria, la ira...) todas esas cosas que algunos llamaban "pecados capitales" y que, en realidad, son nuestra naturaleza animal sin el contrapeso de la moral, ahora le toca a la guerra. Y es que la guerra es producto de muchos de esos defectos y vicios. Por lo menos lo es de la soberbia, de la vanidad, del chovinismo, del nacionalismo exacerbado (si es que ha existido alguna vez un nacionalismo que no fuera exacerbado)... en fin, lo peorcito del género humano.
Todo, claro está, en el Mundodisco. Es decir, en ese mundo plano con forma de disco que reposa sobre los lomos de cuatro gigantescos elefantes que, a su vez, descansan sobre el caparazón de la tortuga cósmica, la Gran A'Tuin. De modo, que los dos contendientes de la estupidez bélica son la propia ciudad de Ankh-Morkpork y Klatch, un antiguo imperio desértico. Las analogías de Pratchett no son explicitadas, pero las semejanzas permiten inferir que Ankh-Morkpork representa a Occidente, con todos sus vicios de materialismo, individualismo feroz e indiferencia ante el prójimo; y Klatch representa al mundo islámico, con todos sus vicios de fanatismo religioso, colectivismo nacional feroz e indiferencia ante el prójimo. Estereotipos al fin, pero es que precisamente eso, los estereotipos son las razones que llevan a la guerra. El título original de la novela es Jingo!, vocablo que no está en nuestro diccionario, pero sí sus derivadas "jingoísmo" y "jingoísta", haciendo referencia al nacionalismo exacerbado y agresivo.
El argumento es, grosso modo, el siguiente: en la frontera marítima entre Ankh-Morkpork y Klatch surge de la noche a la mañana una isla. Es un territorio carente del más mínimo valor, pero los pescadores de uno y otro país lo reclaman simultáneamente. Poco después, los gobernantes de ambos lados, presionados por la opinión pública (aparentemente), comienzan a alimentar el ego colectivo que es el nacionalismo, haciendo que todos los instintos más tribales aparezcan en ese patrioterismo tan frecuente en las situaciones prebélicas. Así, todos los tejemanejes que se han visto a lo largo de la historia humana se suceden: fabricación de un casus belli a partir de pruebas inventadas cuando no con ataques de bandera falsa; búsqueda del chivo expiatorio (que, por supuesto, es el otro, el diferente) y su escarnio público; las guerras de religión por una nimia interpretación de un libro sagrado (que, por supuesto, oculta las ambiciones personales de poder de sus líderes); la reducción al estereotipo más grosero de toda una cultura y civilización; así como arrumbar a los líderes moderados y conciliadores para que los más malvados y perversos medren. En definitiva, ¡Voto a bríos! es una excelente novela antibelicista. Como siempre, Terry Pratchett, con su pantomima del Mundodisco, consigue poner en evidencia los males humanos. Nadie que haya leído este libro sería capaz (salvo que se sea de una maldad extrema, de una estupidez supina o de un interés inmoral) de justificar cualquier guerra. El inglés hace tan evidente el engaño colectivo de la guerra que no queda otro remedio que reírse... y huir de la estúpida sociedad humana...
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