domingo, 9 de septiembre de 2018

Todo sigue igual (continuación hipotética -ficción- de lo anterior).

 J murió aquel día. El mareo que sufrió resultó ser el síntoma de una hemorragia cerebral masiva. Los transeúntes que se acercaron a auxiliarlo no pudieron hacer nada. Uno de ellos, el más sereno, cogió su móvil y llamó al 112. L y D llegaron poco después y se alarmaron grandemente cuando vieron a su padre tendido inerte en el suelo. Otro de los que allí estaban les preguntaron: "¿es vuestro padre?" Al balbuceo afirmativo de los chicos reaccionaron y los quitaron de la visión de su padre muerto. El revuelo formado por los mirones fue disuelto por los vigilantes de seguridad; el joven enfermero, amable y voluntarioso, se llevó a L y a D de la visión de la muerte. Una vez encontraron el móvil de J, preguntaron a L y a D a quién tenían que avisar, ellos dijeron que a su madre. En el teléfono encontraron fácilmente su número y la llamaron para decirle que acudiera lo antes posible, lo hicieron con el mayor tacto que pudieron. Pocos minutos más tarde llegó la ambulancia que, aunque no suelen hacerlo, para evitar que aquello se convirtiera en un espectáculo, se llevaron el cuerpo de J directamente al depósito de cadáveres. Otros pocos minutos más tarde llegó Á. Al encontrarse con L y D no pudo reprimir las lágrimas y se fundieron en un abrazo. Fue en ese instante cuando los chicos comprendieron plenamente que su padre había muerto, que no lo volverían a ver más. Los tres se dirigieron en taxi hacia la morgue, sin entender todavía, como zombis.
 Tras los papeleos imprescindibles, Á, L y D volvieron desolados a casa. Una sensación de irrealidad pesadillesca flotaba en el ambiente. Á se dio cuenta de que era necesario avisar a la familia. Telefonearon entre hipidos y llantos a los padres y suegros de J. Estos últimos llegarían a V en poco más de tres horas para acompañar a Á y a los chicos. JA y MP cogerían un avión al día siguiente, todos en estado de shock.
 Y, aunque parecía imposible, los días pasaron. La incredulidad inicial se tornó en pesar y tristeza, pero con el paso de las semanas todo volvió a la normalidad.
 Á y los chicos abandonaron la ciudad de V para volver a M, ayudados laboral y académicamente por J y J. Los padres y hermana de J encajaron como pudieron su muerte, de muy desigual manera. Los más lejanos también lamentaron inicialmente la muerte de J, "fíjate, ni siquiera cumplió los cincuenta", aunque alguno de los tíos íntimamente sentía orgullo por haber sobrevivido en más de veinte años a su sobrino, sentimiento que les avergonzaba y a la vez enorgullecía.
 Y con el paso de los meses todo quedó archivado en un doloroso rincón de sus recuerdos. Á, L y D siguieron adelante, con pesar, pero con tesón. Mientras tanto, una foto en un mueble del salón iba amarilleando con el paso del tiempo.

sábado, 8 de septiembre de 2018

El síncope.

 Un simple desvanecimiento, nada más. Apenas un par de minutos de dolor intenso de cabeza, mareos, pitidos en los oídos, visión que se nubla... y todo que se va a negro. Segundos después, aunque pudieron ser minutos, me veo en el suelo, rodeado de gente que me pregunta con caras de preocupación, me llevan a sentar en una escalera... Pocos segundos más tarde reconozco entre el carrusel de caras que me rodean las de mis hijos, L y D, que me miran con rostros de miedo e incredulidad. Le doy el teléfono móvil a L y le pido que llame a su madre, así como que me saque un refresco azucarado de la máquina expendedora que está a tres metros y de la cual estaba yo intentando sacar un bote antes del desvanecimiento. El sudor frío me invade, el mareo continúa, las caras, las voces... Al poco llega un enfermero, un chico joven, voluntarioso y amable. Me sienta en una silla de ruedas y me lleva a la enfermería, a donde nos siguen L y D. Allí, tumbado en la camilla, con las piernas en alto, bebiendo agua fría y con una temperatura ambiental mucho más baja gracias al aire acondicionado me recupero rápido: el color vuelve a mi cara (me dice el enfermero), cesa el sudor frío, mi oído y mi visión se normalizan... poco a poco vuelvo a la normalidad. L y D asisten con más tranquilidad a mi recuperación y pronto llega Á para tomar las riendas de la situación. Pocos minutos después, tras agradecer varias veces su profesionalidad al joven enfermero, marchamos, en coche, para casa.
 Eso fue todo. El resto del día lo pasé más tranquilo pues estaba agotado como si hubiera corrido una maratón. ¿La causa del desvanecimiento? Mi propia estupidez: sé perfectamente que cuando dono sangre debo pasar el resto del día más tranquilo y bebiendo más líquido, pero en lugar de eso me voy con mis hijos a una exposición atestada de gente y lejos de casa. Me sé la teoría pero no la aplico, "consejos vendo que para mí no tengo", en fin...
 Con todo, mi carácter no lo podía dejar pasar. Empiezo a darle vueltas una y otra vez. Me centro en mi idiotez supina de no hacer lo que debo tras una donación de sangre, pero más aún, me recrimino haber puesto en una situación delicada y haber asustado a L y a D cuando, es evidente, todavía no tienen edad para controlar una situación así. Y por último me siento frágil, vulnerable, viejo... Veo lo cercana que puede estar la muerte si en lugar de haber tenido un síncope tras haber donado sangre hubiera sido un ictus cerebral o un infarto de miocardio... en esos casos todo habría acabado tras el desmayo, y lo último que habría hecho habría sido meter dos monedas en una máquina para sacar una Coca-cola... ¡Vaya último recuerdo!
 Sí, soy un tipo aprensivo, pusilánime me llamarán otros; yo prefiero pensar que soy "demasiado" consciente de todo, incluso de aquello que no se quiere ver. Tal vez, con mi personalidad autodestructiva, pueda sacar algo positivo y mirar la vida de otra forma, recordando que cada día puede ser el último, mirando más al presente que al futuro... no sé...

jueves, 6 de septiembre de 2018

martes, 4 de septiembre de 2018

"¡Pues vaya! Lo mejor de Wodehouse", de P.G. Wodehouse.

 Que cada cultura tiene un tipo de humor determinado es algo harto conocido. El anglosajón destaca por el humor negro, el absurdo, la ironía, el sarcasmo, y en esa línea, aunque no tan oscuro como, por ejemplo, Roald Dahl, está uno de los grandes: Pelham Grenville Wodehouse. En España ha sido la editorial Anagrama la encargada de distribuir su obra. Ésta que estoy leyendo es una antología:
  En Reino Unido, Wodehouse es un referente sin igual de ese humor fino, de la burla sin hacer sangre, de la ironía... pero también es referencia su forma de reírse de la clase alta británica, de sus esnobs, de gente que son sólo apariencia, como vainas hueras. De los personajes más reconocibles destacan el pijo sin aspiraciones a nada que no sea vivir una vida regalada sin futuro en Bertie Wooster y su irónico mayordomo, siempre dispuesto a burlarse de su señor sin que éste lo sospeche, Jeeves. Con todo, el personaje de Bertie Wooster está delineado con cariño, la burla que Jeeves y el resto de la humanidad vierte sobre él no parece afectarle en lo más mínimo. Bertie es un tío feliz al que le importa un comino lo que pase en el mundo, incluso le es indiferente lo que le pase a él mismo, en ese sentido es un deportista nato, siempre con su sonrisa al estilo de "lo importante es participar". Jeeves, por el contrario, es un profundo conocedor del alma humana, especialmente de la de su señor (suponiendo que éste tenga alma); la ironía del mayordomo es una herramienta para sobrevivir entre tanto cerebro sin funciones racionales.
  El resultado, claro está, es muy "british"... pero en el buen sentido. Tal vez esta recopilación de casi ochocientas páginas se haga un poco pesada, pero, al menos de momento, reconforta leer algo humorístico de calidad, saliendo del humor zafio y chabacano que domina actualmente los medios de comunicación de masas.

domingo, 26 de agosto de 2018

"Antología de cuentos de terror, 2", compilados por Alianza editorial.

 Y he aquí el segundo volumen de cuentos de terror cuya primera entrega leí hace algunas semanas. Han sido ordenados de forma cronológica, con lo cual este segundo tomo ya incluye la época dorada de la narrativa breve de terror: el siglo XIX, escritos principalmente en inglés. También han sido escogidos por Rafael Llopis, afamado crítico y antólogo en estos temas.
  Curiosamente, y al igual que en el primer tomo, el subtítulo no es exacto, pues si en el primero olvidaban nada menos que un relato de Lope de Vega, el primero de todos, en este libro "olvidan" el último, el de Noel Clarasó. Tal vez, en su obsesión comercial, la editorial ha considerado que el subtítulo "de Bram Stoker a H.P. Lovecraft" vende más que el de "de Bram Stoker a Noel Clarasó", toda vez que el escritor catalán no tiene el prestigio internacional que tiene "el solitario de Providence". Decisiones editoriales al margen, este libro contiene relatos de terror (no los mejores de cada autor, todo hay que decirlo) de lo más florido del subgénero narrativo, con Bram Stoker, M.R. James, Arthur Machen, Algernon Blackwood o el propio Lovecraft.
  Estas antologías, ya lo escribí otra vez, tienen la virtud de condensar en un pequeño volumen de no más de quinientas páginas, la crème de la crème de la temática en cuestión y de dar a conocer a autores que o bien no llegaron al gran público, o pasaron al olvido hace tiempo por mor de la volatilidad de las modas.

martes, 21 de agosto de 2018

"El muchacho silvestre", por Paolo Cognetti.

 Cuando se está inmerso en la ímproba tarea de escribir una novela se juntan decenas de hilos argumentales al principal, y muchos de aquéllos son descartados, quedando arrumbados en cuadernos, hojas o archivos informáticos. Tantos son y no todos tan malos que, entrelazándolos entre sí, dan a menudo para escribir otra novela o, al menos, un relato. Esto parece ser que le ocurrió a Paolo Cognetti con los argumentos de Las ocho montañas y con esta novela breve titulada El muchacho silvestre.
  Entiendo que la novela a la que se dedicaron todos los esfuerzos y los mejores temas fue Las ocho montañas, que, además del gran éxito comercial, recibió importantes premios tanto en Italia como en Francia, mientras que la novela hecha con retazos de la principal es esta que acabo de leer.  El muchacho silvestre es, por tanto, muy parecida a la obra más conocida de Cognetti: la búsqueda voluntaria de la soledad en la alta montaña, tratando de encontrarse a uno mismo por la ausencia de los otros y, sin embargo, conociendo a otros muy dispares a uno mismo que, paradójicamente, lo acercan a ese fin. De hecho, algunas historias que se encuentran en esta breve novela están, más desarrolladas, en Las ocho montañas, con un tratamiento más exhaustivo y trabajado.
  No quiero ser injusto, pero, en muchas ocasiones, estas novelas hechas con retazos rechazados de otras novelas mayores suelen ser imposiciones editoriales que obligan al escritor a comportarse como una suerte de "funcionario de la escritura", dando una producción fija al año, como si el talento literario pudiera exprimirse de forma regular cual vaca lechera. Esto es lo que siento al leer El muchacho silvestre, aunque sigue teniendo una calidad más que aceptable y sea recomendable su lectura.

sábado, 18 de agosto de 2018

Lecturas veraniegas: Agatha Christie.

 Me ha vuelto a pasar: me llevo pocos libros al viaje de veraneo (pensando que leeré menos que en el tiempo ordinario) y acabo buscando desesperadamente una librería en la ciudad de estancia vacacional. Como quiera que ésta es la típica ciudad de veraneo, las librerías son más papelerías que otra cosa y la literatura que tienen se reduce a poco más que "best sellers", de modo que tengo que conformarme con autores que no son de mi total agrado. En este caso le ha tocado a Agatha Christie.


  Ambos libros están publicados por Booket (Grupo Planeta). El primero, La muerte visita al dentista, tiene por protagonista al peripuesto Hércules Poirot (si es que las novelas de esta autora pueden ser consideradas de otro modo que no sea como novela coral con tantos protagonistas como presuntos asesinos, asesinados e investigadores). La segunda, El tren de las 4.50,  está encabezada por Miss Marple, tan sagaz como el belga.

  Son novelas de lectura fácil pero a la vez interesantes y bien pergeñadas. A pesar de los giros continuos en la trama, no se pierde el hilo de la misma y cumplen a la perfección su función de entretenimiento.
 Tengo la fortuna de poder leer en los viajes, ya sean en coche, avión, tren o barco sin marearme lo más mínimo; de modo que el método que uso para que los tediosos desplazamientos a mi lugar de vacaciones sean más breve (toda vez que descarto los somníferos o drogas más potentes) es la lectura: ahí estoy yo como un bendito, libro en mano, disfrutando en este último viaje de la buena de Agatha Christie mientras hago cola en un atestado aeropuerto o ya "acomodado" en mi ridículamente pequeño asiento de avión... y así que pasen las horas... ¡y luego dicen que la lectura no es una forma de huir de la realidad!

"El brazo marchito y otros relatos", de Thomas Hardy.

 Ya comenté en otra entrada que, a mi entender, lo peor de la literatura victoriana es lo supeditada que estaba a las imposiciones editoriales (¡y cuándo no ha sido así!), de forma que las novelas que se publicaban por entregas en revistas semanales tenían una estructura un tanto deslavazada al estar obligados los escritores a que cada capítulo tuviese su atractivo especial por sí mismo y diera un quiebro o dejase algo a esperar para así enganchar al lector y hacerle que esperase ansioso el próximo número de la revista. Esto, claro está, no afecta a los relatos o cuentos, toda vez que eran publicados íntegros, ya fuera en revista o en libro, sin necesidad de "lonchearlos" como si fuera panceta (perdón, quería decir bacón o beicon). Unido esto a que los escritores victorianos fueron excelentes autores de cuentos, si no propiamente dicho de terror, sí de temática fantástica, me llevó a leer este pequeño tomo editado por Penguin.
  Así, el cuento que da nombre a la recopilación, El brazo marchito, es de dicha temática (la maldición de una mujer hacia otra que hace que su brazo se necrose y la posterior venganza de la afectada). El resto de relatos es más asuntos románticos que otra cosa, algo, por cierto, también muy en boga en tiempos victorianos, cuya literatura (como al resto de la europea) pertenecía al Romanticismo literario. Pero el primer romántico al que me refiero hace referencia al amor galante, siempre complicado y, normalmente, en un triángulo amoroso. Con todo, la maestría de Hardy supera las desafecciones que un lector como yo pueda tener hacia esa temática.
 Mención aparte hago de la traducción. En la portada del libro aparece como traductor al escritor Javier Marías, quien es conocido deudor de la literatura victoriana y traductor de un buen número de obras escritas en la lengua de Shakespeare, de todas ellas yo destacaría la peculiar Tristam Shandy de Laurence Sterne, publicada por Alfaguara. Bien, lo cierto es que los de Penguin dicen que Marías es traductor en este volumen, no dicen si lo es sólo de El brazo marchito o de todos los relatos contenidos en él. Yo quiero pensar que sólo lo es del relato principal, pues en otros la cantidad de leísmos e incluso la traducción inapropiada de palabras de aquella lengua, los llamados "false friends", es decir, palabras de grafías muy semejantes en ambas lenguas pero con distinto significado es verdaderamente espantosa.
  Con respecto a los leísmos, Javier Marías es, como quien esto escribe, madrileño, y, temo mucho, que el leísmo es uno de los defectos gramaticales más frecuentes en la capital; con todo, un académico como Marías no cae en los errores tan frecuentes entre sus paisanos. Más evidente es lo de los "false friends" en alguien que domina la lengua de "la pérfida Albión" como lo hace don Javier (todo sea dicho, en el ámbito de la lectura y la traducción, porque en la pronunciación -archivos hay en You Tube para quien quiera comprobarlo- es francamente macarrónica). Por tanto, me inclino a pensar que Javier Marías es traductor de El brazo marchito, pero no de otros relatos contenidos en este libro.

sábado, 4 de agosto de 2018

"Rechicero", una novela del Mundodisco, por Terry Pratchett.

 Es curioso, el primer volumen de la saga Mundodisco me pareció un tanto anodino. Me gustó, pero, en su momento, pensé que no leería más. Otro cambio: éste es la quinta novela y ya compré la sexta. Con cada novela de Pratchett que leo, menos me fijo en el argumento principal y más en la forma, sobre todo en lo sarcástico y el humor negro en partes aparentemente secundarias. Si juntásemos todas esas frases irónicas haríamos un diccionario enciclopédico Pratchett-Vida, Vida-Pratchett que sería realmente imprescindible para sobrevivir a esta vida sin sentido con una sonrisa en la cara, o, al menos, media sonrisa.
  En esta entrega se vuelve al "arco argumental" de Rincewind, personaje impagable que de mago apenas tiene, pero de superviviente lo tiene todo. Un rechicero, según el texto, es el octavo hijo del octavo hijo de un mago. Como se supone que los magos han de ser célibes, no suelen darse, lo cual es afortunado, pues su capacidad mágica es muchísimo mayor que las de los magos del máximo poder, lo cual pone en serio peligro la existencia misma del Mundodisco.
 Y, sin embargo, ese argumento, al menos para mí, es irrelevante. Lo mejor es que el Mundodisco es, obviamente, una burla de nuestro pobre planeta, el cual no tiene más culpa que la de tener que soportar más de siete mil millones de seres humanos (según datos de Naciones Unidas) que no valen sino para creerse, todos y cada uno de ellos, por encima de los demás... y si no se inventan un titulito de una universidad (como los de la Universidad Invisible de Pratchett) que dice que sabe aunque no sepa hacer la "o" con un canuto. Es verdaderamente asombroso la cantidad de individuos que he visto parodiados en estos libros, así, por ejemplo me he encontrado con mi familia al completo parodiados como gente pretenciosa y arrogante que, en realidad, apenas saben limpiarse el culo.
  Pero lo mejor es que la parodia es optimista, nada de resentimientos ni rencores... obviamente, no lo merecen. Terry Pratchett se ríe de la grandilocuencia humana de una forma que le reconcilia a uno con la vida... con una vida más decente, al menos en lo moral.

viernes, 27 de julio de 2018

"El terror y otros relatos de lo extraño", de Arthur Machen.

 Otra recopilación de relatos de uno de los grandes de la literatura fantástica publicada por Valdemar. Una de las mejores novelas breves de esa literatura fantástica más que de terror es El gran dios Pan que leí y reseñé allá por enero de 2013. En Machen se combinan la imaginación desbordante con la prosa cuidada, algo que permite que sea leído a cualquier edad siempre y cuando se tenga la mente suficientemente abierta a lo que no puede ser explicado racionalmente.
  En este volumen publican una novela breve, El terror, y un buen puñado de relatos, todos de género fantástico. A diferencia del llamado "terror cósmico", las narraciones incluidas en este tomo parten de situaciones de la vida cotidiana, perfectamente verosímiles pero con un punto extraño que acaba por ser totalmente fantasioso; ese trayecto mental me parece muy afortunado, es fuente inagotable de literatura fantástica y fácilmente accesible para cualquiera.
  En  El terror, Machen crea una novela a partir de las mentes sobresugestionadas de las gentes en un periodo de paranoia como el de la Primera Guerra Mundial, en el que todos esperaban que Prusia invadiera cualquier día el Reino Unido. Así, los rumores se expanden y se convierten en delirantes teorías argumentadas y contraargumentadas. Hacen un mundo de un grano de arena, todo alimentado con la gasolina del miedo a lo desconocido en aquella época en la que se esperaba que un día u otro los alemanes invadieran.