sábado, 23 de marzo de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Stavanger, dirigida por Andris Poga. Obras de Orjan Matre, Prokófiev y Chaikovski.

  Decimotercer concierto de abono de la temporada 23-24, pero esta vez no toca la OSCyL, que está de gira, sino la Orquesta Sinfónica de Stavanger (Noruega), comandada por su director habitual, el letón Andris Poga. Es gratificante y esperanzador ver la verdadera constelación de excelentes orquestas sinfónicas que han surgido por todos los rincones de Europa (Castilla y León o Noruega entre ellos) y que son capaces de desempeñarse con altísima eficiencia y calidad con obras tan complejas e interesantes como, por ejemplo, la Sinfonía nº 5 de Chaikovski. Es ilusionante porque abre una puerta a la esperanza en este mundo tan chabacano y violento de que, al menos en un pequeño porcentaje de europeos, la cultura occidental, en una de sus formas más excelsas, sigue preservándose y cultivándose con fruición. La Orquesta Sinfónica de Stavanger es un ejemplo de esto que digo, formada por músicos de veintitrés nacionalidades (entre ellos, dos españoles) que ha alcanzado un nivel interpretativo capaz de afrontar sin miedo obras tan extraordinarias como la que antes cité. No todo está perdido, pues, pese al repulsivo reflejo de Europa y del planeta que puedan dar los medios de comunicación, queda espacio para la excelencia y la erudición.
 El concierto comienza con una referencia imprescindible a la música culta noruega y su compositor más reconocido: Edvard Grieg. Pero no lo va a hacer directamente sino con un autor noruego contemporáneo, Orjan Matre, cuya obra interpretada, una selección de Piezas líricas, tiene una deuda con el pequeño gran gigante (digo esto porque, parece ser, que el genial autor de Peer Gynt medía metro cincuenta y dos). En el día de ayer, la Orquesta Sinfónica de Stavanger interpretó cuatro movimientos: Arietta, Springdans, El caminante solitario y Mariposa, todos ellos con melodías iniciales extraídas de la obra principal de Grieg. Luego, Matre comienza una divagación melódica que acaba por llevarle a extremos totalmente alejados de Grieg. El propio Orjan Matre admite en su web que se considera un arreglista de obras tradicionales noruegas además de compositor. Lo cierto es que las melodías de Peer Gynt que Matre escoge para modificar son, precisamente, las danzas tradicionales que Grieg había introducido, como la de los movimientos La danza de Anitra o La canción de Solveig.
 Luego seguimos con Prokófiev. Ahora que lo pienso, Serguéi Prokófiev fue otro de esos autores que consiguieron que un servidor fuera melómano de por vida, ya que en mi tierna infancia mis padres tuvieron el acierto de comprar un disco (un "lp de vinilo") de Pedro y el lobo, ese estupendo poema sinfónico que adapta un cuento para niños (en realidad, para que los niños sean bueno y obedientes), en el que Prokófiev da un instrumento a cada personaje: el abuelo es un fagot; el lobo, un corno; el pato, un oboe; el pájaro, una flauta travesera... todo ello con un narrador que va explicando los hechos. Pedro y el lobo es una obra maravillosa por su carácter pedagógico, porque hace que los niños que, como un servidor hace ya muchas décadas, tienen sensibilidad musical puedan ver cómo la música culta no es un peñazo aburrido de gente sosa, sino una forma de manifestar los sentimientos que todos llevamos dentro. Bueno, pues hoy tocó el Concierto para piano nº 2, una muestra clara del Posromanticismo musical, con brillantes giros rítmicos; inclusión, que mantendrían del Romanticismo, de un scherzo; y, en general, disonancias y virtuosismos pianísticos tremendos. Por cierto, el pianista invitado ayer, el uzbeko Bezhod Abduraimov, levantó al público de sus asientos para un aplauso sin fin.
 Pero luego, sí, queridos amigos, sí, llegó el plato fuerte del día, el que todos estábamos esperando: la Sinfonía nº 5 de Piotr Ilich Chaikovski. Igual no me creen, pero entre los asientos cercanos a mi butaca fueron varios los espectadores que comentaron esto de modo distinto: "ahora comienza la parte bonita del concierto", "vamos a escuchar lo bueno", "¡a por Chaikovski!"... Suena irrisorio, pero doy fe de que el genio ruso concita admiración allá donde es interpretado. De nuevo, igual que decía de Prokófiev y Pedro y el lobo, no hay nadie con al menos un poco de gusto por la música culta que no reconozca inmediatamente por haber escuchado centenares de veces los compases más famosos de El lago de los cisnes o de El cascanueces. Tanto es así que no es raro encontrar amantes de la música culta que admiten estar un tanto hartos de estas obras, que escucharon desde su infancia y la tienen metida hasta lo más profundo de su materia gris; pero, claro, entonces se sigue indagando en la obra del genial ruso para toparse con sus sinfonías, sus conciertos para piano o sus óperas y uno queda finalmente rendido a su talento de por vida. La Sinfonía nº5 transmite los vaivenes anímicos y de autoestima por las que pasó Chaikovski. Concretamente, la compuso en 1888, tras años de depresión constante (dicen los musicólogos); de un matrimonio fracasado, intento fallido de ocultar su homosexualidad, dicen; e incluso tentativas de suicidio. Tiene esta obra una melodía recurrente que, con distintos tempos e instrumentos, se repite en los cuatro movimientos (Andantino, Scherzo, Intermezzo y Finale), parece ser que como símbolo del destino. Es en el segundo y el cuarto movimientos cuando esta melodía representativa del destino se hace más patente, de forma "scherzada", es decir, en forma de baile en el segundo, y de forma rotunda y apabullante en el último movimiento. Es una obra fácilmente reconocible por el público entendido y que con igual sencillez se llega a interiorizar, al tener esa alternancia tan propia de Chaikovski entre las melodías más enternecedoras y melosas y los ritmos más enérgicos y sobrecogedores.

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