jueves, 19 de julio de 2018

Inciso cinematográfico: "In Pursuit of Silence" (2017)

 No soy muy dado a documentales, prefiero que me cuenten la historia a través de unos personajes y una ambientación. Sin embargo, In Pursuit of Silence (dirigida por el estadounidense Patrick Shen) es uno de aquéllos (igual que  lo fue en su momento Koyaanisqatsi) que te llenan como espectador. Como su nombre indica, In Pursuit of Silence es la búsqueda del silencio como medio para la introspección y reflexión necesaria en nuestras ruidosas vidas en las que cada vez es más difícil conseguir unos pocos minutos de silencio total cada día. En realidad, ahora que lo pienso, Koyaanisqatsi (dirigida en 1982 por Godfrey Reggio y con una apabullante banda sonora de Philip Glass) era muy distinto en la forma aunque parecido en el fondo. El fondo se asemeja: el documental del 82 versaba sobre la destrucción acelerada del planeta a manos de nuestra insaciable codicia (disfrazada de progreso tecnológico), mientras que el de 2017 trata sobre la destrucción acelerada de nuestra mente y nuestro espíritu a manos de nuestro estúpido afán de progreso y éxito personal. Por el contrario, la música de Glass, incesante, estresante y dominante acompañaban las imágenes de destrucción del medio natural, mientras que en In Pursuit of Silence el silencio, lógicamente, es, junto con la suave música new age y las voces calmas, la banda sonora principal.
Imagen tomada del sitio forbes.com
 Este documental es una delicia. La belleza de las imágenes (campos de maíz ondulándose con una suave brisa, nubes moviéndose con una lentitud embrujadora, o inamovibles montañas con nieves perpetuas), las opiniones tranquilas y sosegadas de monjes budistas o dominicos, los informes serios pero calmos de psicólogos y psiquiatras refuerzan lo que todos ya sabemos de sobra: el ruido mata, el silencio sana. Digo que lo sabemos de sobra porque todos hemos experimentado en nuestros días el infierno del tráfico denso a todas horas, de las grandes obras que desequilibran a cualquiera o las charlas insustanciales y agotadoras. Lamentablemente, nuestro país no es precisamente el ejemplo de silencio y quietud (aunque en el documental se pone como pésimo ejemplo a la superpoblada India, con miles de festivales multitudinarios cada año en los que una música ratonera atruena a todas horas), con nuestro volumen de voz demasiado alto para otros europeos más septentrionales.
Imagen tomada del sitio irishtimes.com
 Se pone de manifiesto algo que muchos entendemos: los ruidos permanentes a alto volumen crean un estrés capaz de provocar enfermedades o, al menos, disminuir notablemente la calidad de vida, no sólo de personas, también de animales; por el contrario, el silencio diario nos permite reflexionar, pararnos y pensar sobre nuestra vida en perspectiva, cuando no avanzar en la espiritualidad (esa característica humana tan poco apreciada hoy en día y que nos separa de una vida meramente animal). Es un documental para reconciliarse con la vida, especialmente fácil para todos aquéllos de nosotros que gustamos del silencio y, en pequeñas dosis, de la soledad voluntaria... Me temo, sin embargo, que la gran mayoría de nuestra sociedad no lo entendería y ni lo aguantaría más allá de diez minutos.

miércoles, 18 de julio de 2018

"Las ocho montañas", de Paolo Cognetti.

 Sigo incumpliendo mis propias normas: si antes escribí que apenas leo nada de los grandes editoriales, vayan los dos últimos libros para desmentirlo: el anterior del Grupo Planeta (concretamente, Seix Barral) y éste de Penguin Random House; además suelo escribir que no leo nada contemporáneo y, grosso modo, es verdad, pero ahora leo la premiada novela de un tipo más joven que yo. Las ocho montañas es una de las primeras novelas (al menos publicadas) de Paolo Cognetti, un milanés de apenas cuarenta años; fue premiada con el Premio Strega de 2017 (el máximo premio comercial en el país trasalpino) y el Premio Médicis Extranjero de Francia, vamos que el tal Cognetti ha recibido un doble espaldarazo por la industria editorial en dos de los mayores países europeos.
  Según la recensión de Random House, es una novela "que explora lo robusto y lo granítico de las relaciones entre amigos, padres e hijos". Está bien resumido, no narra nada extraordinario ni peculiar, "tan solo" la amistad entre un chico de ciudad y su homólogo en la montaña, así como la relación de ambos con el padre del primero. Desde un punto de vista formal está muy bien escrito, a modo de diario, pero con una perfección técnica no fácilmente encontrable en estos días de prosa periodística, apresurada y facilona. Las ocho montañas mantiene una calidad prosística francamente alta. En el plano temático, la novela me recuerda extraordinariamente a aquéllas de Delibes ambientadas en el mundo rural castellano y con chicos adolescentes como protagonistas, especialmente a El camino. En todo caso, esta novela tiene un punto entrañable que la hace apetecible para cualquiera que tenga la típica relación amor-odio con la propia adolescencia y juventud.
  En realidad, he de decir que la referencia que tenía yo de esta novela era otra. Leí no sé dónde que era un ejercicio de búsqueda deliberada de la soledad en el paisaje sin igual de los Alpes y la reflexión profunda sobre la existencia humana en ese voluntario retiro, algo así como un moderno Walden de un renacido Thoreau, de hecho, el nombre del americano salía en aquella reseña. De momento (llevo leída una tercera parte de la novela) nada de nada, sin embargo, la narración cuasi "delibesiana" me está gustando bastante.

lunes, 16 de julio de 2018

Conclusiones tras leer "Voluntad", de Jeroen Olyslaegers

 Ha sido un libro duro de leer. No ya por su temática... hay miles de novelas de épocas infames como las de las guerras mundiales y las guerras civiles; no, lo difícil de tragar viene de lo extraordinariamente verosímil y de lo complicado que es, si se tiene honestidad personal, al verse parcialmente reflejado en el personaje principal. 
Jeroen Olyslaeger. Imagen tomada de Commons Wikimedia
 Olyslaegers delinea una historia tan mezquina, ambigua, brutal y miserable que sólo puede ser cierta, tratada sin ningún tipo de sentimentalismo y, por supuesto, sin tergiversación alguna. Porque ese es el quid de la cuestión: la inmensa mayoría de las novelas o películas ambientadas en periodos de guerra acaban siendo panfletos a favor de un bando. Así, hay héroes "buenos buenísimos" y villanos "malos malísimos" y, finalmente, los buenos triunfan sobre el mal haciendo todo más llevadero, sí hubo infamia, pero al final el bien prevaleció, como si fuera una película de Walt Disney. Esa es la patraña que hay que tragar casi siempre, por eso Voluntad  es tan novedosa... y tan dura... Aquí, Wilfried Wils no es en realidad malvado, es, simplemente, un tipo que sobrevive en una tempestad colosal, de modo que nada entre dos aguas (un "doscaras" lo llaman en la novela) sin realmente hacerse muchas preguntas. Socialmente, ya lo dije en mi entrada anterior, debió de haber millones de Wilfried Wils en Europa en los tiempos de las guerras mundiales o de la Guerra Civil española... es probable que entre nuestros familiares también, sí, esos a los que recordamos con tan entrañablemente. Y no nos engañemos, muchos de nosotros actuaríamos igual...

viernes, 13 de julio de 2018

"Voluntad", por Jeroen Olyslaegers.

 En los últimos años no suelo ir a librerías a ver qué me encuentro, en realidad creo que nunca hice eso. Ahora prefiero buscar en las páginas web de las editoriales qué tienen de nuevo (o no nuevo), apunto aquello que me interesa y lo pido en la librería. Las editoriales que más frecuento, por los autores que publican o el subgénero  más frecuente, son (se puede comprobar fácilmente en este blog) Valdemar, Impedimenta o Acantilado, aunque no hago ascos a los dos gigantes, Planeta y Random House. Así que muchas veces mis visitas a la librería de turno acaban rápidamente en la caja, ya sea para pedir o para recoger lo pedido. Eso es lo habitual, pero el otro día rompí esa rutina y paseé mis ojos por los estantes estudiados milimétricamente por el marketing editorial y librero y me sorprendió este libro:
  Dejarse llevar por una búsqueda ociosa por la librería es lo que tiene: los ladinos editores saben cómo llamar nuestra atención y hacer vendible cualquier cosa. Con todo, hay veces que no es tanta la maldad de los libreros y editores, o, al menos, el producto que tratan de meterte por los ojos no está tan mal. Éste parece ser el caso de Voluntad.
 Jeroen Olyslaegers es, según dice la solapa de Seix Barral, un escritor joven (recién alcanzada la cincuentena, joven edad para un escritor) flamenco, que ha adquirido cierto renombre en su país y en el vecino país de misma lengua con novelas y obras teatrales. Voluntad, en concreto, ganó varios premios tanto comerciales como institucionales de Bélgica. La propia solapa del libro advierte de que ésta no es una novela más de la Segunda Guerra Mundial, ni la ocupación nazi de Amberes y su cruel represión son el tema principal. El tema principal es la búsqueda de la identidad propia en un mundo convulso que obliga a mantener una ambigüedad frente a lo perverso y una actitud acomodadiza frente a lo inmoral. El personaje principal (Wielfried Wil, aquí está el juego de palabras, pues Wil  en neerlandés se podría traducir por voluntad) es un joven amberino que  consigue un controvertido trabajo como auxiliar de policía en la Bélgica ocupada. Narrado en primera persona, el tal Wil, ya anciano, narra a su bisnieto cómo, en aquella época, se vio obligado a colaborar con el invasor alemán en la deportación de la numerosa comunidad judía de la ciudad, contra la que no tenía nada en absoluto, así como a ejercer de matón a sueldo de los nazis. Por supuesto, el sentimiento de culpa surge en el corazón del joven que asiste con estupor a comportamientos que, meses atrás, hubiera considerado inaceptables y habría tratado de detener.
  El conflicto interior y la búsqueda de la identidad es, por tanto, el tema principal de la novela. Uno piensa que no debe ser un tema fácil de digerir (a pesar de haber pasado ya casi setenta años) para una sociedad (la belga, pero en general, la europea) que no luchó, al menos en los primeros momentos, contra la imposición nacionalsocialista con la contundencia que cupiese esperar. Eso explica, por ejemplo, que el número de muertos en lucha contra los nazis es ridículo en un país como Holanda, si se excluyen, claro está, aquellos de origen judío; algún mal pensado diría que, aparentemente, algunos países europeos miraron hacia otro lado incluso cuando vieron a los alemanes desfilar al paso de la oca por las avenidas de sus principales ciudades.
 El resultado final de la novela es, en lo temático, francamente bueno, pues incide en una forma de tratar el comportamiento frente a una masacre que no es, obviamente, la oficial, que explicaba la falta de resistencia por el miedo a la represalia. Aquí, el protagonista siente que actúa de forma incorrecta, inmoral, pero a la vez continúa con su infame labor, viendo cómo ingresa un sueldo en su familia en un momento de escasez total. Lo que menos me está gustando de la novela es la estructura. Tal vez sea por estar narrando recuerdos, entrelazándolos con el presente, pero lo cierto es que el texto da la imagen de estar un tanto deslavazado, como si las ideas se agruparan de forma un tanto caótica. En todo caso, si esta forma de narrar un tanto desestructurada es intencionada o no, consigue ahondar más en la sensación de precariedad del momento, en la idea suprema de sobrevivir al horror sea como sea.

viernes, 6 de julio de 2018

"Los mil y un fantasmas", por Alexandre Dumas.

 Lo malo de las clasificaciones, divisiones y estratificaciones es que son tan forzadas que normalmente son tan inaceptables como calzarle a un adulto el zapatito de un niño pequeño. Así, los ingleses (por extensión, aquí sería mejor decir los anglófonos), que son muy suyos, dividen la literatura y otras artes en función del reinado de sus monarcas, dándoles nombres totalmente diferentes del resto del mundo. Pero, por mucho que les pese en la pérfida Albión, las tendencias artísticas son y fueron siempre globales, o, al menos, afectan a toda Europa por igual. Así, cuando ellos hablan de "literatura victoriana" haciendo referencia a los escritores que coincidieron con aquella oronda reina que más que reina era emperatriz a juzgar por la vastedad de sus dominios; en realidad quieren decir Romanticismo literario, corriente literaria que afectó a todas las lenguas europeas. Ahora comienzo a leer unas obras secundarias de uno de los grandes escritores franceses del XIX: Alejandro Dumas.
  Aunque Dumas padre no vivió plenamente en la época victoriana (murió en 1870, cuando a la buena de "Vicky" le quedaban más de tres décadas de reinado), sus planteamientos, sus temas, su estilo coincidía plenamente con los escritores del otro lado del Canal de la Mancha. Como éstos, Dumas gusta de la aventura, los viajes, los relatos fantásticos... Obviamente, los relatos contenidos en esta edición de Valdemar son secundarios; no son El Conde de Montecristo o Los tres mosqueteros, obras inmortales del francés, pero la calidad literaria se mantiene. Los relatos y novelas fantásticas de los escritores del Romanticismo nos pueden parecer un tanto timoratos, pues más que mostrar insinúan de una forma superficial. No son relatos que pongan la piel de gallina, pero claro, la propia estructura gramatical de la prosa, con tanta descripción y adjetivación, ralentiza el ritmo del texto y nos parece todo más moderado.
  En todo caso, la prosa de Dumas tiene las diferencias lógicas por escritor, al margen de pertenecer a una época determinada, así, el francés usa mucho más los diálogos que Thomas Hardy, por ejemplo. Los gustos literarios los marcan, como en todo, el gusto general del público, y en aquel ya lejano siglo XIX, la gente reaccionaba contra esa época de la Ilustración que tanto bien hizo a la sociedad, pero que nos quitó los miedos irracionales o el placer por la aventura y lo desconocido; así, los relatos de terror y fantasía en general revivieron con nuevo brío... afortunadamente.

domingo, 1 de julio de 2018

"Mort. Una novela del Mundodisco", por Terry Pratchett.

 Siempre me gustó alternar. Especialmente entre literatura de hace más de un siglo (alguien dirá clásica) y la contemporánea. Así que no se me ocurre nada mejor que intercalar entre la sesuda prosa de Hardy o de Alejandro Dumas (que leeré después) una novela de Terry Pratchett, con su ironía burlesca que no deja títere con cabeza. Continúo con la saga del Mundodisco, ahora con la cuarta entrega: Mort.
  La ambientación es la misma: el Mundodisco, ese planeta con forma de disco que descansa sobre los lomos de cuatro gigantescos elefantes que, a su vez, reposan sobre la gran tortuga cósmica A'Tuin. Ahora, sin embargo, cambian los personajes, no son magos ni brujas sino la Muerte. Y no tanto la Muerte en sí misma como el aprendiz que toma, un desgarbado adolescente llamado Mort (de Mortimer, aunque el nombre sea bien a propósito). Este chico aprenderá el eterno oficio de segar vidas no sin cierto escepticismo y aportando comportamientos de su cosecha que hará de tan seria y funeral profesión una disparatada sucesión de calamidades.
  Pratchett es la quintaesencia del escritor de ficción: alguien que tiene la capacidad de imaginar lo inimaginable a partir de la más sosa realidad. Tenía esa fantasía desbordante que, para aquéllos que, desgraciadamente, ya la hemos ido perdiendo con la edad, te saca la sonrisa en todo momento. Leer a Terry Pratchett es, en definitiva, un trago de agua fresca y limpia en esta putrefacta sociedad que nos ha tocado vivir.

viernes, 29 de junio de 2018

Consideraciones sobre "Lejos del mundanal ruido"

 Siempre que leo literatura victoriana tengo los mismos sentimientos encontrados: por un lado la maestría formal de Dickens, Hardy, las Brönte, Henry James y compañía dan mil vueltas a lo que hoy se escribe hasta el punto de que o lo de ahora no es literatura o a lo de aquéllos se le pone un epíteto engrandecedor; pero por otro lado no puedo dejar de pensar en lo tremendamente comercial de los victorianos y las terribles imposiciones editoriales a las que se vieron sujetos y que mermó la calidad de sus obras. Dicho de otro modo: si nos plantamos en la Inglaterra de 1900 con unos cuantos miles de libras, buscamos a Hardy y le decimos: "escucha, Tom, te voy a pagar para que no tengas que trabajar nunca más y no te sometas a editores avaros, pero con una condición, rehaz todas tus novelas como verdaderamente escribiría alguien que no tiene que ganar dinero con ellas". Si se pudiera hacer tal cosa, las novelas de Hardy y Dickens especialmente (Henry James, por ejemplo, era rico, no escribía para comer) habrían salido mucho mejor, no tendrían la evidente división en capítulos para encajar en una revista semanal y el resultado final sería mucho más redondo.
Imagen tomada de Commons Wikimedia
  En Lejos del mundanal ruido es evidente que el bueno de Hardy tuvo que hacer de artesano de la escritura para ir dividiendo en capítulos (uno se lo imagina contando con los dedos en su mugriento estudio cuántas páginas había escrito antes de mandárselo al editor) y hacer que todos y cada uno de ellos tenga un giro argumental al final que deje al lector en ascuas y esperando que salga el siguiente número de la revista para continuar leyendo. Si lo pensamos fríamente eso es la "antiliteratura", la imposición del sistema editorial sobre el talento del escritor. Es por ello que, una vez leída la novela, se piensa: aquí quitas paja, ahondas en las descripciones psicológicas de los personajes (que no eran del agrado de los lectores de revistas de principios del siglo XX) y te queda un "novelón". Ya, pero es que ya es un "novelón", así que, fíjate tú, les tenemos que agradecer a los editores de hace más de cien años que su estúpido mercantilismo haya supuesto cortapisas y tapujos al talento literario de toda esta gente.
 

jueves, 28 de junio de 2018

"Ándeme yo caliente", Góngora.

 Para aquéllos que creen que lo importante en la vida es la persecución del dinero, la fama, amoríos de postín y otras estupideces temporales, una letrilla de un tal Góngora, escrita hace tan sólo cuatro siglos y medio.

 Ándeme yo caliente
  Y ríase la gente.
 Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
  Y ríase la gente.

 Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
  Y ríase la gente.


 Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
  Y ríase la gente.


 Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
  Y ríase la gente.


 Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
  Y ríase la gente.


 Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
  Y ríase la gente


                       Luis de Góngora, 1581

jueves, 21 de junio de 2018

"Lejos del mundanal ruido", por Thomas Hardy.

 Y vuelvo a la literatura victoriana como "abeja que vuelve al panal". De nuevo esa prosa lenta, prolija en adjetivos, con pocos diálogos y muchas descripciones... ¡el hogar! Al menos para mí. Obviamente, la literatura victoriana está muy anticuada, parece incluso ingenua... y de puro ingenuo, los personajes parecen mal pergeñados... Nada más lejos de la realidad. En autores como Hardy es donde uno aprende a delinear el alma humana, sus alegrías, sus miedos, sus zozobras y su evolución.
  Lejos del mundanal ruido es una de las llamadas "novelas de Wessex" de Hardy, por estar ambientadas en el ámbito rural de esa arcaica región inglesa. Wessex es el nombre de un antiguo reino, ya no existe como tal entidad administrativa, sin embargo, Thomas Hardy lo retoma para hablar de lo que hoy es el condado de Dorset y algunas comarcas circundantes. Entre esas novelas están El alcalde de Casterbridge o Jude el oscuro, que ya leí y reseñé en este blog. Todas coinciden en la ambientación en esa campiña inglesa idílica que, aunque preñada de problemas, no deja de ser un referente del paraíso terrenal perdido. En muchos lugares he leído que las novelas de Thomas Hardy son principalmente pesimistas, pero no estoy totalmente de acuerdo. Sí es cierto que los personajes (alguno de forma especial, como Tess en Tess la de los Ubberville) parecen abocados a una vida de tristezas y penurias, pero en todas las novelas el medio rural es pintado como un esperanzador recuerdo de la existencia de un Dios benigno y compasivo que, finalmente, se apiadará de nosotros. Por otra parte, creo haber escrito ya que las novelas de Thomas Hardy tienen varias lecturas, de las cuales dos emergen soberanas: por un lado la superficial, que suele ser romances un tanto almibarados a la vez que imposibles entre personas de distinto estrato social; por otro la más fija en el ámbito social que destila una terrible crítica a la deshumanizada sociedad industrial que había creado la Revolución Industrial en Inglaterra. 
  El argumento principal  de Lejos del mundanal ruido son los amoríos de la joven Bathseba Everdene con tres personajes antagónicos: el sencillo, honrado y desventurado pastor Oak, el rico y tosco hacendado Boldwood, y el apuesto y cosmopolita sargento Troy. Ese desigual "cuadrado amoroso" sirve a Hardy para dibujar la sociedad de su momento con una belleza no exenta en absoluto de mordaz crítica.

viernes, 15 de junio de 2018