viernes, 19 de agosto de 2016

"Cuentos" de Borges, recopilados por la editorial Debolsillo (grupo Penguin Random House).

 No me gusta Borges. Y no comprendo a aquellos que le incluyen en el mismo grupo de Cortázar (aparte, claro está, de los intereses editoriales que llevaron, en esa época, a obligar a leer a los incautos a todos aquellos autores nacidos en algún país latinoamericano). Existen, aparte de la contemporaneidad y nacionalidad alguna escasa coincidencia como la de ser principalmente cuentistas... ahí, en mi opinión, acaba toda semejanza.
  Los cuentos de Cortázar son imaginativos, incluso absurdos, tratan (así lo interpreto) de desmontar la realidad dándole la vuelta como un calcetín. Eso me seduce muchísimo, consigue sacarme una sonrisa, algo que, por desgracia, siempre fue difícil en mí (y cada vez más). Borges también deforma la realidad, pero de una forma muy sutil, en realidad lo más notable en sus textos es la erudición. Borges tenía una verborrea propia de un profesor autista (perdón por la redundancia), de alguien que suelta de todo con un nivel cultural que, al menos a mí, embota. Y, tal vez, esa sea la cuestión: tanto Borges como su amigo Bioy Casares no pretendían contar nada, simplemente elaboran reseñas ingeniosas y un tanto absurdas, demostrando un dominio de la lengua verdaderamente extraordinario, amén de la erudición antes mencionada.
 Pero en este miserable mundo de seres finitos conscientes de su pequeñez, la pretensión es norma. Así, poca gente que quiera ser tomada por culta se atreverá a decir que no le gusta el escritor porteño.
  La unión entre los términos "Borges" y "obra maestra" es, por desgracia, demasiado frecuente.

miércoles, 17 de agosto de 2016

"Ten Short Stories", por Roald Dahl.

 El fiasco que me llevé con Stephen King (y lo rápido que me lo liquidé) me llevó a comprar, en la misma librería del sureste peninsular, estas historias cortas del cuentista inglés de origen noruego Roald Dahl.
  No sé si fue por buscar relatos en inglés para quitarme el mal sabor de boca que me dejó El ciclo del hombre lobo, aunque, habiendo leído otros cuentos del inglés (aquellos en castellano), había sentido el mismo regusto decepcionante. Por tanto leí estas historias en su lengua original... y volví a sentir lo mismo... Roald Dahl fue un escritor excelente para niños, les preparaba para la mierda de vida que les aguardaba y les invitaba a mantener la imaginación infantil como refugio frente a toda esa mierda que nos hacen tragar los que sonríen (con sonrisa falsa, claro, de político) de forma continua. "Charlie and the Chocolate Factory", "James and the Giant Peach", "Fantastic Mr. Fox" o "The BFG" son extraordinarias historias que se regodean sin tapujos en la única época de la vida humana que tiene sentido: la infancia.
  ¿Y lo demás? Lo demás, lo que escribió para adultos, no otorga esa magia un tanto estúpida pero que logra rejuvenecer el corazón. En realidad, las historias recopiladas en este "Ten Short Stories" son agudas críticas de la hipócrita sociedad que nos ha tocado vivir (que le tocó vivir a Dahl a mediados del siglo XX, que es la misma que nos toca en el XXI): gente que vive de engañar al prójimo y que se ofende horriblemente cuando se siente estafada a su vez (véase los comentarios despectivos sobre los políticos de los "honrados" ciudadanos que se aprovechan del débil cuando pueden); mujeres que se vanaglorian de su feminidad pero en realidad son marimachos mandones que solo quieren dominar a los demás; anticuarios que, disfrazados de clérigos, tratan de engañar a pobres aldeanos para comprar a precio de saldo antigüedades valiosas... todo narrado con un humor sarcástico y negro, muy, pero que muy inglés.

"El ciclo del hombre lobo", por Stephen King.

 En mis "mini-vacaciones" estivales llevé solo la novela de Cortázar antes reseñada, y claro, se me quedó corta, así que, buscando una lectura liviana para soportar la canícula murciana compré esto:
  No soy lector habitual de Stephen King aunque haya leído algunas, que recuerde ahora mismo: Cujo, The Green Mile, Pet Samatary o Night Shift. Nótese que los títulos están en inglés, y es que todas ellas las leí en su lengua original; no es que sea un gran conocedor de la lengua de Shakespeare, pero tengo los conocimientos y prácticas suficientes para leerlas en inglés y, por otro lado, la literatura del bueno de Stephen King no es precisamente la más compleja y difícil para leer en "versión original"... Ese fue mi error: comprar esta novela breve en castellano, porque la sensación que me ha dejado es de insatisfacción, de una liviandad excesiva... buscaba lecturas fáciles, pero me encontré con una demasiado facilona. 
  No, King no es Tolstoi... ni creo que lo pretenda ser, pero lo que leí con anterioridad me pareció de mejor calidad: argumentos más trabajados y con más giros, personajes mejor delineados, prosa ligeramente más cuidada... sin embargo, El ciclo del hombre lobo me ha parecido ramplona y predecible. Decía antes lo de que mi error fue leerla en castellano porque, tal vez, las otras también fueran ramplonas, pero al leerlas en inglés me parecieron de mayor enjundia... tal vez...

"Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella", por Julio Cortázar y Carol Dunlop.

 Nunca me gustaron los libros de viajes. Suelen ser híbridos entre narrativa y ensayo con un fortísimo componente de egocentrismo que los hace infumables; sin embargo, por respeto a los maravillosos momentos que me han librado de la depresión sever, creados por Cortázar, decidí leer este libro:
  Los autonautas de la cosmopista narra un viaje entre París y Marsella que llevó a cabo Julio Cortázar con su mujer (la tercer y última) Carol Dunlop en la primavera de 1982. La singularidad del viaje, en una furgoneta Volkswagen, fue que se detuvieron en cada apeadero de la autopista, lo cual les llevó a tardar un mes en realizarlo. En realidad todo esto no tendría interés alguno si no fuera porque el viajero es Cortázar, un tipo con una imaginación tan desbordante que la más mínima anécdota puede ser convertida en una reflexión trascendente sobre la vida y la muerte, y así es: rutinas vulgares de un pareja que decide "desperdiciar" un mes de sus vidas (ya acabándose, como luego se verá) en una autopista francesa son convertidas en lúcidas meditaciones que consiguen que paremos nuestro frenético y estúpido ritmo de vida (a toda velocidad hacia el féretro) para contemplar la sencilla belleza de una florecilla silvestre brotada a centímetros del asfalto.
  No está mal, no es, ni de lejos, lo mejor del argentino, pero logra arrancar una sonrisa de ternura en nuestras acartonadas caras. Por cierto, antes dije que en esa época sus vidas estaban prontas a acabar: Carol moriría en noviembre de ese mismo año y Julio dos años después.

lunes, 8 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "La perla", por John Steinbeck.

 Debía ser el año 1995, vivía yo entonces, de forma intermitente, en una casa que mi padre había comprado a un hermano suyo en Buitrago de Lozoya, en soledad (como casi siempre) con la inestimable compañía de Alba, la perra; allí podía alejarme del maltrato familiar y social en general y fingir una suerte de autonomía personal. Por aquellos días leía con fruición la obra principal de Steinbeck, Las uvas de la ira, y el recuerdo de aquella soledad bien acompañada por la literatura y el animal me vuelve con relativa frecuencia. Ahora empiezo un relato (hoy casi se podría llamar novela breve), La perla.
  A Las uvas de la ira siguió, años después, De ratones y hombres, así como Una vez hubo una guerra. Steinbeck fue siempre un referente para mí, no tanto como escritor sino como persona, como intelectual. Fue un tipo capaz de reconocer lo verdaderamente importante en la vida: la amistad, las experiencias, reforzar la humanidad de cada uno... tan diferente de los imbéciles que dominaban el mundo en su época (y hoy, sus hijos y nietos, tan imbéciles como sus antepasados, siguen haciendo) que valoraban bobadas sociales (dinero, títulos, posesiones, estatus social...). Las novelas de Steinbeck son verdaderos alegatos del más fino humanismo, liberado de toda esa bazofia que nos enfanga desde el principio de los tiempos. Su estilo, por otro lado, es natural, sin ampulosidades ni pretensiones, lo que en aquellos años se empezaba a denominar "estilo periodístico" por su sencillez.
  La perla es un relato en el que la belleza del ser humano más pobre y humilde resalta frente a la maldad retorcida del rico... tal cual la vida es. Una familia de indígenas (no se dice de donde, pero se supone que de México o California, tanto por los nombres como porque California fue la tierra del autor y donde se ambientan casi toda sus obras) que viven en extrema pobreza y sufren una desgracia más: su único hijo es picado por un escorpión. La familia, aterrorizada pide la ayuda del único médico del pueblo, que los despide entre desprecios al no poder pagar sus servicios; sin embargo, la Providencia les premia con lo único que podría cambiar su existencia, el hallazgo de una perla. Súbitamente todo cambia, el otrora despreciativo médico trata por todos los medios de cuidar al pequeño enfermo, el cura que solo atendía a los blancos visita por primera vez a la familia... todo al revés por culpa de la repentina riqueza. No cabe duda de que Steinbeck era un moralista muy cercano a la de la verdadera fe cristiana (no la aparente que se esconde tras grandes casas, títulos o estatus social aunque vista ropas eclesiásticas) sino aquella recogida en el Sermón de la Montaña, algo muy parecido al de otro gran escritor, en este caso ruso, Lev Tolstoi.

sábado, 6 de agosto de 2016

"El busto del Emperador", por Joseph Roth.

 Un relato, otro más, de Roth, con la misma temática: la pérdida de la patria (Austria-Hungría) y el desarraigo emocional que supone sentirse en fuera de juego.
  Me sigue encantando la facilidad con la que este tío es capaz de hacernos entender un sentimiento que hoy podría parecernos tan ajeno, sin embargo, este relato es mucho más flojo que otros. Es más flojo porque el personaje (el conde Morstin) está mucho peor acabado que otros, tal vez porque el relato es muy corto y no daba para más; también es más flojo porque no hay evolución alguna, ni de los personajes ni de la situación, y esto si se percibe en otros textos de Roth.
  Tal vez por la menor calidad del relato, me ha dado por pensar críticamente sobre esa sensación de desarraigo y alienación tan propia del autor. En El busto del Emperador se llega a describir al conde Morstin como un tipo estrafalario que incluso acaba vistiendo el uniforme imperial que usara décadas antes, provocando así el pasmo cuando no la hilaridad de sus convecinos del pueblo de la entonces Galitzia austríaca, después Polonia. Ese sentirse fuera de juego del conde coincide plenamente con la vida de Joseph Roth, hasta el punto de que el personaje bien podría ser otro alter ego del autor. Ambos fueron privilegiados en tiempos del imperio, y ambos perdieron de golpe y plumazo (más bien de golpe y escopetazo) todos sus prebendas y canonjías. 
 Lo peculiar es que Joseph Roth se definió más como persona por lo que no fue (o por lo que no se sintió) que por lo que fue. Así, Roth fue un judío no judío (ni practicaba ni se identificaba), fue un polaco ucraniano no ucraniano ni polaco (nació en Brody, entonces Polonia, ahora Ucrania, pero no hablaba polaco ni ucraniano, sino alemán), y fue, probablemente, un aristócrata no aristócrata (defendió a muerte el orden cuasi feudal del Imperio austro-húngaro cuando él no era más que un plebeyo)... En fin, no siendo tantas cosas pero viviendo bien en un régimen decadente no es tan raro que uno se sienta fuera de juego cuando este desaparece.

viernes, 5 de agosto de 2016

"Trampantojo #78", por Max (http://max-elblog.blogspot.com.es)

Imagen tomada del sitio http://max-elblog.blogspot.com.es/

"La última posada", lectura "interruptus"...

 No era lo que yo esperaba, ya lo dije. Son un montón de apuntes del autor húngaro sobre su profesión, sus experiencias en los campos de exterminio, su peculiar forma de judaísmo, su relación con otros colegas... no una novela. No obstante, hay conclusiones y pensamientos sobre la existencia muy agudos, y otros sobre la futura llegada del Nobel (parece ser que estos apuntes fueron escritos a finales de los noventa y el premio le fue otorgado en 2002) que son muy clarividentes, entre ellos uno que ha calado entre sus lectores y que era algo como: "siempre seré un escritor húngaro de segunda fila, ignorado y malinterpretado", que, principalmente era una queja por el hecho de ser escritor en una lengua minoritaria a nivel mundial, el húngaro.
Imagen tomada de Commons Wikimedia
 Se equivocó, pues, el señor Kertész, ya que recibiría el tan ansiado premio en su versión literaria aquel año 2002.
 Al margen de premios y reconocimientos, el texto me ha parecido áspero y depresivo, hasta el punto de calificarlo, según reza esta entrada, "lectura interruptus", es decir, que he dejado a medias el libro, no creo haber llegado al tercio de su longitud, pero es que me estaba empezando a dañar. En las otros textos que he leído del húngaro (estas sí, verdaderas novelas) se aprecia un profundo pesimismo existencial, pero en La última posada, al ser una obra tan claramente autobiográfica, un verdadero diario en realidad, la depresión es innegable, y la sombra del suicidio planea por todas partes, hasta el punto de que me ha sido imposible seguir adelante con su lectura, teniendo en cuenta mi personalidad también depresiva.
 En todo caso, sigo opinando que en el mundo editorial no todo vale (como, parece ser, opinan los editores), y se hace necesario explicar qué es lo que se publica (novela, ensayo, diarios...) por mucho que sea más interesante económicamente hablando publicar lo que sea de un premio Nobel.

jueves, 4 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "La última posada", por Imre Kertész.

 Tercer texto del Premio Nobel de literatura de 2002 que leo, tras su obra más conocida, Sin destino, y Kaddish por el hijo no nacido. Esas dos son novelas (más bien un relato la segunda), pero no tengo claro qué es La última posada. Los de la editorial El Acantilado no aclaran en la contraportada el género literario al que pertenece la obra, es más, insinúan que se trata de una novela autobiográfica (como las otras dos antes mencionadas); sin embargo, de momento diría que es un ensayo sin una verdadera estructura ensayística, es decir, el autor vierte sus pensamientos y sentimientos sobre todo aquello que le ocupa (la novela que está escribiendo, las que escribió, su vida cotidiana, sus reflexiones sobre la actualidad y el pasado...) sin que haya verdadera estructura, son como los apuntes tomados a vuelapluma en un diario o cuaderno de pensamientos.
  Lo lamento profundamente. Creo en la división por géneros y que esta se explicite perfectamente, de hecho recuerdo que hace no tantas décadas las editoriales sacaban en ediciones realmente baratas clasificadas las obras por franjas de colores según fueran narrativa, poesía, teatro o ensayo. En fin, parece que en esto también vamos a peor... Digo esto porque no me gusta leer ensayo. Tiendo a verlo como una arrogancia de un autor que pretende dárselas de sabelotodo  y aburrirnos con sus sesudas consideraciones. En este sentido, las novelas son más puras pues se narra una situación y, salvo que sea literatura infantil o "literatura para tontos" (subgénero muy de moda, por cierto) no hay buenos o malos, ni se pretende adoctrinar al lector; así, en narrativa uno puede tomar partido por uno u otro personaje (o por ninguno) o considerar más apropiado o menos el modo de vida de los que allí están encerrados en el papel... es todo más sutil... más adulto.
  Las disquisiciones de Kertész no son deleznables, sobre todo si se tiene en cuenta las terribles experiencias vitales por las que pasó en su infancia y juventud, pero, con todo, hubiera preferido que el autor las hubiera novelado en un personaje que perfectamente podría haber sido su alter ego. De las editoriales... qué se puede decir... imagino que estando su negocio tan mal como está, de un autor como el húngaro, Premio Nobel, si pudieran editarían hasta su papel higiénico usado... al fin y al cabo, es "obra" de un Nobel...

martes, 2 de agosto de 2016

Ahora lyendo: "El sabueso de los Baskerville", por Arthur Conan Doyle.

 Con las novelas y relatos de Sherlock Holmes, plenamente incluidas en el imaginario popular, pasa que todo el mundo ha visto alguna adaptación al cine o, más frecuentemente, a la televisión (dicho sea de paso que las adaptaciones fueron, generalmente, muy fieles al original literario, algo de lo que pocos autores pueden disfrutar). Así, casi todos podrán describir a los personajes principales, sus características e incluso las líneas principales de sus más conocidas aventuras. Doyle es, con mucho, el autor cuyo personaje ha llegado a todos los rincones del mundo, gracias al séptimo arte, pero, ¿cuántos lo han leído? Sí, el bueno del escocés es víctima de su propio éxito... y de la vagancia que hace que visionar una película sea menos trabajoso que leer una novela.
  Dejando de lado la cultura televisiva que todo lo invade, se hace necesario reivindicar a Arthur Conan Doyle como un excelente escritor victoriano, con un extraordinario puñado de relatos detectivescos pero también de esos que han sido englobados en ese cajón de sastre de "literatura gótica" que tan abundante fue a finales del XIX y principios del XX, sobre todo entre los autores anglosajones. Según los críticos, Doyle estaba hastiado del éxito de su personaje principal (pobre de él, menos mal que no conoció todas esas adaptaciones de las que antes hablaba al cine, teatro, televisión, cómic...) que decidió matarlo junto con su antagonista, el doctor Moriarty, pero lo retomó precisamente para esta novela breve. Como la mayor parte de los relatos policíacos, todos los de Sherlock Holmes son "relativamente fáciles de crear" (perdón por la arrogancia e impiedad, pero así lo creo). El autor se "limita" a dar vida al detective y a su sempiterno ayudante Watson (evidente alter ego de Doyle) y luego, las distintas aventuras consisten en cambios de paisaje y trama (igual no tan fácil, ¿no?).
  En todo caso, El sabueso de los Baskerville pasa por ser el relato mejor urdido por el escocés, con una complejidad argumental al más alto nivel de la literatura de la época.