No me gusta Borges. Y no comprendo a aquellos que le incluyen en el mismo grupo de Cortázar (aparte, claro está, de los intereses editoriales que llevaron, en esa época, a obligar a leer a los incautos a todos aquellos autores nacidos en algún país latinoamericano). Existen, aparte de la contemporaneidad y nacionalidad alguna escasa coincidencia como la de ser principalmente cuentistas... ahí, en mi opinión, acaba toda semejanza.
Los cuentos de Cortázar son imaginativos, incluso absurdos, tratan (así lo interpreto) de desmontar la realidad dándole la vuelta como un calcetín. Eso me seduce muchísimo, consigue sacarme una sonrisa, algo que, por desgracia, siempre fue difícil en mí (y cada vez más). Borges también deforma la realidad, pero de una forma muy sutil, en realidad lo más notable en sus textos es la erudición. Borges tenía una verborrea propia de un profesor autista (perdón por la redundancia), de alguien que suelta de todo con un nivel cultural que, al menos a mí, embota. Y, tal vez, esa sea la cuestión: tanto Borges como su amigo Bioy Casares no pretendían contar nada, simplemente elaboran reseñas ingeniosas y un tanto absurdas, demostrando un dominio de la lengua verdaderamente extraordinario, amén de la erudición antes mencionada.
Pero en este miserable mundo de seres finitos conscientes de su pequeñez, la pretensión es norma. Así, poca gente que quiera ser tomada por culta se atreverá a decir que no le gusta el escritor porteño.
La unión entre los términos "Borges" y "obra maestra" es, por desgracia, demasiado frecuente.