VI JANET BROWN
¡Venga circulen! No hay nada que ver... ¡Circulen! Y
tú, vete de aquí o te llevo detenida ahora mismo.
¡Vamos, agente! ¿Es que no puedo pasear
tranquilamente?
¡Que te largues te digo!
Que sí, hombre, que sí... no sé para qué sirve la
policía...
¡Descarada, fuera de aquí!
La mayor parte de las actuaciones de la policía
londinense en el Soho allá por los años 40 eran, además de
esclarecer pequeños hurtos, restablecer el orden público que
alteraban las jóvenes prostitutas que lo abarrotaban a todas horas.
Entre ellas estaba Janet Brown, que se había ganado a pulso, o más
bien a base de tirones de pelo, una buena esquina en Carlisle Street,
muy cerca de Soho Square.
<< ¡El muy
cerdo! ¿Pues no quería proponerme un ménage à trois con
su mujer? ¡Qué asco de vida! Siempre rodeado de babosos y de
pervertidos.>>
Miranda, me voy a casa, ya estoy harta de cerdos.
¿Tan pronto? ¿Ya has hecho dinero?
¡Qué voy a hacer!
¿Y qué le vas a contar a Joe
Bah, ya le contaré una milonga...
Si no le da por sacudirte...
Ya me sé defender solita... y si no tengo a William
para que le deje las cosas claras...
¿Tu William? No me hagas reír...
Ríete si quieres...
Pero en realidad, Janet sabía que su novio, William
Martin, no sería oposición alguna a los maltratos de su chulo, Joe
Clegg; era demasiado fino y débil de carácter comparado con la
brutalidad descarnada de Clegg.
Lo dicho, me voy a casa.
Tú misma...
Janet Brown no era una remilgada en ningún sentido, por
supuesto menos en el sexual, poco éxito tendría como meretriz si
no, pero no soportaba las relaciones homosexuales, que otras
compañeras aceptaban sin problemas. Pasó su infancia de hospicio en
hospicio, y en uno de ellos, ya siendo mocita, una cuidadora había
intentado propasarse metiéndole la mano entre las piernas mientras
la besaba el cuello cuando la acorraló en su cama una noche. La
respuesta de Janet, abofeteándola y lanzando al suelo a la cuidadora
mientras montaba un escándalo supuso su expulsión inmediata; poco
le importó, no era la primera vez. Desde entonces la mera
insinuación de una relación homosexual le repugnaba hasta llegar a
dudar de una simple amistad entre dos mujeres o dos hombres.
Aquel día, Janet se enteró del despido de William, el
enésimo. Desde que le conoció había tenido más de cinco o seis
oficios, todos mal pagados y mal considerados que apenas el habían
durado más de un mes cada uno. Siendo ella una “chica de la calle”
no estaba en disposición de exigir gran cosa a “su hombre”, pero
al menos esperaba no ser la única que ingresara dinero. Cuando llegó
a casa se encontró con William, cómo no, leyendo.