El tópico habla de las enormes diferencias entre el comercial cine de Hollywood y el europeo, tal vez sea demasiado estereotipado, todos hemos visto películas europeas que parecen un anuncio de dentífrico... no es el caso, desde luego, del cine de Aki Kaurismäki.
Vaya por delante que no he podido visionar toda su filmografía, eso sí, gracias a internet y al intercambio P2P (el cual el propio director recomienda) he podido disfrutar de Le Havre (2011), Luces al atardecer (2006), Un hombre sin pasado (2002), Juha (1999), Nubes pasajeras (1996) y Contraté a un asesino a sueldo (1990). Tal vez esas seis películas sean una muestra demasiado pequeña para un director con cerca de veinte cintas, pero lo cierto es que la impronta que añade el finlandés es tan poderosa que muchos elementos se repiten, sin perder por ello originalidad cada una de ellas, con lo que me creo capacitado para hablar del conjunto de su obra. Las características más habituales son: en los argumentos la narración de vidas que, estereotípicamente, podríamos llamar de perdedores, de gente que son expulsados de su sociedad: inmigrantes, desempleados, delincuentes, enfermos terminales... personajes con los que el espectador empatiza inmediatamente, pues son tan verosímiles y cercanos que nos recuerdan a nosotro mismos (en algún caso de forma dolorosa); otra constante en Kaurismäki son los decorados que parecen sacados de un mundo que se hunde: viviendas paupérrimas, sucias pero a la vez luminosas, decorados industriales y ciudades (el ejemplo más claro es la francesa El Havre) que conocieron mejores épocas; otra peculiaridad de su obra son los diálogos escasísimos, las largas secuencias sin absolutamente nada más que las miradas de los protagonistas, esto combinado con un ritmo lento hace que muchos espectadores (los más degradados por Hollywood o Walt Disney) abandonen sus películas. En definitiva, el cine de Kaurismäki es tan personal que al visionar cinco minutos de una película suya ya encontramos esas características tan notables; muchos dicen que son historias depresivas y anodinas, pero, visionadas con atención, se descubre un fino humor irónico que impregna hasta el absurdo cualquier situación trágica.
Ese es el caso de Un hombre sin pasado, donde un trabajador metalúrgico es agredido brutalmente en un muelle portuario (lugar omnipresente en Kaurismäki) por lo que pierde totalmente la memoria. El protagonista se ve obligado, pues, a vivir de la caridad de sus coetáneos, en su caso del Ejército de Salvación, de la que una miembro (la actriz fetiche del director, Kati Outinen) acabará siendo su amante. La sucesión de desatinos en la vida de este pobre hombre lanzado de la noche a la mañana a la mendicidad es tan descacharrante con un humor absurdo y con esas miradas de perro pachón en silencio absoluto que uno no puede por menos que carcajearse. Pero lo bueno es que uno se ríe no de las desgracias del protagonista, sino de lo absurdo de la organización social de los seres humanos, de su estúpida organización injusta, de su escala de valores totalmente invertida. Kaurismäki es un espíritu burlón que pone en evidencia la imbecilidad humana, para hacernos reflexionar sobre nuestra existencia, tanto individual como colectiva, en este "valle de lágrimas".
En Contraté a un asesino a sueldo (1990) rescata a un actor fetiche de otros tiempos muy conocido para todos los cinéfilos: Jean-Pierre Léaud, sí, el mismo de las películas de Truffaut y que también llevó a la fama Godard. Con François Truffaut le vimos crecer y hacerse hombre en el papel de Antoine Doinel (obviamente un álter ego del propio Truffaut), desde la maravillosa Los cuatrocientos golpes hasta Domicilio conyugal, pasando por Antoine y Colette y Besos robados. Con Kaurismäki, Léaud se convierte en un francés viviendo en Londres que pierde lo único fijo que tenía en su anodina vida: su trabajo. Como consecuencia el tipo decide suicidarse, pero es tan torpe que no consigue ahorcarse ni intoxicarse con gas, por lo que contrata a un asesino para que lo liquide. Ya el argumento parece absurdo, pero, para complicarlo un poco, el protagonista, que siempre fue desconocedor del amor, se enamora y vive un idilio con una vendedora de rosas; esto, claro, le hace replantearse su decisión y decidir huir del asesino que él mismo contrató. Humor absurdo puro y duro, todo reforzado con la mirada obtusa de Léaud y sus silencios de autista. Aunque alguien lo dude, una verdadera comedia.
Pero la mejor película del finlandés, al menos para mí, es Le Havre (2011). Donde en unos paisajes industriales en decadencia, sobrevive económicamente a duras penas pero moral e intelectualmente de lujo el protagonista principal, Marcel Marx (André Wilms), un humilde y a la vez altivo limpiabotas ("uno de los pocos oficios acorde al sermón de la montaña") que, por casualidad, topa con un inmigrante ilegal (el niño Blondin Miguel) que trata de llegar a Londres en busca de su madre y una vida mejor. La vida de Marx se complica por la grave enfermedad de su mujer, Arletty (de nuevo Kati Outinen), quien no llega a saber plenamente que su marido trata de esconder al chico de la policía (encarnado por un duro pero a la vez tierno Jean-Pierre Darroussin) y enviarlo a Londres. La película tiene tintes muy humanos al denunciar la brutalidad e insensibilidad de la sociedad en uno de los dramas más terribles a los que asistimos en la actualidad que es el de la inmigración (llamada ilegal por quienes ejercen el poder). El resto de características antes citadas de Kaurismäki están presentes. Uno se pregunta cómo diablos consigue financiación este hombre para hacer películas que tanto (algunos pensarán que sutilmente) critican la sociedad actual, porque, claro, si eres Walt Disney fácil es que consigas dinero, al fin y al cabo estás glorificando al poderoso y convirtiendo a los espectadores en siervos agradecidos...