No soy dado a la lectura de libros de viajes y expediciones, me parecen un tanto fantasiosas y pueriles. Visioné, sin embargo, hace unas pocas semanas una película noruega de 2012, rodada con todos los adelantos técnicos de la actualidad, dando una imagen más verosímil de los expedicionarios, huyendo de representaciones heroicas o incluso patrioteras. No está mal la película. Así que, rebuscando en la biblioteca encontré el libro escrito por el propio Thor Heyerdahl, jefe de la expedición, y me apresté a leerlo.
Y, bueno, como esperaba es un libro ameno, un tanto ingenuo, narrado en primera persona, tanto singular como plural, que me recordó sobremanera, tanto en la forma como en el fondo, a las novelas de Julio Verne.
Kon-Tiki narra las aventuras del expedicionario noruego Thor Heyerdahl, que en compañía de otros cinco noruegos trató de demostrar, en 1947, que las islas de Polinesia habían sido pobladas inicialmente por un antiguo pueblo de Sudamérica, en lo que hoy es el Perú. La distancia entre ambos territorios es de miles de millas náuticas, atravesando la mayor masa de agua del planeta, el océano Pacífico, con lo que pensar que individuos de un pueblo primitivo, navegando en simples balsas de troncos aprovechando las corrientes oceánicas era, cuando menos, disparatado. El tal Heyerdahl era un explorador y aventurero de la vieja escuela, de esos que no eran verdaderos expertos en nada pero sí estaban interesados en muchos temas como la etnología, geografía, zoología... Tal vez fuera uno de esos últimos exploradores, que abundaron sobre todo a mediados del siglo XIX. Por supuesto, la hazaña lo convirtió en una celebridad internacional y un héroe nacional, lo cual le permitió vivir de las rentas y organizar otras expediciones en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, así como publicar con notable éxito los diarios de tales aventuras.
El texto comienza con las deliberaciones del noruego a cuenta de una perdida civilización andina, formada por hombres de tez clara y luengas barbas, muy diferentes físicamente de los actuales pobladores de los países andinos. Estos antiguos dejaron una pequeña toponimia y tosco arte escultórico en lo que hoy es Perú y Ecuador, pues bien, lo cierto es que en las islas de Polinesia, a miles de millas náuticas de distancia se encontraron restos arqueológicos y de toponimia que coincidirían con los sudamericanos. La extraordinaria dificultad de que esos primitivos recorrieran esa enorme distancia oceánica, teniendo en cuenta que no parecían conocer artes avanzadas de navegación, llevaba a rechazar esa idea y a pensar que la Polinesia fue poblada desde Australia y Nueva Zelanda (como el aspecto físico de los pobladores de esos territorios daba a entender). El caso es que Heyerdahl consiguió convencer a cinco compatriotas, ninguno de los cuales tenía experiencia importante como marino, y, lo que es más importante: consiguió reunir fondos suficientes a partir de mecenas norteamericanos y europeos para afrontar el periplo.
La mayor parte del libro lo ocupan los tres meses largos que pasaron esos seis escandinavos en una balsa de troncos que no llegaba a medir más de trece metros de eslora por cinco de manga. Las aventuras con las tormentas que tuvieron que superar, los días de calma chicha que los dejaba inmóviles en mitad del océano, así como las extrañas criaturas marinas que los visitaban son propias de un narrador como Verne, Stevenson o Conrad.
Finalmente, arribarán a la Polinesia, donde serán recibidos como héroes cuasi divinos por sus pobladores. De ahí al mundo civilizado ya fue cuestión de pocas semanas, y la publicación de este exitoso libro (que supongo que habrá sido leído por generaciones completas de niños y adolescentes noruegos) cuestión de meses.
Bien, como decía es un texto ameno y curioso. No es científico, desde luego, no creo que lo pretendiera, sino de divulgación, algo que está en auge en los últimos decenios. A pesar del extraordinario éxito de la expedición, el poblamiento de las islas de la Polinesia desde Sudamérica en tiempos remotos no quedó demostrado, pero sí se comprobó fehacientemente la posibilidad de que endebles balsas de troncos llegaran del lejano continente al archipiélago oceánico para permitir el asentamiento de pequeñas poblaciones humanas allí.