jueves, 18 de diciembre de 2014

Ahora leyendo, en poesía: "Poesía reunida", de Philip Larkin

 Lumen edita una antología de Larkin, con poemas de sus principales poemarios: Engaños, Las bodas de pentecostés y Ventanas altas. Todo un lujo que, estando como están las cosas en el ámbito editorial español, se publiquen estos poemas tan marginales de público.
   La poesía de Larkin no es, desde luego, la mejor para esos días bajos de ánimo en los que todo parece quebrarse ante nuestros ojos... no, en esos días mejor no acordarse de este tipo, el efecto podría ser demoledor. Sin embargo, su sarcástica y experimentada cosmovisión es buena para evitar caer en  ilusorias esperanzas sobre una humanidad decente y una vida individual acorde... Larkin es el poeta de la desesperanza vestida de gris, de la desilusión sin fondo que rompe toda promesa de mejora en un mundo sin Dios ni futuro.
 A mí, particularmente, me estimula la rotundidad de sus afirmaciones, sus incontestables verdades que tan impropias parecen de cualquier poesía. Para todos nosotros que fuimos educados en esa poesía optimista, simplona de adolescente enamoriscado, Larkin es como un desentumecedor jarro de agua fría.
 

martes, 16 de diciembre de 2014

Ahora leyendo: "La pata de mono y otros cuentos macabros", por W. W. Jacobs

 Muchos relatos fantásticos no son fácilmente clasificables como de terror o de angustia. Los señores de Valdemar han tenido a bien denominar "cuentos macabros" a los de este inglés que forma así parte de la pléyade de escritores fomentados por la que se ha convertido en mi editorial favorita.
  Los escritores anglosajones del siglo XIX copan un género que, probablemente, nunca pasará de moda. Son autores de relatos impactantes, espectaculares, que nos estimulan, asustan y permiten sobrellevar la tediosa existencia que llevamos. Son como el picante en una buena comida: no nos alimenta, pero mejora cualquier plato.
 De Jacobs, como de otros tantos, no había leído nada hasta una recopilación de Valdemar, así que la editorial madrileña cumple con una de las más sagradas funciones editoriales: la difusión cultural.
  Esta claro que este autor no es Lovecraft, Poe, Stoker o Bierce, pero sí un escritor talentoso que merece ser degustado con esmero, si te gusta el género, claro. De lo leído por el momento me sorprende su modernidad estilística, pues, aun siendo un hombre a caballo de los dos siglos precedentes, su prosa es rápida y poco adjetivada, casi periodística, como estamos acostumbrados en nuestros días.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Inciso cinematográfico: "Oliver Twist", dirigida por David Lean en 1948

 Adaptar cualquier obra literaria al cine es complicado: o se cae en el defecto de ser demasiado literal o en el de que el director (que suelen tener grandes egos) quiera dar una visión demasiado personal de la novela. En el caso del Oliver Twist de David Lean quizás se escore hacia el primer caso que es, en mi opinión, el menos dañino. Lo cierto es que David Lean es uno de los mejores directores cinematográficos que ha dado Reino Unido y que, precisamente, se destacó como fiel adaptador de grandes novelas inmortales: además de la que nos ocupa, también rodó una versión de Grandes esperanzas del mismo novelista; Lawrence de Arabia, basada en la vida, mitad de aventurero, mitad de militar imperialista británico de Thomas Edward Lawrence; o la inolvidable Doctor Zhivago de Boris Pasternak. Uno de los grandes, vaya.
  Con Oliver Twist hubiera sido fácil caer en la patraña sentimentaloide para que los dignos burgueses británicos se emocionaran en el cine al recordar la terrible vida que sufrió gran parte de la infancia y el conjunto de la sociedad en la época más brillante (según los nacionalistas británicos) de su país, la era victoriana; pero no, Lean es fiel al texto de Dickens sin buscar efectismos. El uso de la fotografía es clásico pero con interesantes avances, teniendo en cuenta que fue rodada en 1948. Así, los decorados de los barrios más degradados de Londres siempre están en tonos muy oscuros y con paredes de geometrías inverosímiles que recuerdan lejanamente la sensación opresiva del cine surrealista alemán y que contrastan vivamente con los grandes salones luminosos y lujosamente decorados de las mansiones de los ricos. Con respecto a los actores, los chicos, incluido el que interpreta a Oliver están perfectamente creíbles y dignos en su papel, el resto también, pero sobre todo destaca uno que, aunque controvertido, sigue encandilando al que esto escribe: Alec Guinness.
 El gran Alec Guinness, Sir Alec Guinnes, uno de los mejores actores que esa pequeña isla ha dado al mundo. Su papel en Oliver Twist es el de la imagen superior: el judío Fagin, perista y líder de los chiquillos que utiliza para robar a las damas y caballeros desapercibidos. El papel, lo estereotípico de judío que tiene, logró una denuncia de la Liga Antidifamación por antisemitismo manifiesto. Lo cierto es que en el texto de Dickens se pinta a Fagin como un "alegre vejete" y no se hace referencia a los tópicos antisemitas de siempre: enorme nariz ganchuda, larga barba desaseada y, sobre todo, desaforado amor por la riqueza, hasta llegar a la usura. Es probable que tanto en la concepción dickensiana como en la interpretación de Lean haya algo de antisemitismo, o, al menos, de seguir propalando viejos estereotipos, pero, al margen de esto, aun siendo importante sin duda, la actuación del inglés es espectacular. La de los maquilladores también lo fue, está claro, como ejemplo véase la secuencia siguiente:

  En cualquier caso, admitiendo que se perpetúan viejos mitos antisemitas, la película es una excelente adaptación de la novela de Dickens, una escapatoria fácil para aquéllos (me temo que son demasiados) que prefieren visionar la película a leer la novela, aunque pierdan mil detalles de tramas secundarias y descripciones de paisajes y personajes.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

V de Vendetta

 Alan Moore no es precisamente santo de mi devoción. Tengo, sin embargo, varios cómics firmados por él; principalmente porque ha tratado temas muy queridos para mí: el mundo de Lovecraft, extraños sucesos históricos no aclarados -Jack el Destripador-... aunque también ha estado, como es sabido, muchos años ligado al universo Marvel, que nunca me atrajo.
  Sin embargo, Moore es más conocido por esta obra: V de Vendetta, que supuso un tremendo éxito en todo el mundo, que fue posteriormente llevado al cine con otro "exitazo" de público y crítica, y que ha llevado a la dichosa máscara a ser un icono de nuestros días. Desde luego no se puede negar una gran originalidad temática en esta obra, otra patada en la boca para los que piensan que los cómics son cosa de chicos, es una trama sencilla pero bien hilada y con una ambigüedad que hace que sea tomada como banderín de enganche por gentes de muy distinto origen y condición.
 Moore, haciendo una vez más de enfant terrible, abominó de la versión cinematográfica y se alejó públicamente de ella. Yo, en mi humilde opinión, no he visto grandes distancias entre la novela gráfica y la película, aparte, por supuesto, de las necesarias por el distinto formato. Puede que haya algo de ego herido en el escritor... quién sabe.
  Lo tremendo del tema es que la idea central de la novela gráfica es profunda y sanamente ácrata, pues lucha contra todo orden y poder establecido; sin embargo, el verdadero poder y orden de nuestros días -el dinero- hizo también bandera de V de Vendetta, moviendo cientos de millones de dólares, euros, libras, yens y demás monedas infernales entre la distribución de la película y el merchandising posterior. Esa parece ser la maldición de Moore: un tipo en lucha contra lo comercial que tiene la extraña bendición/maldición de vender todo lo que hace como si de churros se tratase. Mejor quedarse, en cualquier caso, con la obra del escritor al margen de los devaneos del mercado.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Ahora leyendo: "Oliver Twist", de Charles Dickens

 Creo que ya lo escribí: la llamada literatura victoriana es, para mí, la vuelta al hogar. Sus largas y adjetivadas oraciones; sus personajes dibujados con mil y un epítetos; sus paisajes industriales o rurales con una brutal diferencia social, son la referencia literaria más noble que alguien que escribe puede tener... otra cosa es que nadie, hoy, pueda escribir como Dickens, Eliot, las hermanas Brontë o Stevenson, y no solo por su calidad, sino porque habríamos de ser hombres y mujeres de finales del XIX para poder llevar el ritmo de vida y creación que se plasmaría en sus obras. Sin embargo, envueltos como estamos en "literatura basura" con la que las editoriales dominantes, meras máquinas de hacer dinero y repartirlo injustamente, nos bombardean sin piedad, la vuelta al ideal literario parece más necesario que nunca. En verdad uno acaba preguntándose qué sentido tiene leer a un autor contemporáneo teniendo a un Dickens.
  Algún sesudo crítico literario de las otrora llamadas "Islas Británicas" (hoy, Reino Unido) ha categorizado al inmortal autor como "literatura humanitaria y humorística", y, en realidad, no me parece en absoluto desafortunado. Pocas novelas he leído en las que la compasión verdadera, sin doblez y sin sensiblería (aquí quien quiera puede adjetivarlo como "compasión cristiana", la de verdad, no la farisaica de la secta de Roma) por los más desatendidos de nuestra animalesca sociedad. En el caso concreto de Oliver Twist, la denuncia social es fundamental, hecha carne en un pobre huérfano que es maltratado y utilizado como bestia de carga por todos los adultos que lo rodean. En otros casos, esa crítica viene a través del humor, irónico y sarcástico, como en Los papeles de Pickwick. Es por ello que esa definición, aparentemente demasiado simplona, no hace mella alguna en la inmortal obra de Dickens. 
 Es destacable que muchos de los escritores más notables, para mí, ejemplo de que la especie humana todavía merece seguir existiendo (aunque, desde luego, la mayoría se gana sobradamente la eliminación en masa), hicieron del humor y la compasión (por otro lado, virtudes hoy en desuso) el armazón principal de sus novelas: búsquese humor y compasión humana en El Quijote y en otras obras cervantinas.
  Al final los grandes son grandes no por lo enrevesado de su prosa sino por todo lo contrario, ya podrían aprender la pléyade de pretenciosos escritorzuelos que defienden su obra desde la soberbia de su sillón de académico.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Ahora leyendo: "Con la risa en los huesos", relatos de humor compilados por Valdemar

 Tanto leer a Dostoyevski, literatura victoriana y de terror acaba por marcar el carácter. Por eso es bueno buscar horizontes más risueños, aunque, eso sí, de calidad; nada mejor que confiar, una vez más, en Valdemar.
  Porque cuando se edita una recopilación de relatos humorísticos de Dickens, Conan Doyle, Lewis Carroll, Saki, Jan Potocki, Mark Twain o Kafka no se puede defraudar. Todos ellos, y algunos más, marcaron indeleblemente la literatura universal y las vidas de muchos de nosotros con novelas y relatos que poco tenían de cómicos, pero también han dejado verdaderas joyas satíricas que la editorial Valdemar presenta en este volumen de su colección El Club Diógenes.
  Como el prólogo advierte, hay muchos tipos de humor aquí: desde el humor negro anglosajón de Conan Doyle, al surrealista de Lewis Carroll o al amargo y ligeramente resentido de Ambrose Bierce; pero todos ellos coinciden en la brevedad, y es que, al igual que ocurre con el terror, en los relatos de humor "lo bueno, si breve, dos veces bueno", pues con una rápida lectura nos deja un sabor intenso, como un trago de tequila que nos espabila al instante.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Inciso cinematográfico: "The Zero Theorem", dirigida por Terry Gilliam

 Una película rara, en el buen sentido de la expresión: con muchas interpretaciones -probablemente tantas como espectadores-, con una estética tan peculiar que hechiza; con una actuación del genial Cristoph Waltz, la bella y sensual miniatura femenina de Mélanie Thierry, la hierática dureza de la gigantesca Tilda Swinton y la afortunadamente escasa aparición de Matt Damon.
  La acción -poca en el sentido físico, más en el intelectual- ocurre en un futuro "distópico" en el que Waltz es un matemático informático que, trabajando desde "su casa" -luego hablaré de "su casa"-, trata de demostrar el sentido de la vida. El tipo en cuestión, Qohen Leth, es un verdadero enfermo psicológico, no más que cualquier otro; desde su ordenador -a medias futurista a medias sacado de una novela de steampunk- busca la explicación a la existencia mientras espera una llamada que se la dé y que nunca llega. En su vida se cruza una prostituta virtual que se acaba enamorando de él interpretada por Mélanie Thierry, la nueva Lolita del cine francés: una tipa de poco más de metro y medio que desborda sensualidad por todos los poros. También, quizá como antítesis física, a Leth le trata una psicóloga virtual interpretada por Tilda Swinton, la gigantona Bruja Blanca de Las Crónicas de Narnia que tiene la sensualidad de un contenedor de basuras.
  En mi opinión, -la opinión buena siempre es la propia, lo contrario es dogmatismo-, The Zero Theorem es una alegoría de la vida, de la búsqueda de sentido de la misma. La "casa" de Qohen Leth a la que antes hice alusión no es sino una iglesia abandonada, en el altar está el soberbio ordenador de su puesto de trabajo y en el órgano está su cama. Es sencillo representarse a Qohen Leth como un eremita que busca a Dios en un mundo sin Dios; la espera de la llamada es algo que todos los que tenemos ya cierta edad hemos escuchado cientos de veces en nuestra catequizada adolescencia: "la llamada de Dios". Frente a la espiritualidad y la búsqueda de sentido a todo, la sensualidad apasionada de la Thierry, que desempeña una versión actualizada de la profesión de María Magdalena y que supone la tentación para el timorato de Leth.
  La respuesta final a la búsqueda de sentido parece estar en un agujero negro, reduciendo así la noción de Dios a la más razonable, científica y desesperanzadora del Big Bang.
 Una muy buena película, de nuevo, para mí. Waltz no alcanza la pericia interpretativa con la que nos deslumbró en Inglorious Bastards, pero cumple ampliamente; el resto del elenco cumple sobradamente con las expectativas. Pero lo más destacable es la fotografía de la película, casi en su totalidad de interiores, con una espléndida adaptación de esa casa-iglesia.

martes, 25 de noviembre de 2014

"Una resaca de cuidado", por Jacques Tardi y Leo Malet

 Cada historietista, obviamente, tiene su propio estilo: el detallista de Vittorio Giardino, el de trazos aparentemente descuidados de Hugo Pratt, el más infantil de Art Spiegelman o el inconfundible de Jacques Tardi.
  De los anteriormente citados, el estilo de Tardi es más parecido al de Pratt, aunque Corto Maltés tiene un terminado más artístico que los personajes del francés. Me gusta mucho, sin embargo, el tratamiento que hace Tardi de los paisajes urbanos en los que ambienta sus historias: no son más que calles comunes y corrientes con casas propias del país vecino, calzadas con pavés y coches de la época -años 40 y 50-, pero  rezuma todo una atmósfera que presta una verosimilitud extraordinaria.
 En esta ocasión, Una resaca de cuidado, es otra aventura del antihéroe "tardiniano" por excelencia, Néstor Burma, un atrabiliario y desmañado detective creado por "el Vázquez-Montalbán de las letras francesas", Leo Malet.
  Porque, ya lo conté de Pratt, en el cómic hay demasiados ilustradores que pretenden meterse a escritores, y, aunque a algunos les salga bien -caso de Spiegelman o Giardino-, la mayoría suele naufragar en la intensidad de la trama. Jacques Tardi no se limita a dibujar, pues también interpreta las novelas de Malet, pero en las historias de Néstor Burma se observa la profundidad y el buen hacer que uno espera de un gran escritor.

jueves, 20 de noviembre de 2014

"36-39. Malos tiempos", por Carlos Giménez

 Que los cómics o novelas gráficas no son asuntos infantiles o juveniles sino que pueden tratar temas de honda madurez se sabe de hace mucho tiempo, pero lo cierto es que hay temas y temas. No se me ocurre una temática de mayor crudeza que una guerra civil, pero es que el modo descarnado y verosímil que le da Giménez recalca la brutalidad del conflicto.
  36-39. Malos tiempos  es un cómic abrumador. Es abrumador por la enorme calidad de Giménez como ilustrador, uno de los mejores a nivel mundial, sin duda; pero también es abrumador por la dureza con la que trata la muerte sin sentido, caprichosa e infantil que se apoderó de nuestro país entre 1936 y 1939. Carlos Giménez no es un contemporizador, no trata de quitarle yerro al asunto, todo lo contrario: me ha resultado verdaderamente duro leer este cómic, cada historia está preñada de la barbarie y el salvajismo que se enseñoreó de esta triste tierra hace casi ochenta años.
 No he podido evitar recordar viejas historias que me contaron mis abuelos Alfonso y Manolita, alguna recogida aquí como aquella del obús que cayó en la farmacia El Globo. La tristeza con la que mis abuelos me lo contaban ya en los primeros años ochenta todavía me sobrecoge.
  En su prólogo, el autor advierte que no será neutral: "que nadie me pida que sea neutral ante el fascismo". Sin embargo, el cómic no es, en absoluto, un panfleto propagandístico, sobre todo porque la crudeza de la narración, especialmente cuando son niños los protagonistas, no deja títere con cabeza. Para Giménez no hay ni buenos ni malos, la guerra los ha convertido a todos en malos, ha sacado lo peor que hay en cada uno de ellos. De ahí la extrema verosimilitud de la narración.