Comienzo con Gabrielle de Bergerac, de James. Un autor a medio camino entre su Nueva York natal y Londres, camino no geográfico que lo situaría en mitad del Atlántico sino cultural, un yanqui -en el sentido exacto del término, alguien natural del noreste de Estados Unidos- enamorado de la más rancia cultura inglesa.
Tanto es así, que para muchos críticos literarios anglosajones, James es incluido entre los escritores victorianos, por su estilo, su prosa barroca y lenta, sus temas sociales ambientados en Inglaterra... todo esto en un americano. No es una excepción, en la metrópoli de nuestros tiempos -con el permiso de la inmensa potencia emergente, China, que Dios nos asista cuando esta última pase a ser nuestra metrópoli- es muy frecuente que en el noreste, principalmente Nueva Inglaterra, pero no solo, también Nueva York e ingluso Washington, muchos de sus más aclamados intelectuales tengan una vieja añoranza romántica de "la vieja Europa", especialmente de la "pérfida Albión"; nada que ver con aquellos del sur -tejanos y demás morralla- o los avasalladores del oeste -léase californianos-.
Gabrielle de Bergerac es considerada una de las novelas más románticas de Henry James, según dice con profunda influencia de Jane Austen; a diferencia de la mayor parte de sus obras, ésta está ambientada en Francia, donde una joven señorita aristócrata sufre los desmanes de una vida prefijada y aburrida contando un carácter vividor y rebelde.