No soy muy dado a documentales, prefiero que me cuenten la historia a través de unos personajes y una ambientación. Sin embargo, In Pursuit of Silence (dirigida por el estadounidense Patrick Shen) es uno de aquéllos (igual que lo fue en su momento Koyaanisqatsi) que te llenan como espectador. Como su nombre indica, In Pursuit of Silence es la búsqueda del silencio como medio para la introspección y reflexión necesaria en nuestras ruidosas vidas en las que cada vez es más difícil conseguir unos pocos minutos de silencio total cada día. En realidad, ahora que lo pienso, Koyaanisqatsi (dirigida en 1982 por Godfrey Reggio y con una apabullante banda sonora de Philip Glass) era muy distinto en la forma aunque parecido en el fondo. El fondo se asemeja: el documental del 82 versaba sobre la destrucción acelerada del planeta a manos de nuestra insaciable codicia (disfrazada de progreso tecnológico), mientras que el de 2017 trata sobre la destrucción acelerada de nuestra mente y nuestro espíritu a manos de nuestro estúpido afán de progreso y éxito personal. Por el contrario, la música de Glass, incesante, estresante y dominante acompañaban las imágenes de destrucción del medio natural, mientras que en In Pursuit of Silence el silencio, lógicamente, es, junto con la suave música new age y las voces calmas, la banda sonora principal.
Imagen tomada del sitio forbes.com |
Este documental es una delicia. La belleza de las imágenes (campos de maíz ondulándose con una suave brisa, nubes moviéndose con una lentitud embrujadora, o inamovibles montañas con nieves perpetuas), las opiniones tranquilas y sosegadas de monjes budistas o dominicos, los informes serios pero calmos de psicólogos y psiquiatras refuerzan lo que todos ya sabemos de sobra: el ruido mata, el silencio sana. Digo que lo sabemos de sobra porque todos hemos experimentado en nuestros días el infierno del tráfico denso a todas horas, de las grandes obras que desequilibran a cualquiera o las charlas insustanciales y agotadoras. Lamentablemente, nuestro país no es precisamente el ejemplo de silencio y quietud (aunque en el documental se pone como pésimo ejemplo a la superpoblada India, con miles de festivales multitudinarios cada año en los que una música ratonera atruena a todas horas), con nuestro volumen de voz demasiado alto para otros europeos más septentrionales.
Imagen tomada del sitio irishtimes.com |
Se pone de manifiesto algo que muchos entendemos: los ruidos permanentes a alto volumen crean un estrés capaz de provocar enfermedades o, al menos, disminuir notablemente la calidad de vida, no sólo de personas, también de animales; por el contrario, el silencio diario nos permite reflexionar, pararnos y pensar sobre nuestra vida en perspectiva, cuando no avanzar en la espiritualidad (esa característica humana tan poco apreciada hoy en día y que nos separa de una vida meramente animal). Es un documental para reconciliarse con la vida, especialmente fácil para todos aquéllos de nosotros que gustamos del silencio y, en pequeñas dosis, de la soledad voluntaria... Me temo, sin embargo, que la gran mayoría de nuestra sociedad no lo entendería y ni lo aguantaría más allá de diez minutos.