VII OPERACIÓN MINCEMEAT
- Ya verás, cariño, en menos de seis meses los alemanes están en plena retirada, y en un año Hitler capitula.
Así de optimista era Charles Cholmondeley. Tenía
motivos para serlo: los partes de guerra eran cada semana más
alentadores (y esta vez no era la conocida propaganda falseada); pero
sobre todo era optimista por el plan que había ideado para burlar al
Tercer Reich en el sur de Europa, solo faltaba la especulación del
alto mando.
- Ojalá sea así, los niños te necesitan, Charles. - Emma Cholmondeley deseaba realmente unificar de nuevo su familia, pero también era un ama de casa a la antigua usanza, de las que se encargaban de que todos los miembros de la misma se encontraran anímicamente bien.
- Por cierto, ¿cómo va Alastair en el colegio?
- Bien, le cuestan las matemáticas, pero con un poco de ayuda irá bien; Julian ya sabe leer casi sin silabear, y Emma corre como un gamo pasillo arriba, pasillo abajo.
- Seguro. Tienen suerte de tenerte como madre, Emma, no sé qué haríamos sin ti.
- Vamos, cariño, es mi obligación.
- Realmente eres un cielo... No todas pueden seguir adelante entre bombardeos... Sin ir más lejos, Martha, la mujer de Andrew, está desquiciada hasta el punto de planear locuras...
- No es fácil, Charles. Aunque parezca una tontería, yo saco fuerzas por los niños, para que no me vean asustada, aunque a veces no puedo evitar llorar. No lo vas a creer, el otro día, Alastair me cogió la mano y me dijo muy serio: “mamá, no te preocupes, si papá no vuelve de la guerra, yo os cuidaré”.
- ¡Pequeñajo del diablo! Estos van a madurar a base de bombazos. Con siete años y ya quiere mantener a su familia...
- No te rías, pobrecito, me lo comía a besos...
- Bueno, lo importante es aguantar, dejar que pase ese año o poco más y todo volverá a la normalidad.
- No olvides coger la tarta de manzana antes de irte.
- No te preocupes.
- ¿A qué hora sale el tren?
- A las seis, será mejor que me vaya preparando. ¡Niños, papá se va, venid a darme un beso!
A la carrera, los niños se disputaban el abrazo del
padre.
- Papá, papá, ¿cuándo vas a volver?
- No lo sé, cariño, lo antes posible. Tenéis que portaros bien y obedecer a mamá. Julian, ¿vas a llorar? Todo un hombretón como tú... Emma, chiquitina, ¡qué gusto da verte tan grande! Y tú, Alastair, cuida de todos, y aplícate un poco más con las matemáticas.
- No te preocupes, papá.
- Bueno, cariño, en cuanto llegue a Hanslope Park te escribo. Con un poco de suerte en quince días nos vemos de nuevo.
- Cuídate mucho, te quiero.
Era un solo día de permiso, pero al menos podía
quitarse la añoranza de la familia. Hacía un mes que no veía a los
chicos y los había encontrado grandísimos, especialmente a Emma,
que, con sus dos años, cambiaba semana a semana.
El tren le devolvió a su rutina en Hanslope Park, a esa
vida tan milimétricamente ordenada que tanto detestaba. Al
menos tenía trabajo en el que concentrarse para no estar dando
vueltas a la situación: eran solo flecos de la operación de
despiste para los nazis, en ella tenía puesta toda su ilusión.
Aun así, aquel día no le prestó más atención, tenía tiempo
suficiente.