sábado, 5 de noviembre de 2016

"Providence 2. El abismo del tiempo", por Alan Moore y Jacen Burrows.

 El "mago del caos" de Northampton continúa su interpretación sui generis de la obra de Lovecraft, con el mismo personaje principal, Robert Black, un periodista homosexual de la Nueva Inglaterra de principios del siglo XX que trata de escribir una novela sobre los extraños acontecimientos que ocurrieron en aquella fecha . Recalco su identidad sexual, porque el autor la destaca de forma insistente y normalmente sin necesidad, tal vez por puro afán provocador.
 Quien conozca a Alan Moore sabrá que es un tipo que se muere por provocar una buena polémica, que adora ser el centro de atención mediático aunque sea inmerecidamente. Esto le lleva a comportarse como un adolescente histriónico deseoso de atraer las miradas embelesadas de sus papás... lo malo es que el tío tiene más de sesenta tacos... En todo caso no se puede negar un cierto talento narrativo al inglés, aunque hay que reconocer que parece haberse especializado en tomar historias y personajes de otros para reinterpretarlos (los personajes de la Liga de los hombres extraordinarios, Jack el destripador, estos de Lovecraft...), parece que aquellos de V de vendetta (su mejor obra sin lugar a dudas) ya han pasado a mejor vida. Aquí, Moore junta varias historias del de Providence, algo que el propio Lovecraft alentó desde que comenzó a escribir. Por tanto no podemos quejarnos en realidad de si Moore está cerca o no del plagio creativo.
 Los dibujos de Burrows son, por otro lado, espectaculares, de lo mejorcito que hay en los cómics hoy en día. Un estilo muy clásico pero de una calidad enorme, algo que eleva la categoría del cómic que, si no fuera por ello, quedaría un poco coja.
  La editorial Panini Comics (sí, la de los cromos) es la que se encarga de publicarlo en nuestro país. Como se supone que es para adultos, con papel bastante cuidado y tapas en cartoné; sin embargo, en Estados Unidos y Reino Unido lo publica Avatar Press, con la típica publicación para jóvenes, en tomitos de poco más de veinte o treinta páginas y sin tapas propiamente dichas, algo así como las revistas pulp de antaño.

domingo, 23 de octubre de 2016

Ahora leyendo: "Bosque Mitago", por Robert Holdstock.

 La lectura compulsiva desde la más tierna infancia deja restos en nuestra memoria que solo la muerte (además del Alzheimer, la demencia senil y otras hierbas) podrán destruir. No son recuerdos sólidos y concretos, sino evanescentes y difusos, pero un servidor los atesora como algo propio que nadie jamás me podrá quitar. Entre estos recuerdos, sin duda están los de lecturas lejanas que nos marcaron o, al menos, nos entretuvieron y protegieron del frío exterior en ciertas épocas; frecuentemente están asociados a lugares o momentos concretos que permiten ser más fácilmente recordados. En este contexto recuerdo Bosque Mitago del escritor inglés Robert Holdstock.
  Esta novela la compré en un aeropuerto mexicano (no recuerdo si el de Puerto Vallarta o el de Distrito Federal) a la vuelta de unas vacaciones con mis padres en 1992. Recuerdo que me gustó mucho (tenía yo entonces veintiún años) y que me pasé el largo viaje enfrascado en su lectura. No soy tan ingenuo como para no admitir que el hecho de que guste más o menos depende de las expectativas que previamente se tenga. Cuando uno compra una novela en un aeropuerto normalmente solo quiere que se le haga más corto el viaje; en aquel aeropuerto mexicano probablemente no encontré muchas alternativas y la posibilidad de comprar prensa del país me interesaría menos aún. El caso fue que, esperando poco de esta novela de ciencia ficción, me encontré con una trama bien urdida, unos personajes sólidos y una prosa más que respetable. Al menos consiguió que mi vuelo sobre el Atlántico fuera llevadero.
  Aquel libro, desgraciadamente, desapareció, como tantos otros, a lo largo de las mudanzas (de casa y de vida) que he experimentado en mis casi cinco décadas, pero el recuerdo, felizmente, sigue aquí. Tal vez fue un ejercicio de nostalgia o el envejecimiento intelectual que llama a las puertas de mi cerebro, pero lo cierto es que hace semanas me dio por volver a pensar en esta novela y, tras una breve búsqueda en Internet, conocí que la editorial Gigamesh la había reeditado recientemente.
 El argumento principal es sencillo pero atractivo: un joven regresa a su casa familiar en Inglaterra tras la Segunda Guerra Mundial, una casa sita en Herefordshire (oeste de aquella nación británica, limitando con Gales) junto a un ominoso bosque primordial, el Bosque de Ryhope. El bosque es un reducto moderno de las antiguas criaturas mitológicas celtas y anglosajonas, que en esa familia llaman "Mitagos". A medida que el protagonista se adentra en dicho bosque, los encuentros con esas criaturas se suceden.

viernes, 21 de octubre de 2016

"La conciencia del escritor", según Max (http://max-elblog.blogspot.com.es/)


Ahora leyendo: "En el café de la juventud perdida", por Patrick Modiano.

 De veras que trato de espaciar los autores para no repetirme leyendo siempre al mismo... pero parece que no lo consigo. Empiezo con En el café de la juventud perdida.
  Son tantos los elementos comunes en las novelas de Modiano, que uno cree estar leyendo la misma novela desde diferentes puntos de vista. Los personajes cambian, claro, pero siguen siendo gente joven perdida que trata de inventarse día a día sin pensar mucho sobre su pasado o su futuro. Otro elemento común: las calles y bares de París, un París sin glamur ni atractivo alguno, más como un paisaje por defecto, sin los elementos arquitectónicos universalmente conocidos de la "ciudad de la luz". Uno imagina al autor como un tipo introvertido, huraño, que apenas tiene relaciones con nadie salvo aquellas que accidentalmente sobrevienen.
  La novedad principal aquí es la narración de los mismos hechos, las mismas personas (especialmente de una persona, una chica apodada Louki), los mismos lugares desde cuatro puntos de vista diferentes, tantos como voces narrativas. Esta técnica narrativa no es nueva, se ha usado multitud de veces por muy diversos autores, pero sigue teniendo como grandes ventajas la subjetividad que aporta al hecho más trivial, y la posibilidad de que el lector vaya descubriendo poco a poco como la trama va encajando, algo así como un puzle literario.

jueves, 20 de octubre de 2016

Encontrado en un libro de Modiano: artículo de Marcos Ordoñez.

 De cuando en cuando leo libros que pertenecieron a otros, la mayoría comprados en librerías de lance, tomados de bibliotecas públicas o, como es el caso, que han sido regalos de personas cercanas. Es interesante encontrar restos de la actividad lectora de esos antiguos dueños que subrayaron algún pasaje que les conmovió especialmente o dejaron perdido entre sus páginas algo pequeño: un marcapáginas, una entrada usada, o algún recorte de periódico. Así, en un libro de Modiano que fue de un familiar cercano encontré este recorte del crítico teatral y columnista de El País, Marcos Ordoñez.
  El texto del artículo hace referencia al autor del libro en el que lo encontré. Es una crítica, en mi opinión, demasiado subjetiva sobre el Nobel francés, pero, en cualquier caso, el recorte seguirá perteneciendo al libro en cuestión, pues alguien conocido lo leyó, le gustó y lo recortó por encontrarlo meritorio o apropiado.  Estos detalles que quedan en los libros son como pequeñas huellas de nuestro paso por la literatura, algunos serán irrelevantes y otros importantísimos, pero nos indican vivencias intelectuales pasadas que, probablemente, no volverán.

jueves, 13 de octubre de 2016

Conclusiones tras leer "El camino del perro".

 Mala, francamente mala. En la entrada anterior clasifiqué este texto de "novelita", pero habría que ampliarlo a novelita mala, porque realmente es mediocre, tanto que, en mi opinión, no merecía haber sido publicada. Esto es, en realidad, algo muy común en el mundo editorial: un autor consigue un éxito de ventas notable (la calidad es, siempre y desgraciadamente, secundaria) y ya tiene asegurada la publicación de las obras que escriba a posteriori o que tenga ya escritas. En el caso de Sam Savage, la primera novela, Firmin, que tampoco es nada de otro mundo, supuso un gran éxito comercial en todo el mundo occidental, tanto que tanto la editorial Coffee House Press (una de las gigantes del otro lado del Atlántico) como Seix Barral (Grupo Planeta, otro monstruo en Europa) le aseguran la publicación de, por el momento, otras tres novelas: El lamento del perezoso, Cristal y El camino del perro.
Sam Savage. Imagen tomada de la página web de El País
  Con todo, esta novela tiene sus virtudes, algunas de las cuales eran apreciables en Firmin: análisis interesante de la vida en sus momentos finales, ausencia de concesiones a lo comercial, tema entrañable y empático... No llega, sin embargo, a alcanzar la calidad de su primera novela, da la impresión de que ya el tema está manido y, simplemente, lo está enfocando por otro lado... en definitiva: que es la misma novela pero ahora no se trata de una rata de librería de viejo sino de un anciano que fue crítico de arte, pero las reflexiones de ambos son prácticamente iguales.

jueves, 6 de octubre de 2016

Arenga del siglo XXI (por Bartleby el escribiente).

 Las masas enfervorecidas gritan con vehemencia: ¡A la ataraxia por la desesperanza! ¡A la ataraxia por la desesperanza! ¡A la ataraxia por la desesperanza! ¡A la ataraxia por la desesperanza! ¡A la ataraxia por la...

miércoles, 5 de octubre de 2016

Ahora leyendo: "El camino del perro", por Sam Savage.

 Siempre digo que no leo literatura contemporánea y siempre miento. Al menos miento parcialmente. Es verdad que me he llevado varias desilusiones graves con autores contemporáneos que son lanzados por las editoriales y sus premios comerciales como nuevos gurús de la literatura de nuestros días, y en realidad no eran más que mediocridades perfectamente olvidables y, sobre todo, indignos de malgastar unas cuantas decenas de horas en su lectura, lo cual me ha llevado a no estar al tanto de las novedades editoriales. No es este el caso de Sam Savage, un escritor estadounidense que ha comenzado a publicar pasados los sesenta años y que conocí por su primera novela: Firmin.
  En Firmin todos aquellos que nos hemos sentido presos de la lectura, todos los que hemos preferido muchas veces bucear en un libro antes de relacionarnos socialmente, todos los que hemos sentido que ese pequeño artículo formado por hojas de celulosa nos protegía de la rudeza de la vida... encontramos un amigo, casi un hermano, en alguien en el que nunca hubiéramos imaginado: una rata. Firmin, que nadie se engañe, no es una gran novela, es una "novelita" breve que, sin embargo, toca nuestra fibra sensible y nos hace sentir un poco menos solos en este mundo... nada más. El camino del perro continúa esa estela, con un personaje marginal, experimentando la soledad de considerarse "el último hombre cuerdo". Se trata de un anciano que pasa sus últimos años en soledad en una casa cuyo barrio sufre un proceso de "gentrificación" y que repasa su vida con no pequeña amargura y sobre todo con desprecio de todo aquello que hace que este mundo siga girando.
  Igual que Firmin no es tampoco una gran obra, es una pequeña novela con un tema universal y con el que muchos coincidimos hasta vernos reflejados en sus pensamientos. La prosa es sencilla y rápida, casi periodística, con lo que su lectura es amena y entrañable, una lectura para reconciliarse con uno mismo aunque esto ahonde la fractura social que sentimos por dentro.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Ahora leyendo: "Diario de un hombre superfluo", por Iván Turguénev.

 Del mismo autor que Padres e hijos, esa supuesta "novela nihilista". El personaje ahora es bastante parecido a aquellos, es un hombre rico, Chulkaturin, que, muriendo en plena juventud, decide escribir un diario del pasado, caracterizado por un pensamiento que le ocupa más que obsesionarle: ha sido un hombre superfluo, alguien que no ha hecho nada relevante en la vida, un cero a la izquierda.
  Somos muchos los lectores apasionados con la literatura rusa del XIX, una época dorada con autores tan  "tremendos" como Tolstoi, Dostoievsky, Pushkin, Oneguin, Goncharov, Gogol o el propio Turgueniev. La agudeza en la descripción psicológica de los personajes, su evolución mental o la verosimilitud y redondez de los mismos hacen de las novelas rusas del XIX verdaderas lecciones magistrales para cualquier "letraherido". De los personajes más arquetípicos del momento son los nobles ilustrados, inteligentes, sensibles, idealistas, pero ociosos cuando no perezosos e inactivos, con una visión nihilista de la vida que les lleva a no mover un solo dedo ante cualquier suceso. Tal vez el mejor ejemplo literario sea Oblómov de Goncharov, un rico hacendado que pasa sus días tumbado en la otomana viendo como poco a poco sus riquezas son robadas por múltiples manos y sus tierras quedan improductivas; todo, siendo el terrateniente un hombre culto y apercibido de lo que ocurre. 
 Ya en el siglo XXI, esa indolencia nos resulta atractiva a todos aquellos que pasamos un mínimo de cinco o seis horas diarias pegados a los libros... tal vez nos vemos reflejados en ellos... nuestra inactividad (física, no intelectual) nos delata...
  Obviamente, cuando Goncharov o Turgueniev crearon estos personajes lo hicieron con ánimo de denunciar la existencia de estos nobles ociosos y perezosos que no colaboraban en absoluto en el enriquecimiento social cuando gran parte de la Rusia zarista del momento se moría, literalmente, de hambre. Pero, en nuestra terrible limitación temporal, hoy, con una superpoblación humana de más de 7.000 millones de seres (según cálculos recientes de la ONU); con guerras sin fin en las que los hombres se enfangan como lo hicieron desde el principio de los tiempos y lo harán hasta que se finiquite esta malhadada especie animal; con comportamientos mezquinos sin límite y, sobre todo, con una repetición sin solución de todos los errores cometidos por nuestros predecesores, la inacción no parece tan reprobable.
 Tal vez, de la misma manera Cervantes creó al bueno de Don Quijote con el afán de burlarse de todos aquellos adoradores de las novelas de caballería de su época, simplemente como un divertimento para los que podían dedicar algo de sus vidas a leer, sin embargo, hoy vemos a Alonso Quijano como el ser más hermoso de la creación, un alma pura perdida en un mar de facinerosos, el idealismo en esencia. Cervantes nunca imaginó que pudiéramos enamorarnos de la honradez sin fin del Quijote o de la sencilla honestidad de Sancho Panza, su meta era deformar los caracteres hasta provocar la risa. En fin... cosas de la literatura... basta con dejar que pasen un par de siglos para que todo se vea bajo otra luz y se reinterprete al socaire de los nuevos vientos...

domingo, 25 de septiembre de 2016

Pequeña crítica a "Engreídas estatuas", de Javier Marías.

 Es habitual la maestría con la que Javier Marías toca casi todos los temas de la actualidad, son análisis certeros y simples pero a la vez cargados de hondura y buen hacer; noto, eso sí, que según pasan los años (Marías lleva décadas escribiendo para Babelia, el suplemento cultural de El País) una mayor dosis de amargura... los años, tal vez.
 En Engreídas estatuas, el autor afea la actitud dictatorial y soberbia de los políticos patrios, principalmente del Partido Popular, aunque tampoco se libran los del PSOE (Marías, sin comprometerse oficialmente, siempre ha dejado claro que escora ligeramente a babor), y los tilda de engreídos y estúpidos. Nada que objetar. Me temo que la mayor parte de los españoles sienten el desprecio supino que sus gobernantes les deparan, precisamente ellos que, ahora se puede percibir, son incapaces de negociar para llevar a buen término la formación de un gobierno medianamente viable que trate de ventilar los innumerables problemas que se ciernen sobre la ciudadanía. Sin embargo, leyendo el nudo del artículo siento que los gravísimos defectos que atribuye a la clase gobernantes están ampliamente distribuidos por la generalidad de la sociedad. Cuando afirma: "Llamémoslos “avasalladores”. Son desconsiderados y despectivos, no escuchan a quienes les señalan (pocos se atreven) sus abusos y defectos, no admiten consejos que los contraríen o amenacen con limitar su voluntad. Cualquier objeción los irrita, por razonable que sea, por mucho que vaya encaminada a ahorrarles un futuro disgusto o una catástrofe. De eso no suelen tener visión, de futuro. Creen, como los niños, que cada presente es inmutable. Así, no se privan de ofender, imponer, sojuzgar y humillar..." creo sentir que se refiere a todo aquellos que ejercen el más mínimo poder sobre cualquier otro ser humano.
 En mi modesta opinión, la propia organización social de la humanidad (no ya de España o Europa, ni siquiera de este siglo o del anterior, sino del ser humano desde que es tal) lleva a que esas actitudes dictatoriales, tiránicas y ofensivas se repitan del nacimiento a la tumba. Es la autoridad del jefe sobre el subordinado; la del padre sobre el hijo; la del rico sobre el pobre; la del sabio sobre el ignorante... la naturaleza del hombre es la de sojuzgar, someter y aplastar a su prójimo. Solo las grandes teorías filosóficas y religiosas (el anarquismo, el cristianismo, el marxismo... no sus pésimas aplicaciones prácticas, sino la teoría pura) nos libra de este comportamiento tan animalesco, pero la historia demuestra tozudamente que el ser humano no aprende, solo repite los errores de sus mayores que lo mantienen enfangado en la violencia contra su igual. Por todo ello creo que el análisis de Javier Marías es acertado pero no solo aplicable a los políticos, sino a todo hombre o toda mujer que quiera ejercer la más mínima autoridad sobre su congénere.