Anómalo pero interesante concierto el de ayer. Anómalo, primero porque la OSCyL sigue de gira, con lo que la de ayer fue la Orquesta Nacional de España; segundo, que no se programaron varias obras con el consabido intermedio, sino la Octava Sinfonía de Anton Bruckner, sin descanso. Al final de los noventa minutos había muchos espectadores que se quejaban de no haber podido "estirar las piernas" desde hacía tanto tiempo y (comprensible en este país de extrovertidos y conversadores compulsivos) no haber podido "pegar la hebra" con el vecino. Un servidor, introvertido en un océano de charlatanes, se refugia en la lectura durante el intermedio (y aun así, me interrumpen los cercanos, aunque sea para decirme lo mucho que les gusta el autor que leo -esto es cierto, me ha pasado este mismo año-), con lo que no me levanto de mi butaca en casi dos horas, pero entiendo que, teniendo en cuenta que la media de edad del espectador del auditorio supera ampliamente mis cincuenta y tantas castañas, el respetable necesite de ese momento de estirar piernas y charlar con el de al lado. Digo esta bobada porque no sé hasta que punto es un acierto programar una obra como la Sinfonía nº8 de Bruckner en un auditorio como el Miguel Delibes. Vamos, no pongo en duda la calidad de la obra del austriaco, ni mucho menos, de hecho, sus wagnerianos acordes tienen mucho tirón entre un cierto tipo de público, pero para el público general, la estructuración del concierto con su correspondiente descanso y, si puede ser, con obras contrastantes entre sí me parece un mayor acierto.
Creo haber ya esbozado aquí la discusión de los dos estilos musicales del Romanticismo en Alemania entre los "conservadores de Leipzig", defensores de Brahms, Schumann y Mendelssohn, de un cierto clasicismo en las formas, rechazando la música que "describía imágenes" y el poema sinfónico en última instancia; y por el otro lado los del llamado "Club de Weimar" con Franz Liszt a la cabeza que invocaban a Richard Wagner como dios supremo, con melodías evocadoras y sugerentes, no tan pendientes de las formas clásicas, en este último grupo, además de Liszt y Wagner (parientes políticos entre sí, ya se sabe) estaba el propio Bruckner. Ahora que lo pienso bien, ojalá todas las discusiones sociales fueran de índole cultural como ésta y no si gana el Barça o el Madrid o la izquierda o la derecha. En fin, degenerando vamos... Bueno, lo cierto es que el propio Anton Bruckner se declaró arrobado admirador de Wagner, incluso algunos musicólogos llegan a afirmar que Bruckner es más wagneriano que el propio autor de El oro del Rin. Desde luego, ayer la sección de viento metal se hizo dueña del concierto en ciertos momentos, con la tuba, las trompetas, trombones y, sobre todo, las trompas con una potencia apabullante. Con todo, la Octava sinfonía de Bruckner no tiene el componente épico que atribuimos a las óperas wagnerianas, digamos que las trompas tienen un aportación más evocadora que épica, puede decirse que incluso es delicada (habrá quien diga que la delicadeza y el viento metal no pegan bien, pero en Bruckner sí es capaz de hacerlo).
El parto de la Sinfonía nº8 fue doloroso y largo, según parece. Bruckner presentó tres versiones ante las críticas de los musicólogos más influyentes de la época. Los cambios fueron, en general, hacia la disminución de la extensión y la eliminación de compases para darle un toque más "brahmsiano", menos wagneriano a la composición. La versión que escuchamos ayer (y que se representa siempre en la actualidad) es una intermedia editada por el musicólogo Robert Haas, que trata de recuperar la obra tal cual Bruckner la quiso presentar, pero dejando las mejoras que él mismo había implementado.
Se trata de una sinfonía articulada en cuatro movimientos: allegro moderado, scherzo, adagio y finale. En el primer movimiento se suceden tres temas que, según el compositor, son "como personajes o entidades indescifrables, que sufren metamorfosis y resurrecciones hasta que suena un pasaje de trompas y trompetas que anuncia la muerte"; es, por tanto, una representación del fin de todo ser vivo. El segundo movimiento, el scherzo, plasma un mito popular alemán, el llamado "Der deutsche Michel" (Miguel, el alemán), personificación nacional del pueblo alemán, referencia a sus supuestas características de ingenuidad y credulidad. En el adagio, el tema principal es un evidente remedo de Tristán e Isolda, pagando así sus respetos al maestro. El finale concita, claro, toda la potencia orquestal de una orquesta romántica, en este caso versión wagneriana, con los nada menos que dieciocho músicos de viento-metal llenando cada milímetro cúbico de la sala sinfónica; según Bruckner, pretendía dar el último toque a ese "Miguel, el alemán", esa personificación, con una marcha de la muerte y luego la transfiguración.
En fin, una obra global, un mundo en sí misma, una composición para escuchar una y otra vez tratando de encontrar esas personificaciones y esos paralelismos. Y un verdadero lujo poderla escuchar en el Auditorio Miguel Delibes de la excelsa mano de la Orquesta Nacional de España.
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