Un gran narrador es un gran narrador: todo es bueno. Sin embargo, algunos destacan en relatos y cuentos de pequeño formato, en los que son capaces de exprimir su ingenio en apenas unas pocas hojas; otros, por el contrario, muestran su maestría con una narración larga, donde poder explayar su talento. En el primer caso se encuentra, por ejemplo, Julio Cortázar. Nunca me gustó Rayuela; la leí linealmente y como el autor sugería, saltando algunos capítulos y leyendo algunos del final antes que otros del principio... y no me gustó de ninguna de las dos maneras. Sin embargo, los relatos de Cortázar contenidos en su Historias de cronopios y de famas me parecen obras literarias inconmensurables; son relatos muy cortos pero impactantes, que te golpean como un puñetazo en el estómago y te dejan sin aliento, incitándote a volver a leerlos de nuevo. Bueno, en el caso de Isaac Bashevis Singer aparentemente cabe suponer que será mejor narrador de novelas que de relatos, pues sus historias ganan con la evolución de los personajes, frecuentemente inmersos en épocas de profundos cambios sociopolíticos; a veces, incluso, sus narraciones hacen protagonistas no a individuos aislados sino a dinastías familiares, con lo cual es imprescindible una longitud prosística verdaderamente extensa.
Bueno, pues después de haber leído los seis relatos contenidos en este volumen de Nórdica Libros no estoy tan seguro de lo anterior. Sí, es verdad que, en algunas de las narraciones, se hecha en falta un poco más de longitud. ¡Vamos, no estoy despreciando al Nobel de literatura del 78! Quiero decir que los relatos son tan buenos que uno quisiera poder deleitarse unas cuantas horas más leyendo las aventuras pergeñadas por el genial escritor. Por supuesto, las características diferenciadoras del relatos sobre la novela están ahí, sobre todo aquel que dice que un relato es más una fotografía o un cortometraje, mientras que la novela es una película; vamos, que en el relato se narra una acción pasada ya inamovible, mientras que en la novela hay una evolución que hace que, aunque la acción sea pasado, está todavía viva. No sé, es una forma un tanto torticera de explicarlo, pero yo lo siento así.
En todo caso, la maestría de Singer no deja mal sabor de boca al leer estos seis relatos. Siguen siendo los temas habituales: la cultura judía askenazí que es barrida de Europa y sus hijos se ven obligados a peregrinar por el viejo continente y por Estados Unidos tratando de encontrar una paz que, si bien en el ámbito social lo pueden encontrar, no lo harán en el plano interior. Así, los exiliados se debatirán entre la vuelta a la tradición de sus mayores, la huida hacia delante buscando credos políticos o personales que les permita seguir alentando; entre medias, los personajes viven intensamente, especialmente en el ámbito romántico y sexual, con la avidez de quien ha visto la muerte cara a cara y sabe que no puede desperdiciar un solo minuto. Como siempre, el resultado es una narración muy humana, comprensible incluso cuando no se hayan vivido experiencias tan extremas.
De los seis relatos, precisamente el que da nombre al volumen, Una ventana al mundo, me parece el más flojo. El regalo es una joya cómica con su ironía en la que una acaudalada viuda judía residente en Florida recibe como regalo un retrete de jade macizo. Pero he disfrutado enormemente Job, la narración de un superviviente de todo (de la guerra, de los pogromos, del fanatismo político, del fanatismo religioso, de las más graves enfermedades...) a un periodista en Estados Unidos (éste, claramente, álter ego de Singer) con un optimismo y un humor que, precisamente, sólo un superviviente puede tener. Porque ahí está una belleza creativa de Isaac Bashevis Singer: la de personajes a prueba de bombas, verdaderos ejemplos de resiliencia y superación.
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