La lectura compulsiva desde la más tierna infancia deja restos en nuestra memoria que solo la muerte (además del Alzheimer, la demencia senil y otras hierbas) podrán destruir. No son recuerdos sólidos y concretos, sino evanescentes y difusos, pero un servidor los atesora como algo propio que nadie jamás me podrá quitar. Entre estos recuerdos, sin duda están los de lecturas lejanas que nos marcaron o, al menos, nos entretuvieron y protegieron del frío exterior en ciertas épocas; frecuentemente están asociados a lugares o momentos concretos que permiten ser más fácilmente recordados. En este contexto recuerdo Bosque Mitago del escritor inglés Robert Holdstock.
Esta novela la compré en un aeropuerto mexicano (no recuerdo si el de Puerto Vallarta o el de Distrito Federal) a la vuelta de unas vacaciones con mis padres en 1992. Recuerdo que me gustó mucho (tenía yo entonces veintiún años) y que me pasé el largo viaje enfrascado en su lectura. No soy tan ingenuo como para no admitir que el hecho de que guste más o menos depende de las expectativas que previamente se tenga. Cuando uno compra una novela en un aeropuerto normalmente solo quiere que se le haga más corto el viaje; en aquel aeropuerto mexicano probablemente no encontré muchas alternativas y la posibilidad de comprar prensa del país me interesaría menos aún. El caso fue que, esperando poco de esta novela de ciencia ficción, me encontré con una trama bien urdida, unos personajes sólidos y una prosa más que respetable. Al menos consiguió que mi vuelo sobre el Atlántico fuera llevadero.
Aquel libro, desgraciadamente, desapareció, como tantos otros, a lo largo de las mudanzas (de casa y de vida) que he experimentado en mis casi cinco décadas, pero el recuerdo, felizmente, sigue aquí. Tal vez fue un ejercicio de nostalgia o el envejecimiento intelectual que llama a las puertas de mi cerebro, pero lo cierto es que hace semanas me dio por volver a pensar en esta novela y, tras una breve búsqueda en Internet, conocí que la editorial Gigamesh la había reeditado recientemente.
El argumento principal es sencillo pero atractivo: un joven regresa a su casa familiar en Inglaterra tras la Segunda Guerra Mundial, una casa sita en Herefordshire (oeste de aquella nación británica, limitando con Gales) junto a un ominoso bosque primordial, el Bosque de Ryhope. El bosque es un reducto moderno de las antiguas criaturas mitológicas celtas y anglosajonas, que en esa familia llaman "Mitagos". A medida que el protagonista se adentra en dicho bosque, los encuentros con esas criaturas se suceden.
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