Con la canícula apretando a fondo, uno tiene ganas de leer cuestiones más ligeras y triviales. Quizá sea un tanto injusto calificar así este pequeño ensayo de divulgación de uno de los padres de la etología animal, el austriaco Konrad Lorenz quien, por cierto, recibió el Premio Nobel de medicina en 1973, pero al menos no es narrativa, y ha de reconocerse que tiene un enfoque más liviano, menos grave que lo que un servidor acostumbra a leer. Por otro lado, claro está, es condición sine qua non para que guste este autor ser un enamorado de los animales, disfrutar de su compañía e interesarse por el más mínimo cambio en su comportamiento. Esto forma parte de mi carácter desde que tengo uso de razón y supongo que me acompañará mientras aliente.
El título hace referencia a esa leyenda recogida en algún libro veterotestamentario en el que el sapientísimo rey Salomón tenía un anillo que le permitía hablar fluidamente con los animales. Bien, ese sería el sueño de cualquier etólogo, poder comprender plenamente a la especie animal que se esté estudiando como si el científico mismo fuera uno de ellos.
En el prólogo, el etólogo austriaco presenta sus notas como un pequeño ensayo divulgativo, no científico, por ello están ausentes las farragosas explicaciones que sólo interesarían a los zoólogos, mientras que la amenidad del texto facilita su lectura para legos en la materia, pero interesados en el comportamiento animal. Todos aquellos que nos hemos visto sorprendidos por el comportamiento de animales cercanos a nosotros, ya fuera primitivos peces o complejos mamíferos, disfrutamos de las aventuras y desventuras de Lorenz, que, humildemente y con cierto humor, son puestas en negro sobre blanco de manera encantadora. Aunque el libro no sea académico no está exento de rigor, pues en apenas doscientas páginas están recogidas a vuelapluma las investigaciones minuciosas de decenios.
Konrad Lorenz. Imagen tomada de Wikimedia Commons
Comienza con los acuarios, verdaderos ecosistemas en miniatura en la que a través de un cristal uno puede inmiscuirse en la privacidad de plantas acuáticas, invertebrados y peces, de una forma que supera la amenidad de cualquier medio de comunicación tipo televisión. Lo que se aprende (y lo que entretiene) un acuario sólo lo sabe quien ha mantenido uno durante años buscando, claro, el bienestar animal en todo momento. Luego continúa con el estudio de aves, ya sean grajillas (Coloeus monedula) o gansos comunes (Anser anser); precisamente de estos últimos son los estudios más famosos de Lorenz, que tienen que ver con el fenómeno de la impronta (proceso de aprendizaje de los animales en sus primeras etapas de vida que marca toda su existencia). Termina explicando algo que todos los interesados en buscar el máximo bienestar animal hemos comprendido siempre con un simple vistazo: que en un zoológico la calidad de vida de los animales depende de su idiosincrasia específica, al margen del tamaño o su exotismo; así, por ejemplo, leones y tigres se adaptan espléndidamente bien a recintos relativamente pequeños, mientras que otros animales más pequeños como guepardos o lobos lo hacen siempre de muy mala manera.
En fin, el libro es una pequeña joya para los amantes de los animales. Siendo riguroso (y teniendo conocimientos avanzados de etología animal) algunas conclusiones de Lorenz caen en los errores clásicos de los primeros estudios de esta disciplina: humanización de los animales, finalismo y generalización. Es más notable el primero de ellos, cuando el autor aplica a los sujetos de estudio verbos exclusivamente propios de humanos como "piensa", "considera" o "siente". En fin, no debemos olvidar, en todo caso, que este texto fue publicado hace casi cien años, y que el verdadero valor de Konrad Lorenz está en que fue un verdadero pionero de la etología animal.